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Opinión

El peso de la casta

Editorial

Por Editorial

El presidente Javier Milei obstinado en el autoconvencimiento de no pisar el palito de las contradicciones, a lo que dedica férreos esfuerzos narrativos, se llevó un pírrico triunfo del Congreso el viernes por la tarde: el peso de "la casta" fue determinante en lo que, tras podar un tercio de la Ley Ómnibus dejando afuera el corazón del proyecto, mutó de un capricho a una necesidad política para el corto tiempo de Gobierno libertario.

Sin embargo, el proceso volvió a confirmar contradicciones. Una de las máximas que no resistió fue la de no negociar. La tozudez del Presidente contrastó con la realidad legislativa, no sólo por el megarecorte al megaproyecto sino porque fueron necesarias más de 30 horas en la Cámara de Diputados, alimentadas a discursos dogmáticos y sin puerto de llegada, solo para llenar el tiempo mientras la oficina del titular de la Cámara, Martín Menem, era una mesa de negociaciones.

Incluso el proyecto, que nació rengo al ser declarado imprescindible pero sin argumentaciones significativas al respecto, fue perdiendo tanto peso que sobre el final la única salida era la aprobación. No sólo lo era para el Gobierno, sino también para la aposición que había comprometido su auxilio al oficialismo, más para mantener en los márgenes al peronismo que por coincidencia estructural.

La ambición presidencial por imponer una visión ideológica a la legislación nacional, olvidando su debilidad numérica y política en el Congreso, le abrió la puerta al oficio mejor reconocido de la vieja casta: la negociación. A medida que pasaban las horas, y en el recinto el fragor de la lucha retórica llenaba minutos de televisión, el oficialismo perdía posiciones y la casta avanzaba casilleros.

La impericia y el amateurismo demostrados por La Libertad Avanza, al punto que exasperó al experimentado Miguel Pichetto quien debió asumir el rol de oficialista, se combinaron con dosis de exagerada autoridad por parte de la ministra de Seguridad, Patricia Bulrrich, que montó un costoso operativo para una acotada manifestación, que se tradujo en una represión donde el objetivo pareció ser impedir la labor de los trabajadores de prensa. Ese desproporcionado accionar fue otro punto en contra, pese a las vivas de un puñado de legisladores, que habilitó un nuevo contrapeso en las negociaciones.

Incluso en los hechos del jueves por la noche puede encontrarse la precipitación del debate para concluir con la votación. Sin embargo, ese final anticipado dejó expuesta la debilidad de la posición oficial no sólo por la velocidad del desenlace sino por el plazo posterior para el cuarto intermedio, donde los analistas políticos coinciden que el presidente no tiene los votos necesarios para los artículos relevantes que aún sobreviven en el proyecto.

Pero peor aún, trascendió que los gobernadores pasaron de la defensiva a una contraofensiva y hasta llegaron a devolver las gentilezas con la amenaza de juntar los votos para coparticipar el Impuesto PAÍS, algo que irritó al mandatario. Es por eso que el ministro del Interior, Guillermo Francos, no sale de la cuerda floja y podría ser el próximo funcionario en dejar el Gobierno. Francos dirá, entonces, que lo mandaron a negociar sin la billetera. Toda una definición ideológica.

Más allá del contenido, que pasó de ser una ley de bases de refundación a un listado discontinuo de leyes modificadas, también quedaron las formas. El dictamen aprobado por 144 votos no se conoce oficialmente. Sólo se supo el esqueleto del articulado cuando el oficialismo los enumeró antes de la votación. La táctica, extendida desde la posibilidad que abrió el balotaje, de mantener unida la mayor porción de la oposición contra el peronismo parece justificar los grises que los actos de Gobierno van sumando.

De todos modos, las fugas y las advertencias de un rápido fogueo de la oposición amigable al oficialismo, hacen suponer que el blindaje es temporal o que obligará a Milei a revisar, por lo menos, algunos de sus dogmas con la casta. Mientras tanto, el Presidente siente que dejó las cosas ordenadas antes de su viaje oficial, pero no es del todo seguro que sigan así cuando regrese.

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