Cada 7 de septiembre se celebra en Argentina el Día del Trabajador Metalúrgico en homenaje a Fray Luis Beltrán, un religioso argentino que nació un día como hoy pero de 1784 en Mendoza.
Pese a sus actividades como fraile, Beltrán quedó inmortalizado en la historia nacional por ser uno de los impulsores del trabajo con metales, con importantísimos aportes en la artillería que utilizó el Ejército de Los Andes en las batallas por la Independencia.
A lo largo de la segunda década del siglo XIX, al explotar las guerras por la Independencia en lo que antiguamente era el Virreinato del Río de la Plata, Fray Luis Beltrán combinó sus tareas religiosas con sus conocimientos de matemática y química, e incursionó en la actividad metalúrgica. Como trabajador del metal, jugó un rol muy importante como fabricante y organizador de la artillería del Ejército de Los Andes, liderado por el general José de San Martín.
Beltrán montó su taller en el campamento de Plumerillo (en la provincia de Mendoza), donde unos setecientos artesanos y operarios –a quienes el fraile enseñaba el oficio- trabajaban por turnos. Aquí se fabricaban desde monturas y zapatos, hasta balas de cañón, fusiles, vehículos de transporte y granadas, artículos que se producían con metales obtenidos de la fundición de campanas de iglesia y ollas de cocina.
Pero el trabajo de Beltrán no sólo se quedó en la elaboración de piezas: también diseño máquinas para optimizar el trabajo de los granaderos en las alturas de la Cordillera de los Andes. Así fue que ideo equipos especiales para transportar cañones a lomo de mula, aparejos para subir las laderas más escarpadas y puentes colgantes transportables para hombres y mulas.
El fraile, apodado entre sus compañeros como el “vulcano con sotana” fue el impulsor de la metalurgia en Argentina. Por este motivo, cada 7 de septiembre se homenajea esta actividad que tanto aportó a la Independencia y al desarrollo del país.
Un personaje enloquecido por la revolución
(Por Felipe Pigna). - El 30 de enero de 1816, a pedido del rey de España, el papa Pío VII envió a sus “venerables hermanos arzobispos, obispos y queridos hijos de América, súbditos del Rey de las Españas”, una “Breve” en la que les decía: “Entre los preceptos claros y de los más importantes de la muy santa religión que profesamos, hay uno que ordena a todas las almas a ser sumisas a las potencias colocadas sobre ellas. Estamos persuadidos de que ante los movimientos sediciosos que se producen en aquellos países, por los cuales nuestro corazón está entristecido y nuestra sabiduría reprueba, vosotros no dejasteis de dar a vuestros rebaños todas las exhortaciones. Nos somos el representante de aquel que es el Dios de la paz, nacido para rescatar al género humano de la tiranía de los demonios. Nuestra misión apostólica nos obliga a impulsaros a buscar toda clase de esfuerzos para arrancar esa muy funesta cizaña de desórdenes y sediciones que el hombre ha tenido la maldad de sembrar allá. Vosotros lo conseguiréis fácilmente, venerables hermanos, si cada uno de vosotros quiere exponer con celo al rebaño los perjuicios y graves defecciones y las calidades y virtudes notables y excepcionales de nuestro muy querido hijo en Jesucristo, Fernando, Rey Católico de las Españas. Recomendad la obediencia debida a nuestro Rey […]y obtendréis en el cielo la recompensa de vuestros sacrificios y de vuestras penas por Aquel que da a los pacíficos la beatitud y el título de hijo de Dios”.
Afortunadamente, entre el rebaño latinoamericano había hombres como Manuel Belgrano, católico practicante, y muchos curas revolucionaros que, insumisos y arriesgando su vida y hasta la recompensa del cielo, decidieron luchar por la libertad del continente. Uno de ellos, quizás uno de los más notables y menos reconocidos fue fray Luis Beltrán.
Según la versión canónica había nacido en Mendoza -aunque en su testamento declara ser oriundo de San Juan- un 7 de septiembre de 1784. Su verdadero apellido era Bertrand pero fue anotado por error en el acta de bautismo como “Beltrán”. Ingresó en el Convento de San Francisco en Mendoza donde estudió las ciencias teóricas y ejercitó las prácticas como la física y la mecánica. Decidió seguir su vocación religiosa y fue trasladado a Santiago de Chile, donde en 1812 fue designado capellán de las tropas independentistas comandadas por Carrera.
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