Por Florencia Cunzolo
Antes, durante y después. En todas esas instancias se pueden realizar acciones efectivas contra el ACV, una de las principales causas de muerte en el país y el mundo, y la más importante de discapacidad. De no tomarse medidas, los casos de ataque cerebrovascular aumentarán un 50% en poco más de 20 años.
Así lo advierte el informe de la Comisión de Neurología de The Lancet y la World Stroke Organization (WSO), publicado este mes, en vísperas del "Día Mundial del ACV", que se conmemora el 29 de octubre.
El documento enciende varias alarmas. Dice que la carga de discapacidad generada por los ataques cerebrales "es enorme" y está incrementándose con más rapidez en los países con ingresos bajos o medios. Destaca también que esa incidencia está aumentando en gente joven y de mediana edad, es decir, en menores de 55 años, en todo el mundo.
De seguir así, subrayan sus autores, se verá frustrado el cumplimiento de uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que busca reducir un tercio la mortalidad debida a enfermedades no transmisibles (entre las que se incluye el ACV) para el 2030.
¿Qué proponen? Una serie de "soluciones pragmáticas" orientadas a bajar la mortalidad y la discapacidad en torno a cuatro pilares que sustentan el "cuadrilátero del ACV": vigilancia, prevención, tratamiento y rehabilitación.
"La reducción de la carga de morbilidad, por medio de la implementación de estrategias de prevención primaria y secundaria de accidentes cerebrovasculares y de servicios de tratamiento y rehabilitación basados en la evidencia científica, es una necesidad urgente, especialmente en países de ingresos bajos y medios", enfatizaron los autores.
Entre las medidas para alcanzar ese fin incluyen: el establecimiento de infraestructura para monitorear la carga de la enfermedad y de sus factores de riesgo; la implementación de estrategias de prevención integral del ACV a nivel individual y poblacional, con énfasis en la detección temprana y el control de la hipertensión.
Además, la planificación y establecimiento de servicios clínicos de tratamiento en la fase aguda, incluyendo el establecimiento de unidades de ACV con acceso a terapias de revascularización para pacientes con ataque isquémico. Y la promoción de servicios de atención multidisciplinarios, de formación de cuidadores y de profesionales que se ocupen de la rehabilitación.
En Argentina, se consensuó un Proyecto de Ley de Prevención, Diagnóstico y Tratamiento del ACV, que atiende todos esos puntos, que apuntan a abordar el problema en las tres instancias: antes (con vigilancia y prevención), durante (reconocimiento rápido de síntomas y acceso temprano al tratamiento adecuado) y después (con rehabilitación, para evitar o disminuir el impacto de las secuelas).
Antes: cómo prevenir un ACV
Lo primordial es evitar que ocurra. Y eso es posible, dado que el accidente cerebrovascular es altamente prevenible.
¿En qué estamos fallando para que, en lugar de bajar, los casos suban y cada vez se produzcan a edades más tempranas? En el control de los factores que incrementan el riesgo de sufrirlo.
"En los países de menores ingresos el verdadero desafío es lograr el control de los factores de riesgo y la vigilancia epidemiológica para evitar un número creciente de ACV", destaca Lisandro Olmos, especialista en rehabilitación neurológica y director médico en Rehab Center.
Una revisión de los pacientes internados en Fleni por un ACV mostró que 8 de cada 10 tenían factores de riesgo previos, no tratados correctamente.
"La optimización del control de estos factores, tanto en el contexto de la prevención primaria como secundaria (N. de la E.: para evitar un segundo evento), debería ser prioritaria para los profesionales y los sistemas de salud, ya que logrando un adecuado tratamiento de los mismos podríamos evitar gran de la enfermedad cerebrovascular", afirmó Virginia Pujol, subjefa del Centro Integral de Neurología Vascular de Fleni
Si bien algunos de esos factores no pueden modificarse, la mayoría de los ACV (entre el 80% y 90%) se asocian a condiciones que son cada vez más prevalentes, pero sobre las que se pueden tomar medidas para reducir ese riesgo.
Entre los factores que no pueden modificarse se incluyen la edad (el riesgo de sufrir un ACV se duplica cada década a partir de los 55 años, por lo que el aumento de la expectativa de vida también influye en la suba de la cantidad de casos), antecedentes de eventos cardiovasculares (infarto o ACV) en familiares jóvenes, o el haber tenido un ACV o un ataque isquémico transitorio (AIT) anteriormente.
Pero hay muchos factores sobre los que sí se puede intervenir y son los mismos que amenazan al corazón, los riñones e incrementan el riesgo de desarrollar otras enfermedades no transmisibles como diabetes y algunos tipos de cáncer.
El más importante es la hipertensión arterial, seguido por el tabaquismo, el colesterol elevado, la diabetes, arritmias como la fibrilación auricular, el exceso de peso asociado a mala alimentación y sedentarismo, la apnea del sueño y el consumo excesivo de acohol y/o de drogas.
La primera medida preventiva entonces es conocer si tenemos uno o más de estos factores de riesgo. En el caso de la hipertensión, el colesterol alto y la diabetes, un control médico anual favorece la detección de estas condiciones que dañan en silencio, sin dar síntomas.
La alimentación saludable y la actividad física son claves y activan un círculo virtuoso que termina mejorando todos los parámetros cardiometabólicos.
En un comunicado emitido por la Federación Argentina de Cardiología (FAC), el cardiólogo Ge-rardo García Mallea estimuló la adhesión a las dietas de estilo mediterránea y/o DASH, "que se asocian a la disminución de factores de riesgo vascular en general".
"Ambas, con algunas diferencias, se caracterizan por bajo consumo de carnes rojas, alto consumo de legumbres, frutas, vegetales, grasas mono y poliinsaturadas presentes en los pescados azules como salmón, anchoas, caballa, sardinas y atún, y en aceites como oliva, canola y soja, además de bajo consumo de sodio", sumó el presidente del Comité de Enfermedad Vascular Periférica y Stroke de la FAC.
En cuanto a la actividad física, recordó que son efectivas tanto "la indicación clásica de 150 minutos de ejercicio por semana", como la realización de "períodos de actividad de 20 minutos diarios de actividad física intensa, que demostraron reducción del riesgo de enfermedad cardiovascular".
Otras conductas que ayudan a reducir el riesgo de ACV: no fumar o dejar el cigarrillo, descansar bien (se recomienda entre 7 y 9 horas de sueño nocturno), evitar o reducir el consumo de alcohol y controlar el estrés.
Fibrilación auricular: cinco veces más riesgo
Capítulo aparte merece la fibrilación auricular (FA), una arritmia cardíaca que favorece la formación de trombos (que pueden obstruir un vaso en el cerebro) y multiplica por cinco veces las chances de sufrir un ACV.
Muchas personas se enteran que la tenían luego de sufrir un evento. "La evaluación del riesgo de ACV cardioembólico es prioritaria para determinar la indicación de tratamiento anticoagulante", sostuvo García Mallea.
"Una de las grandes falencias es que tenemos una gran cantidad de pacientes con fibrilación auricular de alto riesgo de tener un ACV que no están tratados", destacaba en una entrevista reciente con Clarín Luis Aguinaga, presidente de la FAC y director del estudio ASFA (Argentina Sin Fibrilación Auricular)
De acuerdo al registro (realizado entre 2022 y 2023 por 450 cardiólogos de todo el país), 4 de cada 10 personas con fibrilación auricular que se encuentran en alto riesgo de sufrir un ACV no están debidamente tratadas: ya sea porque no reciben anticoagulantes o porque en su lugar toman aspirina, que no es efectiva para evitar la formación de coágulos.
Entre los factores de riesgo nuevos o "emergentes" se encuentra la contaminación del aire.
"Existe una asociación fuerte y significativa entre la contaminación del aire y la aparición de accidentes cerebrovasculares, así como la muerte por ACV dentro de los cinco días posteriores a la exposición", afirmó Ahmad Toubasi, autor de un metaanálisis publicado recientemente en Neurology, la revista de de la Academia Estadounidense de Neurología (AAN, por sus siglas en inglés).
"Esto resalta la importancia de los esfuerzos globales para crear políticas que reduzcan la contaminación del aire. Hacerlo puede bajar la cantidad de accidentes cerebrovasculares y sus consecuencias", enfatizó.
Durante: reconocer y actuar rápido frente a síntomas
El ACV se produce cuando un vaso sanguíneo que lleva sangre y oxígeno al cerebro se obstruye (ACV isquémico) o se rompe (ACV hemorrágico).
Según el primer estudio epidemiológico realizado en Argentina (PrEViSTA), se producen en el país unos 58 mil ataques cerebrovasculares anuales y unos 17 mil AIT (AIT, un evento en el que los síntomas duran apenas minutos, no dejan secuelas, pero que igual revisten seriedad).
Casi el 80% de los ACV son isquémicos. Los hemorrágicos, que se producen por sangrado, son menos frecuentes y tienen peor pronóstico.
Una vez que ocurre el ataque se produce una alteración en el funcionamiento de las neuronas, lo que provoca que algunas partes del organismo dejen de funcionar.
Cuando eso ocurre, cada segundo cuenta. Y no es una frase hecha: identificar los síntomas y llamar al servicio de emergencias en forma urgente puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte o la posibilidad de sufrir daño cerebral duradero y/o una discapacidad a largo plazo.
"Los síntomas del ACV son múltiples y una de las razones por las que ha disminuido la mortalidad en más de un 30% en los últimos 20 años tiene que ver con la detección precoz y con la conciencia sobre la necesidad de una consulta urgente ante los primeros signos", resaltó Olmos.
Con el objetivo de crear mayor conciencia en el público de habla hispana, la Asocación Americana de ACV (ASA, por sus siglas en inglés), lanzó este año Juntos Contra el Derrame Cerebral, una campaña para difundir el uso y comprensión de R.Á.P.I.D.O., un acrónimo en español para recordar los principales síntomas o señales de alarma de un ACV, que son los siguientes:
R - Rostro caído (caída o desviación de uno de los lados de la cara).
Á - Alteración en el equilibrio (Pérdida de equilibrio o falta de coordinación).
P - Pérdida de fuerza en el brazo (por lo general de un solo lado).
I - Impedimento visual repentino (Dificultad repentina de visión).
D - Dificultad para hablar (Discurso arrastrado o extraño).
O - Obtener asistencia médica.
También se debe prestar atención a los siguientes síntomas repentinos:
- Entumecimiento o debilidad en la pierna, el brazo o la cara, especialmente de un lado del cuerpo.
- Confusión o dificultad para comprender.
- Dolor de cabeza intenso sin causa conocida.
¿Cómo ayudar a una persona que manifiesta una o más de estas señales? Llamando en forma urgente al Servicio de Emergencias (107 o número de emergencias de su obra social o prepaga), indicando al operador la sospecha de que puede tratarse de un ACV.
Ese llamado dispara un protocolo específico del servicio de emergencias que acelera los tiempos de atención.
Reconocer rápido los síntomas de un ACV implica tener una ventana de oportunidad para lograr una mejor resolución, tratamiento y expectativa de recuperación. "Las primeras seis horas son críticas. Cuando más precoz es el reconocimiento, mayores alternativas de tratamiento inmediato existen", destacó Olmos.
"Si pensamos que se puede estar ante un ACV, no hay que medicarse o ir a descansar. El tiempo es cerebro: cada minuto que pasa es una posibilidad de hacer un procedimiento y revascularizar la zona afectada. Tampoco es recomendable tomarse la presión y medicarse: es probable que haya presión aumentada debido al ACV", afirmó el neurólogo Máximo Zimerman, director Médico del Centro CITES INECO.
Estudios muestran que las mujeres, por diversos factores, suelen recibir atención más tarde.
Una de esas razones es que en ellas el ataque cerebral se presenta con mayor frecuencia síntomas considerados más difusos o no focales, como debilidad generalizada inespecífica, fatiga, cambio del estado mental y confusión, según halló un metaanálisis publicado en 2022 en la Revista Internacional de Accidente Cerebrovascular.
"Con frecuencia, las mujeres suelen manifestar síntomas inespecíficos como dolor en el pecho, dificultad para respirar, alteraciones en la atención o memoria, así como síntomas generales como fatiga, náuseas y/o vómitos. Al presentar estos síntomas no tradicionales, pueden no identificar o subestimar la gravedad del cuadro, lo que resulta en un retraso en la búsqueda de atención médica", analizó Andrea Romeo, médica neuróloga, miembro del Servicio de Neurología Vascular del Hospital Universitario Fundación Favaloro.
Después: rehabilitación para evitar o reducir secuelas
Según datos de la ASA, al menos 6 de cada 10 personas que sufren un ACV quedan con secuelas que afectan su calidad de vida y requieren rehabilitación.
A nivel nacional, según las proyecciones realizadas en base a los datos del estudio EstEPA, en Argentina el 2% de la población mayor de 40 años vive con secuelas de un ACV previo, lo que representa a más de 340 mil personas.
Y tras el ACV, el tiempo es también un factor clave. "Desde que ocurre hasta los primeros tres a seis meses, el cerebro tiene una inmensa capacidad de desarrollar estrategias de reparación, estrategias de reorganización de circuitos neuronales que han sido dañados bajo un término que globalmente se denomina neuroplasticidad", alentó Olmos.
"La neuroplasticidad es máxima tan pronto como el paciente tiene el ACV", destacó. Y reconoció que, a medida que pasa el tiempo, "estas capacidades van perdiendo su potencialidad y si bien están presentes lo hacen en menor medida".
"Las estrategias de rehabilitación neurológica deben ser integrales y contemplar lo motor, lo sensitivo, el lenguaje y lo cognitivo; pero siempre acompañadas de estrategias de tecnologías que nos permiten hacer que los programas de rehabilitación sean mucho más intensivos y que puedan ofrecer soluciones que hoy la rehabilitación convencional hoy no está pudiendo ofrecer."
Esta rehabilitación debe estar compuesta, entre otros, de un entrenamiento físico a través de terapia ocupacional y kinesiología, entrenamiento del lenguaje y de la deglución (a través de fonoaudiología), entrenamiento neuropsicológico en el caso de que exista una secuela cognitiva y entrenamiento de todas las actividades de la vida diaria a través de terapia ocupacional, enumeró Zimmerman, quien concluyó que la terapia debe ser un "traje a medida" de cada paciente.
Fuente: Clarín
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