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La linda infancia en el campo que tuvo Perón

En 1895 el Estado argentino levantaba el segundo censo de nuestra historia. La población total alcanzaba casi los cuatro millones de habitantes. En Buenos Aires vivían unas 700.000 personas, de las cuales más de la mitad eran extranjeras. La Argentina se debatía en una nueva crisis económica que encendía todos los reflejos aprendidos en sus antecesoras de 1873 y 1890. El presidente José Evaristo Uriburu estaba gravemente enfermo y el general Julio Argentino Roca, «héroe del desierto», presidente del Senado y número uno en la línea sucesoria, estaba de vacaciones en una de sus estancias en Córdoba. Mientras esto ocurría, seguramente ajena a todos estos avatares, y según la versión canónica, el 8 de octubre de aquel año doña Juana Sosa Toledo (1875-1953) daba a luz a un niño al que llamó Juan Domingo, en homenaje a sus dos abuelos: Juan Irineo Sosa y Dominga Dutey. Parafraseando a García Márquez, diremos que el general recordaría muchos años después, que en realidad había nacido el 7 de octubre de 1893 y que su padre, Mario Tomás Perón, lo anotó como «hijo natural del declarante» con una demora de dos años cambiando el día 7 por el 8.

Lo de «hijo natural» no pasará desapercibido por la vida de Perón y le confesará a Enrique Pavón Pereyra: «Ese hijo no tenía padre y la ley argentina prohibía hasta investigar la paternidad del recién nacido. Pero sí se castigaba el adulterio de la mujer y ese hijo pasaba a ser un bastardo. Al padre se lo eximía de toda culpa y al hijo se le cerraban las puertas del futuro. ¿Eso era justo? Nosotros hicimos una ley que daba al hijo natural los mismos derechos que al hijo legítimo. […]Las leyes estarán siempre hechas por adúlteros que ignoran que no hay hijos ilegítimos sino padres ilegítimos».

Don Mario era hijo de Tomás Liberato Perón, senador mitrista y médico destacado durante la Guerra del Paraguay. Habría sido el primero en aplicar la vacuna antirrábica en el país y llegó a presidir el Consejo Nacional de Higiene. Mario Perón había decidido seguir los pasos de su padre; pero abandonó los estudios de medicina por razones de salud y se radicó en Lobos, provincia de Buenos Aires, para dedicarse a una pequeña producción agrícola-ganadera. Tenía 23 años cuando conoció a Juana, una muchacha de 17, «criolla con todas las de la ley», al decir de Perón, que como muchos paisanos aunaba sangre indígena y española. En 1891 nació Mario Avelino, el primer hijo de la pareja, que no estaba «legalmente constituida».

En los últimos años creció la polémica sobre el lugar de nacimiento de Perón. A la versión tradicional, que ubica su casa natal en la calle Buenos Aires 1380 de Lobos, se le opuso la afirmación impulsada fundamentalmente por el doctor Hipólito Barreiro -uno de los médicos del general en el exilio-, quien en su libro Juancito Sosa, el Indio que cambió la Historia, sostiene que Juan Domingo nació en Roque Pérez. Al trabajo de Barreiro se ha sumado últimamente el libro Perón ¿cuándo y dónde nació?, de Oscar Domínguez Soler y Alberto Gómez Farías, publicado por la Universidad de La Matanza, que aporta un valioso material documental en apoyo de esta hipótesis.

El acta de bautismo de Perón data del 14 de enero de 1898. En la ceremonia celebrada en la parroquia de Lobos, en la que no estuvo presente su padre, fue bautizado como Juan Domingo Sosa, hijo natural de Juana Sosa.

El futuro líder de los trabajadores pasó su infancia como miles de chicos del campo, montando a caballo y compartiendo el mate, las anécdotas y las fascinantes historias de aparecidos y luces malas con los peones. Su primer amigo fue el domador Sixto «el Chino» Magallanes, quien lo inició en el arte de montar y en la pasión por los caballos y los perros, que lo acompañaría para siempre.

Para fines de siglo, la situación económica de los Perón se volvió difícil y don Mario decidió probar suerte en la Patagonia. Firmó un contrato con la empresa Maupas Hermanos, una administradora de estancias ovejeras, y hacia allí marchó en avanzada con sus peones; él, en barco y sus empleados, en arreo a caballo, recorrieron 2.000 kilómetros hasta llegar a la tierra prometida: una estancia al noroeste de Río Gallegos, Santa Cruz. La estancia patagónica implicó un mundo lleno de aventuras para los hermanos Perón.

Si en Lobos la economía familiar no andaba muy bien, en el sur las cosas no mejoraron, con el agravante de que la vida cotidiana se volvía más complicada con un clima hostil y fríos extremos que perjudicaban la salud de los chicos. Todo esto llevó al matrimonio Perón a tomar la decisión de mudarse al clima un tanto más benévolo de Chubut. La imagen y el espacio que ocupaba Doña Juana crecen proporcionalmente a las dificultades que tiene que afrontar la familia. Tenía un especial don para las curaciones domésticas, que la llevaría a ejercer de comadrona, con el pequeño Juan Domingo como asistente. También le gustaba acompañar a sus hijos y a su compañero, montada a caballo, cuando salían de cacería.

Juancito se trasladó a Buenos Aires y se instaló en la casa de la abuela paterna, Dominga Dutey, para estudiar en la escuela ubicada en la calle San Martín 548 y luego en el Colegio Internacional Politécnico de Olivos. No era lo que se dice un buen alumno, pero sí un gran apasionado por todos los deportes.

Cuando cumplió los 15, comenzó a estudiar las materias para ingresar en la Facultad de Medicina. Parecía dispuesto a seguir la tradición familiar y los deseos de su padre. Pero muy pronto, influido por varios compañeros de la secundaria, rindió y aprobó el examen de ingreso al Colegio Militar. Por ser quinto en el orden de mérito, consiguió una beca de apoyo económico. Para 1911 el muchacho ya era un flamante cadete que iniciaba una carrera que nadie podía imaginar hasta dónde llegaría.

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