Belgrano está presente hasta en los billetes argentinos (algo ya olvidados, claro), y su nombre bautiza escuelas, obras y hasta equipos de fútbol en el país, por lo que es común que los más chicos tengan dudas acerca de esta figura ineludible de nuestra historia nacional. Tampoco está de más que los padres, muchos de lo cuales aprendieron lo que saben de él en el colegio, repasen las fuentes históricas sobre su persona.
El prócer que pasó a la historia como el creador de la bandera nacional tuvo muchas facetas además de este hecho trascendental: fue abogado, militar, pensador y uno de los artífices de la independencia nacional en tiempos en que la Argentina todavía era un territorio dentro del Virreinato del Río de la Plata, que a su vez contenía otros países actuales como Bolivia, Paraguay, Uruguay y parte de Brasil.
Belgrano nació en 1770, seis años antes de que esta subdivisión se formara, en Buenos Aires, la ciudad que sería su capital. Luego de cursar la escuela en el tradicional Colegio Real "San Carlos", migró a España, donde estudió en las Universidades de Valladolid y Salamanca. En esa época, las revoluciones en Estados Unidos y Francia agitaban las ideas de liberación de los pueblos sometidos a monarquías u órdenes coloniales.
Con ese tipo de conceptos absorbidos plenamente, Belgrano cruzó el océano Atlántico para volver a su ciudad natal en 1794, ya con el título de abogado y el nombramiento como Primer Secretario del Consulado en estas latitudes. Desde este puesto, destinado a controlar y fomentar las actividades económicas de la colonia, buscó influir en las políticas industriales de la región.
Ese cargo lo acompañará por más de 10 años, hasta julio de 1806, "haciendo esfuerzos impotentes a favor del bien público; pues todos, o escollaban en el Gobierno de Buenos Aires o en la Corte, o entre los mismos comerciantes, individuos que componían este cuerpo, para quienes no había más razón, ni más justicia, ni más utilidad, ni más necesidad que su interés mercantil", como cuenta en su autobiografía.
Su vida se sacudió con la primera invasión inglesa, ocurrida el 25 de junio de 1806. Luego de negarse a tomar juramento por la bandera británica y combatir en la resistencia, escapó a Mercedes, donde se enteró de la reconquista de la ciudad por las tropas de Liniers. A su regreso, aprendió los rudimentos militares que le servirían para combatir en la segunda invasión inglesa, al año siguiente, y en sus campañas posteriores. Desde entonces, la convicción de que las personas de estas tierras podían independizarse de las potencias europeas no lo abandonaría nunca.
La presencia de Belgrano fue indispensable para la formación de la Primera Junta de Gobierno Patrio, de la cual fue vocal. La misma se produjo en el contexto de la invasión napoleónica a España, que descabezó la monarquía de ese país y dio a los patriotas locales la oportunidad de buscar una administración autónoma ante el vacío de poder. Para anoticiar de los cambios producidos en la capital virreinal, Belgrano fue enviado a Paraguay.
La idea de Belgrano de diseñar una bandera fue antecedida por la de colocar un distintivo que identificara a los soldados criollos de las tropas realistas, ya que por entonces ambos cuerpos usaban enseñas rojas. Esta inquietud fue planteada por el prócer al Triunvirato de Buenos Aires, que lo autorizó a crear un nuevo emblema. Para ello, se tomó como referencia la escarapela celeste y blanca, que el prócer ya había visto durante los días de la Revolución de Mayo.
Poco después fue nombrado jefe del Ejército del Norte, y protagonizó la segunda campaña auxiliadora al Alto Perú, territorio que comprendía lo que hoy es Bolivia. Allí, decidió la retirada estratégica de los civiles hacia Tucumán que se bautizó como Éxodo Jujeño, una estrategia de tierra arrasada cuyo propósito era desgastar a las tropas realistas. En esa campaña también sufrió las duras derrotas en Vilcapugio y Ayohuma que, sumadas a la fragilidad creciente de su salud, lo llevaron a tener que excusarse de su puesto.
En 1816 formó parte del Congreso de Tucumán que firmó el Acta de Independencia, y donde se oficializó su diseño para la bandera nacional. Dos años después fue restituido como general del Ejército del Norte, pero el desarrollo de su enfermedad lo obligó a declinar el honor. Murió dos años después, el 20 de junio de 1820, producto del deterioro de su salud, en una jornada que es feriado nacional por tratarse del Día de la Bandera.
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