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Opinión

River-Boca

Vicente Massot

Por Vicente Massot

Las cuentas están a la orden del día y no se trata de nada en lo cual tengan arte y parte los contadores o los economistas. Quienes se desviven haciendo cálculos son los equipos de campaña de los dos candidatos que disputarán el balotaje el domingo l9 de noviembre. Y también, por razones que no requieren explicación, Javier Milei y Sergio Massa. Todos los nombrados están empeñados en analizar cómo votaran, en la fecha antes señalada, aquellos que se inclinaron por Patricia Bullrich y por Juan Schiaretti en la primera vuelta electoral. Si existe alguna manera más o menos seria de dar respuesta al interrogante, es cosa abierta a debate. Pero de lo que no hay duda es que ese 30% de los sufragios -el 23% que apoyó a Juntos por el Cambio y el 7% que respaldó al gobernador de Córdoba- decidirá si el jefe de los libertarios o el representante del oficialismo se sentará, a partir del 10 de diciembre, en el sillón de Rivadavia.

Versiones no antojadizas han comenzado a circular respecto de una encuesta que habría encargado Patricia Bullrich el día de las Elecciones, a la manera de una boca de urna. Se le preguntaba, en determinadas mesas testigo, a sus seguidores, cuál sería su decisión en una eventual segunda vuelta entre Milei y Massa. Una enorme mayoría respondió que optaría por el libertario, mientras los que prefirieron la neutralidad conformaron una minoría no despreciable. Casi nadie contestó que cerraría filas con el Ministro de Economía. Si fuese así -y la encuesta no parece ser un invento- se podrían trazar varios escenarios electorales probables, cuyo común denominador sería que estamos frente a una final del tipo River-Boca. Esto significa que los dos están en condiciones de alzarse con el triunfo. A los clásicos se llega siempre de la misma manera. Más allá de las respectivas posiciones en la tabla y de los méritos hechos en los partidos previos, puede ganar cualquiera.

¿Es pertinente imaginar que el grueso de los votantes de la Bullrich escogerá en veinte días la boleta de La Libertad Avanza, o es una idea disparatada? Un cálculo a mano alzada indicaría que es muy probable que ello ocurra. Claro que Juntos por el Cambio no está constituido solamente por militantes del Pro, cuyas simpatías se encuentran del lado de Mauricio Macri y de Patricia Bullrich y no de Horacio Rodríguez Larreta, para dar un ejemplo. ¿Alguien se animaría a sostener que los radicales y los seguidores de Elisa Carrió -aun tapándose la nariz- en el cuarto oscuro introducirían en las urnas la papeleta con el nombre del "Loco", como muchos lo llaman, no sin ánimo despectivo? ¿Cuántos de ellos se quedarán en sus casas aduciendo que es imposible escoger entre dos males? Y ¿qué decir de aquellos que, dentro y fuera de la "Docta", hicieron cola para sufragar en favor de Juan Schiaretti? Es de tal envergadura la incertidumbre, que el mandatario de la provincia mediterránea, antes de pronunciarse, ha encargado una encuesta que le permita conocer con mayor exactitud qué piensan sus votantes.

Lo que hemos visto hasta ahora, una vez conocidos los guarismos del último comicio, han sido las opiniones vertidas y las decisiones tomadas por una serie de figuras estelares de la política criolla. Rompieron el fuego un expresidente y la principal derrotada el pasado 22 de octubre. Mauricio Macri y la Bullrich salieron con los tapones de punta a quebrar una lanza en favor del libertario. Algo que estaba cantado que sucedería en cuanto respecta al primero de los nombrados. Cualquiera sabía que, en función de cómo se había desarrollado la campaña y lo que aquél había expresado en voz alta, su posición seria inequívoca en el caso de que saliese tercero Juntos por el Cambio. Dejando de lado los agravios que en su contra había afilado Milei, idéntico camino siguió Bullrich. A continuación sucedió algo enteramente lógico: el rompimiento de la coalición cambiemita.

Con o sin el posicionamiento de los dos miembros del Pro, Juntos por el Cambio estaba sentenciado. Lo mismo hubiera ocurrido con el partido libertario o Unión por la Patria si acaso uno de los dos hubiese tenido que conformarse con el tercer puesto. El que quedase fuera del balotaje se hallaba condenado a desaparecer de la escena. Pues bien, le tocó a esa extraña coyunda de radicales, lilitos y macristas. Que el detonante fue el apoyo indisimulado de unos a Milei, es cosa sabida. Pero que, de todos modos, ese sería el final, a nadie le pasaba desapercibido. Quizá la bomba no habría explotado tan rápido, aunque la explosión habría tenido lugar al margen de cuanto opinaran Macri y Bullrich. La derrota precipitó una quiebra anunciada.

Frente al hecho consumado, la reacción de parte del radicalismo, al menos, no se hizo esperar demasiado. Sería faltar a la verdad sostener que, sin falla de matiz, se plantaron como un sólo hombre y levantaron la bandera de la neutralidad. Todavía hay voces que no se hicieron escuchar. Sin embargo, la mayoría de los jefes de la agrupación fundada por Alem no quiere saber nada, ni con Javier Milei ni con Sergio Massa. Hay una minoría que, casi con seguridad -lo exprese o no en público- se pondrá la camiseta "massista". Gerardo Morales, Martín Lousteau y María Luisa Storani, con más o menos énfasis, ya le han dado su apoyo. En la vereda de enfrente se plantó Luis Petri, que secundó sin fisuras a Patricia Bullrich y no dejó dudas de su alineamiento. En cuanto a la tercera y menos numerosa facción de Juntos por el Cambio -la acaudillada por Elisa Carrió- tomó buenas distancias de uno y otro candidato.

Hasta aquí las expresiones de los políticos profesionales -por llamarlos de alguna manera- que, delante de unos comicios trascendentales, han quebrado lanzas en favor de Milei o han recomendado neutralidad. Sin excepciones, pertenecen al campo opositor. Que se sepa, no ha habido peronista -sin importar la capilla a la cual pertenezca- que se haya pronunciado en contra de Sergio Massa o que se haya inclinado por la abstención o el voto en blanco. En el oficialismo la disciplina ha sido absoluta. Por mucho que le disguste al representante del Gobierno -que no desearía escuchar a Cristina Kirchner pidiéndole el voto a la militancia- desde la vicepresidente hasta el último de los gobernadores e intendentes, todos apoyan al candidato único, como antes lo hicieron con Néstor y su mujer, desde 2003 en adelante.

Cuanto digan los dirigentes tiene su importancia. No obstante, el 19 de noviembre los más de los votantes marcharán a las urnas sin ningún mandato que valga. El descrédito de la clase política, unida al hecho de que la gente ya no acepta tutores, obliga a considerar la cuestión de cómo se expresará ésta en las urnas, desde un ángulo distinto. Los afiliados a los distintos partidos son minoría; el peso de las ideologías ha decrecido hasta casi desaparecer; las motivaciones para elegir a los candidatos se asientan más en lo emocional que en lo racional y, por fin, la decisión de por quién votar -de una minoría considerable- se toma en las 72 horas previas a hacerlo, poco más o menos. Massa no le cambiará ni un punto ni una coma a la partitura de campaña que ha ensayado con tanto éxito. El Plan "Platita" y la estrategia montada respecto del miedo a Milei le dieron unos resultados excepcionales. Por qué, pues, habría de modificarlos. Milei, en cambio, necesita resetear su campaña, profesionalizarla y, sobre todo, asegurarse los 100.000 fiscales que se requieren para que en ninguna mesa del país falte quién controle sus votos. Tiene poco tiempo disponible para hacerlo. En estos aspectos larga con una notoria desventaja, en atención a la estructura y capacidad que ha demostrado poseer Massa para enfrentar la situación. Al oficialismo le sobran la plata y los fiscales y sigue un plan al pie de la letra. La Economía -eso sí- le juega en contra.

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