Aquella mañana de 1853, las palabras de fray Mamerto Esquiú quedaron grabadas en el corazón de quienes colmaban la iglesia matriz de Catamarca: «enjuguemos las lágrimas, y alejando nuestra vista de lo pasado, tendámosla por el porvenir de la gloria nacional que el 9 de julio ha creado (…). La libertad sola, la independencia pura no ofrecían más que el choque, disolución, nada; pero cuando los pueblos, (…) se aúnan y levantan sobre su cabeza el libro de la ley, y vienen todos trayendo el don de sus fuerzas, e inmolando una parte de sus libertades individuales, entonces existe una creación magnífica que reboza vida, fuerza, gloria y prosperidad: entonces la vista se espacia hasta las profundidades de un lejano porvenir».
En un llamado a la reconciliación, a una vuelta de página superadora de los enfrentamientos internos que siguieron a la declaración de independencia hasta la promulgación de la Constitución Nacional, Esquiú propone que la clamada libertad, para ser realmente tal, necesita un marco de referencia, un fundamento que la antecede y que le permite desarrollarse en un sentido pleno. La libertad requiere del cauce de la ley, y la primera e ineludible es la ley de la dignidad infinita del ser humano. La característica de infinita remite a su fuente: somos seres radical, absoluta e infinitamente amados por Dios. Por lo tanto, este primado de la persona y la defensa de su dignidad permanecen más allá de toda circunstancia: de la edad, raza, nacionalidad, situación social, ideología política, creencia religiosa. Una nación será realmente libre y soberana si es capaz de garantizar y promocionar la dignidad de todos y cada uno de sus habitantes. Esta referencia objetiva para la libertad responde a la iniciativa amorosa y libre con la que el Señor nos regaló la vida y nos unió a Él; y a la estructura relacional del ser humano. Así se supera una perspectiva autorreferencial e individualista de la libertad, que pretende crear los propios valores prescindiendo de las realidades objetivas de bien y de la relación con los demás.
En el contexto de nuestra realidad diocesana encontramos diversas situaciones que lesionan la dignidad de nuestros hermanos y las oportunidades para ser libres. El flagelo de la inseguridad (tanto en el ejido urbano como en el campo); la violencia que afecta sensiblemente la vida familiar, muchas veces emparentada a la venta y consumo de drogas y de alcohol. Personas en situación de calle con problemáticas que exceden lo económico y que carecen de lugar para pernoctar, de acceso a su higiene personal y de reparo ante las inclemencias del tiempo. A la recesión persistente en algunos rubros de la industria y del comercio (y a las consecuentes primeras cesantías laborales) se suma la mendicidad que se va instalando como estilo de vida, tanto en las ciudades como en algunos pueblos chicos. Este problema se agrava por la presencia de menores que ven comprometida la normalidad de su desarrollo personal y el acceso a una educación sistemática y sostenida. Otros desafíos recurrentes es la dificultad de acceso a la atención sanitaria para casos complejos (e incluso, en algunos lugares, a servicios básicos como el consumo de agua potable) y la dinámica de migración de quienes buscan mejores condiciones dentro del territorio diocesano mudándose de las zonas rurales a las urbanas o desde las ciudades al extranjero.
Frente a esto, es bueno reconocer que son muchos también quienes libremente se comprometen con creatividad y entusiasmo para buscar respuestas. Así, verificamos iniciativas que liberan de parte de particulares, de instituciones intermedias y del estado: espacios y talleres para niños y adolescentes vulnerables o adultos mayores que están solos; gestos y campañas solidarias, nuevas modalidades de formación y microemprendimientos, interacción público-privada en red a nivel de barrios y de pequeñas localidades (un modelo que necesitaría replicarse más a nivel provincial y nacional para problemáticas macro complejas).
En un nuevo aniversario de nuestra Independencia, es fundamental garantizar la dignidad humana como base para el libre desarrollo personal y comunitario. También crecer en una conciencia de libertad que, además de buscar romper las cadenas que oprimen (ser libres de…), se anime a madurar en el compromiso responsable con la historia y con los demás (ser libres para…). Es importante urgir una nueva reflexión sobre los deberes que los derechos presuponen, sin los cuales éstos se vuelven arbitrarios.
Así como nuestros congresistas de 1816 a pesar de muchas diferencias consensuaron un proyecto de nación, hoy se nos propone como paradigma social la figura del poliedro que expresa cómo lo diverso convive complementándose, enriqueciéndose e iluminándose recíprocamente, aunque esto implique el ejercicio arduo de la escucha y del diálogo. El reconocimiento de la dignidad única y original de cada persona y el compromiso para que pueda vivirla en plenitud, cuando se hace cultura, sienta las bases para un nuevo pacto social y para un país independiente, soberano y verdaderamente libre.
Comisión de Desarrollo Humano Integral de la Diócesis de Rafaela
Comentarios