Por Alcides Castagno
La sala del "Belgrano" poco a poco se fue cubriendo de murmullo, con una mezcla de formal informalidad, al estilo de los últimos tiempos. Todas las edades posibles. Centenares de teléfonos anunciando su presencia molesta y luminosa. La ciudad se aprestaba a celebrar su noche de vísperas, a despecho de la esperada lluvia que los relámpagos presagiaban.
Cuando el escenario terminó de ocupar las sillas y ordenar sus atriles, llegaron los instrumentos. Venían de la mano de jóvenes que ocultaban su talento dentro de la vestimenta oscura. Apagón y rayo sobre el atril anunciador con el rigor de nombres, motivos, gratitudes.
De pronto apareció él, invisible y majestuoso, con su figura dibujada en bandoneones y violines. Astor, el irascible y caprichoso genio de la música de Buenos Aires, sobreviviente de un combate que los clásicos tangueros emprendieron contra el usurpador del territorio 2 por 4. Ni vencedor ni vencido: original. En la noche del miércoles 23 de octubre del 2024 no hubo batallas, sólo la explosión de pentagramas que unieron a la Orquesta Municipal de Tango y a la Orquesta de Cámara de la Escuela Municipal de Música "Remo Pignoni".
A partir del primer acorde, la sala repleta de incógnitas se volvió certeza y los aplausos sucedieron como si alguien hubiera dado la voz de mando. Acaso la batuta enérgica, tal vez la jovencita rubia de la última hilera con su flauta traversa. Piazzolla estaba allí con su sinfonía de ciudad, tan argentina, tan porteña. Parecía solitario, hasta que apareció su amigo desde un costado; ese señor de barba y silencio llamado Aldo Ferrer, el mismo que depositó en las gargantas de dos cantantes soberbias su poesía plagada de metáforas.
Tengo una lista de nombres y títulos a mano, pero no me parece respetuoso ignorar alguno, por eso hablo de orquesta, de jóvenes que adoptaron la seriedad de la experiencia o de músicos expertos enfrascados en cuerpos juveniles.
Sin proponérmelo, aparecen las figuras de Astor, Aldo y Remo sentados en una mesa del bar del Jockey Club, en su antigua sede, aquella noche después del concierto en el "Lasserre", cuando Piazzolla estrenaba su Octeto. Allí estaban ellos tres, más Quique Rosetti, por coincidencia musical, y yo por coincidencia casual, sin pronunciar una sola palabra, a puro escuchar reflexiones, anécdotas y mutuo respeto. Todo se unía esta noche del "Belgrano", con una tormenta exterior que seguramente esperaba respetuosamente el final de la velada para volcarse por entera.
Fue música para aplaudir de pie, fue exhibir pasión y estudio, dos ingredientes que hacen al resultado de un alimento vital para la ciudad que crece; esta ciudad que tiene una rica tradición musical desde sus orígenes y que promete continuar.
Mientras salíamos por el pasillo apretado de sonrisas, alguien preguntó "¿Son de aquí?". Sí, señora, son de aquí, son hijos de la música que corre por nuestras mismas calles. No tenemos un Callao por donde rueda la luna de aquel famoso "piantao" que Amelita Baltar dejó en nuestros oídos, ni aquel chiquilín de Bachín vendiendo rosas por las mesas, pero hemos logrado que Astor Piazzolla sonría gracias a quienes aseguran su permanencia en el tiempo. Gracias.
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