Por Jorge Ternengo
La aventura la realizó Ernesto Petrini fue destacado corredor, integrante de la troupe del Turismo Carretera, en las décadas del '50 y del '60. Compañero en las rutas de los hermanos Gálvez, entre otros grandes, era un apasionado de las carreras, pero poseía, además, un enorme entusiasmo por la aventura.
En el año 1953, Petrini decidió ir a correr una carrera al viejo continente, específicamente a Italia, el recorrido de la misma era el siguiente: partía desde la capital, Roma, iba a Lieja y volvía a Roma. Lo acompañaban en la aventura Bimbo, su colaborador de siempre y también fue de la partida el que se ocupaba de la carrocería. La financiación de este proyecto estuvo a cargo de Ernesto De Milo, dueño de una rectificadora, quien habitualmente sponsoreaba la actividad automovilística de Petrini.
Por supuesto que la tradicional cupecita sufrió algunas modificaciones para agionarla, en alguna medida, ya que iba a competir con máquinas mucho más modernas.
El auto despertaba todas las miradas, porque, entre todos los otros autos, resultaba "raro". Para colmo, en la carrera salió tercero, lo que provocó el asombro de los espectadores, que se acercaban a observarlo, para tratar de descubrir el secreto que escondía...
El auto estuvo listo, Petrini se lo llevó al presidente de la Nación, en ese entonces el General Juan Domingo Perón, para que lo viera y, a la vez, para despedirse de él, ante la inminente partida al exterior. Como se había publicitado que el auto que iba a representar al país llevaba elementos fabricados en la Argentina, trató de, con discreción, no decir la marca de algunos, pero cuando se detuvieron en la tapa de cilindro, el Presidente, que algo del tema entendía, con su más amable sonrisa, le preguntó la marca y el corredor no tuvo más remedio que decírsela. Se mantuvo la sonrisa en la cara de Perón y todo siguió naturalmente, con el ritmo previsto.
El viaje, en el transatlántico Eva Perón, transcurrió normalmente, sin sobresaltos pero cuando llegaron se desayunaron con la desagradable noticia de que la carrera se había suspendido por un mes. A pesar de la desazón provocada por este hecho, porque económicamente no tenían para vivir un mes, empezaron a ver qué podían hacer para ocupar el tiempo y, entre otras cosas se decidieron por participar en carreras de trepada, que, en ese momento, eran muy populares en Italia y el auto se las podía rebuscar. El único inconveniente radicaba en que los competidores tenían autos modernos, de las más afamadas marcas europeas, entre ellas, Ferrari, Jaguar, Maserati. Lo que hicieron fue adecuar la cupecita, todo lo posible, al nuevo destino que le tocaba recorrer: las carreras de trepada.
El auto despertaba todas las miradas, porque, entre todos los otros autos, resultaba "raro". Para colmo, en la carrera salió tercero, lo que provocó el asombro de los espectadores, que se acercaban a observarlo, para tratar de descubrir el secreto que escondía
Llegó el momento de la vuelta y aquí aparece una nueva anécdota. Bimbo su acompañante se había comprado un auto nuevo un Chevrolet 54 convertible, con el dinero que había recibido de la venta de un coche viejo, en la Argentina. Pero no iba a poder embarcarlo porque le faltaban algunos papeles, que llevaba cierto tiempo tramitarlos. O sea que había dos opciones: lo vendía y se embarcaba solo, o, se quedaba con el auto y no regresaba a la Argentina. La sensatez indicaba que la primera debía ser la elegida, pero él, enamorado de su nueva adquisición, se decidió por la segunda. El resto del grupo, desesperado, decidió pedirle al capitán del barco que le permitiera viajar con el vehículo, con la palabra de honor y el compromiso formal de ellos, de realizar la papelería en la Argentina, pero todo parecía inútil. Cuando ya habían perdido las esperanzas de que Bimbo volviera y se resignaban a que se quedara en Italia, a punto casi de partir el buque, el capitán le permitió viajar con el auto. Según ellos, su entusiasmo y perseverancia, les había permitido devolver un gaucho a las pampas argentinas. Eso sí, en la Argentina cumplieron con su palabra, hicieron toda la papelería y el auto pudo quedarse.
Como pueden advertir, las dos cosas que mencioné en el primer párrafo se cumplen: tenían una pasión sin límites por las carreras y un espíritu de aventura, que los hacía seguir adelante y no retroceder ante nada, no se corría esta carrera, bueno, a ver, habrá otra, ahí nos prendemos, la cuestión era correr. Eran luchadores de la vida y del deporte. Eran épocas distintas, tiempos en los que una empresa patrocinaba un proyecto pequeño, pero no por eso menos valioso, para hacer conocer el país en el exterior, tiempos en que desde el Gobierno también se apoyaba al deporte. En estos tiempos de globalización y multinacionales, las cosas han cambiado.
Quiero terminar esta nota con palabras que no me canso de repetir, ojalá estos relatos sirvan para recordar a esos tipos que, como Petrini, apasionados y aventureros, locos de amor por lo que hacían, nos dejaron un legado impagable a los que amamos los fierros y el automovilismo.
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