Tuvo reconocimientos en vida pero se comenzó a rendirle homenaje 38 años después de su muerte cuando, con justicia, se determinó que su fecha de nacimiento fuera instituida como el "Día del Médico". Es que Carlos Juan Finlay y Barré había pasado toda su vida investigando qué era lo que causaba la fiebre amarilla y cuando descubrió que el culpable era un mosquito, nadie le creyó.
Nunca olvidaría el 14 de agosto de 1881 cuando brindó los resultados de sus estudios en la disertación "El mosquito hipotéticamente considerado como agente de transmisión de la Fiebre Amarilla", que pronunció en la asamblea ordinaria de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana que funcionaba en el primer piso del ex convento de San Agustín, un antiquísimo edificio fundado por los españoles en el siglo XVII.
Era el resultado de años de investigaciones que daban por tierra con viejas concepciones incomprobables que dicha enfermedad se transmitía por el aire y por contacto directo. Finlay aseguró que la hembra del Aedes Aegypti era la culpable de la propagación de un flagelo que desvelaba a la comunidad científica mundial. Las sonrisas, los murmullos y un estrepitoso silencio precedieron al abandono de la sala de los médicos. Le dieron la espalda.
Ignorado
Ya estaba acostumbrado. Cuando a su regreso de un viaje de estudios a Europa, dio a conocer que el cólera se transmitía por la Zanja Real -el primer Acueducto que suministró agua potable a la capital cubana- que pasaba por el barrio del Cerro donde vivía, le prohibieron publicarlo. Eran tiempos de guerra y no era conveniente. Recién se daría a conocer en 1873, cuando la epidemia ya había pasado.
De apellido escocés, había nacido en Cuba porque su papá Edward, un médico que quiso enlistarse en el ejército de Simón Bolívar, viajó en un barco que naufragó, se casó en Trinidad y Tobago y se mudó a la actual localidad de Camagüey.
En 1855 se graduó del Jefferson Medical College, en Estados Unidos, país en el que era mucho más flexible el régimen de admisión que en la Cuba española de entonces. Ahí estudió con el profesor John Mitchell, defensor de la innovadora teoría que sostenía que los gérmenes eran transmisores de enfermedades. Las enseñanzas de Mitchell le quedaron grabadas por toda su vida: le remarcaba la importancia de la observación y la investigación.
El estudio de la propagación del cólera y la viruela se transformó en su obsesión. Finlay, además, investigó la cirugía del cáncer, los efectos nocivos del gas del alumbrado, la lepra y el tétanos en los niños recién nacidos. Aun así, con estos antecedentes, la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales demoró siete años en aceptarlo como miembro.
En febrero de 1881, en la Conferencia Sanitaria celebrada en Estados Unidos, ya había adelantado la existencia de un agente independiente de la fiebre amarilla y del enfermo. Junto a su colaborador el médico español Claudio Delgado y Amestoy entre 1881 y 1900 realizaron cientos de experimentos para poder demostrar fehacientemente su teoría, auxiliado sólo con su viejo microscopio que lo acompañaba desde sus épocas de estudiante. Fue el 30 de junio de 1881 cuando realizó la primera prueba experimental con un mosquito.
En los años siguientes, tuvo la ayuda de curas españoles llegados a la isla, quienes se ofrecieron voluntariamente a someterse a sus pruebas.
Comisiones científicas enviadas a Cuba en los últimos años del siglo no tomaron en cuenta las conclusiones del cubano. Y él, mientras tanto, insistía en la destrucción de las larvas de mosquitos y pedía la implementación de medidas de profilaxis. Pero no había caso; no tenía amistades influyentes y la cerrazón de sus colegas le impedía ser escuchado.
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