El 26 de marzo de 1971, Alejandro Agustín Lanusse asumió la presidencia del país tras la renuncia de Levingston. Lanusse propuso una política de apertura a través del Gran Acuerdo Nacional (GAN) y anunció la convocatoria a elecciones nacionales sin proscripciones. Sin embargo, redactó una cláusula proscriptiva hecha a la medida de Perón: todos los candidatos a presidente tenían que fijar residencia en Argentina antes del 25 de agosto de 1972. Para completar el desafío, el general-presidente lanzó una frase destinada a pasar a la historia: "…no voy a admitir que corran más a ningún argentino diciendo que Perón no viene porque no puede. Permitiré que digan: porque no quiere; pero en mi fuero íntimo diré: porque no le da el cuero para venir".
Perón le contestó desde Madrid a través de la prensa: "Con una dictadura como esta, exacerbada como está, cualquier cosa se puede pensar. ¿No nos han muerto montones de gente, no nos han masacrado en la cárcel a una punta de personas, no vienen asesinando con formaciones parapoliciales todos los días a nuestra gente? ¿Y cómo voy a pensar yo que no van a hacer lo mismo conmigo? No es que les tema, porque a los 76 años uno está amortizado, diremos, en fin, yo ya estoy descarnado, no me interesa ya vivir mucho ¿Para qué? Ya he vivido lo suficiente, no es el temor físico el que me ata. No quiero pasar a ser un instrumento o llegar allí para provocar un desorden. Yo llego a la Argentina, tengo que llegar en tren de ser una prenda de paz para el país, no de desorden. Porque si yo llego allá para provocar un desorden, la dictadura lo va a aprovechar como pretexto para la represión y para todas las medidas que quieren tomar. Yo estoy listo para irme en cualquier momento".
El viejo líder movió sus piezas en aquella partida y evaluó que no le daría el gusto a Lanusse y su dictadura decadente, pero además creyó que no era conveniente que fuera él quien gobernara en el conflictivo período de transición y decidió designar a su delegado personal y ex presidente de la Cámara de Diputados durante el primer peronismo, Héctor J. Cámpora, como candidato a presidente, quien tendría una misión vicaria hasta que el balcón de la Rosada pudiera ser recuperado por el inquilino que más uso supo darle. El slogan sería "Cámpora al gobierno, Perón al poder".
El clima en el país era extremadamente tenso y aún se vivían los remezones de la masacre perpetrada el 22 de agosto por la marina en la base almirante Zar de Trelew, donde fueron masacrados 16 guerrilleros.
Para poner en marcha su plan, Perón decidió regresar. Sus compañeros en Buenos Aires decidieron, frente a las amenazas de los sectores más gorilas de las fuerzas armadas de hacer estallar en el aire el avión que trasladara al líder, formar una comitiva de notables para ir a buscar al general a Madrid en un avión charter fletado especialmente. Fue el vuelo 3584 de Alitalia el que trasladó a los 154 pasajeros.
El día previo a la llegada del líder, la dictadura de Lanusse, rodeó el aeropuerto de Ezeiza para impedir que sus partidarios pudieran acercarse a recibirlo. Pero a pesar de la brutal represión y de la intensa lluvia, miles de militantes peronistas se acercaron todo lo pudieron a la terminal aérea y se produjeron movilizaciones de recepción en todos los rincones del país.
Tras 15 horas de vuelo desde Roma, incluida una escala en Dakar, a las 12:20 del mediodía, el DC-8 de Perón aterrizó en la patria. Fue recibido entre otros, por el secretario general de la CGT, José Ignacio Rucci, quien lo cubrió con su paraguas. Argumentando razones de seguridad, Perón fue retenido en el Hotel de Ezeiza, hasta las primeras horas del día 18, cuando fue autorizado a trasladarse hasta la residencia que el Partido Justicialista había adquirido en la calle Gaspar Campos en el partido bonaerense de Vicente López.
Millones de argentinos seguían los hechos por la radio y la televisión. Los sentimientos iban desde el llanto y la emoción, hasta el pánico. Unos celebraban eufóricos el ansiado aterrizaje y otros maldecían el momento. En la mayoría silenciosa, en cambio, se adivinaba el deseo de cerrar de una vez ese nuevo capítulo de violencia abierto para lograr la vuelta de Perón. (Fuente: El Historiador, de Felipe Pigna)
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