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Opinión

El país de las cotorras

Alcides Castagno

Por Alcides Castagno

Simpáticas de a una, insoportables en bandadas, las cotorras que pueblan nuestras arboledas se han sumado a los preexistentes morajúes y palomas. Aparecen al atardecer y vienen a hacerse cargo de sus privilegios urbanos, mayores que los propios ciudadanos. No pagan estacionamiento ni impuestos, no se hacen cargo de la tasa por barrido, lavado y limpieza. Los ciudadanos, sí. ¿Por qué? ¿Es un derecho natural que deberá incorporarse a la futura reforma judicial?

Debemos reconocer que el Estado municipal ha realizado algunos gestos para erradicar a las tres especies de los lugares que comparten con nosotros, pero más altos. En esta oportunidad haremos caso omiso de la ocasional presencia de las golondrinas que –menos mal- no vienen a colgar sus nidos en el balcón, ni a los murciélagos, que se ocultan eficientemente, circulan velozmente en la oscuridad y no transmiten las enfermedades que podrían transmitir, aunque no se lo propongan. Hemos asistido a fumigación inocua a las copas de las Tipas (los árboles), a los vuelos temibles de algún halcón amaestrado, caro y mañoso; hemos visto apalear a los árboles logrando que las aves cambien de rama (recurso éste empleado también por comerciantes frente a su negocio) y tal vez alguna acción más. Nada ha dado resultado, como si todo fuera un atrayente parque de diversiones y las aves pensaran: “hagan nomás, que nosotras nos desquitamos con veredas, gorras, melenas, abrigos, automóviles”.

Ahí Viene la Plaga

Tiempo atrás, las cotorras fueron declaradas plaga y, como tales, combatidas a muerte. La Defensa Agrícola, in illo témpore, pagaba unas monedas por cada par de patitas de cotorra que se les entregaba; de ese modo, plazas, parques y montes eran frecuentados por la muchachada que, gomera en ristre, reunían unos pesos para su nocturnidad sin cotorras.

¿Ahora se hace algo o el daño a la agricultura, la insalubridad y la mugre tienen un estatus especial? Hubo y hay sociedades protectoras de animales; acaso debamos constituir la Sociedad Protectora de Gentes.

Cotorras Panelistas

Hay otro espécimen de cotorras: las “panelistas”. Son las que pululan los programas de televisión y, abiertas en abanico, disputan el torneo de la grosería, la calumnia y la baja estofa. Con ellas se aprenden o repasan los insultos tan soeces como novedosos; las que se ocupan de la vida de vedettes sin distinción de formas ni talento, a las que sólo les importa la mención de su nombre; las que se enfrentan con una terminología que harían sonrojar al más inculto de los palafreneros; son las que merecen el desprecio del buen sentido con que fueron creados los medios de comunicación.

Las cotorras insultantes de la televisión son mucho más dañinas de lo que pueda sospecharse, porque van dejando caer sobre los desprevenidos el veneno que generan y que siembra una cultura de la agresión que descalifica. Ni siquiera son dignas de una tribuna de fútbol, porque en éstas el fervor momentáneo desaparece a los 90 minutos, generan catarsis y hasta se adornan con ingenio popular y se visten de música pegadiza.

La ventaja que tenemos contra el daño de las cotorras panelistas es un elemento con botonera llamado control remoto; con él nos liberamos del daño psíquico, mucho más perjudicial que el que mancha la chapa de nuestro automóvil bajo el árbol.

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