Por Claudia Ferri
El régimen de la "libertadora" se impuso en 1955 con el firme objetivo de disciplinar a los trabajadores y aumentar los ritmos laborales para engordar las tasas de ganancias del empresariado y así atraer inversiones norteamericanas. Para ello intervinieron los sindicatos y la CGT, proscribieron al peronismo y encarcelaron a sus principales dirigentes. Los trabajadores respondieron con huelgas muy combativas, sabotajes y reuniones clandestinas que erosionaron la legitimidad del Gobierno gorila.
La huelga que llevaron adelante los metalúrgicos entre noviembre y diciembre del '56 fue un símbolo de la Resistencia, convirtiéndose en un "caso testigo".
Los orígenes
En los '50, los trabajadores metalúrgicos eran la vanguardia indiscutida del movimiento obrero. Habían desplazado del centro del poder sindical a los ferroviarios y ocupaban a 1 de cada 3 obreros, llegando a tener 315.000 afiliados a la UOM para 1955. La mayoría se identificaban con el peronismo, como sucedía en otros sectores de la clase obrera (más allá del importante peso que tuvo el PC). Eso no impidió que lancen una huelga en 1954 al que consideraban "su Gobierno" reclamando aumentos salariales (45%) y por la defensa de las condiciones de trabajo vigentes. Perón la declaró ilegal y pactó un mísero aumento de un 15%. Las bases furiosas desconocieron el acuerdo y convocaron una asamblea de 30.000 metalúrgicos en las puertas de los legendarios Talleres Vasena, protagonistas de la Semana Trágica. Si bien consiguieron la mitad del aumento pedido, lograron frenar la avanzada de la patronal que quería imponer cláusulas de productividad. Las organizaciones de base como las comisiones internas (CI) y los cuerpos de delegados tuvieron un rol destacado frente a la desgastada dirigencia sindical.
Con la dictadura del '55, los empresarios retomaron las discusiones sobre productividad y salarios. Amparándose en el decreto 2739/56 (aumento salarial de emergencia del 10%, acuerdos individuales por productividad, etc), la Federación de Industrias Metalúrgicas pretendía modificar en junio del '56 el convenio colectivo de trabajo para reglamentar las CI, y que se transformen "de organismos de perturbación en verdaderos representantes obreros"; brindarles mayores poderes a los supervisores y empleados de vigilancia para que actúen sin necesidad de que interfiera el sindicato; establecer normas para terminar con el ausentismo y quitarles los fueros a los delegados.
En ese mismo momento las bases se encontraban eligiendo a sus delegados paritarios, quienes rechazaron inmediatamente el proyecto patronal. También se renovaron las CI y los cuerpos delegados por establecimiento, consolidando una nueva camada de dirigentes jóvenes combativos, con posturas más intransigentes, que aprendieron a moverse en la clandestinidad (el Gobierno ya había sido bautizado por la clase obrera como la revolución "fusiladora") y a cuestionar a la dirigencia conciliadora.
El coronel Laplacette -interventor de la UOM- le pidió al Estado que solucione el conflicto para evitar el paro. La Comisión Paritaria de la seccional Capital convocó a un Congreso de delegados que llamó a una huelga de dos hs para el 4/9. Un mes después llamaron a un "Plenario Nacional de Delegados Metalúrgicos" en el que participaron delegados peronistas, libres (minoría oficialista), independientes y trotkistas. Estos últimos jugaron un rol destacado en las seccionales de Avellaneda -donde llegaron a codirigir- y Capital; y en menor medida en La Matanza, Bahía Blanca y Zona Norte. El Plenario Nacional exigió discutir el convenio colectivo íntegramente (no sólo el salario) y llamaron a organizar congresos de delegados por seccionales para informar la situación y debatir cómo intervenir en ella, convocando un paro de 24 hs contra el decreto 2739 para el 12/11. El Gobierno no podía ceder ante las demandas porque se transformaría en un "caso testigo" para futuros conflictos en otros gremios, que se sumarían a los que ya estaban en lucha: la construcción, el calzado, gráficos, textiles, obreros de la carne y de la construcción naval.
Esta intransigencia llevó a que los metalúrgicos se embarquen en una histórica huelga que duraría seis semanas.
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