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Cultura

La carneada: un antiguo rito de la tradición campesina

El ama de casa se levantaba temprano en la mañana y calentaba el agua en el pequeño horno del patio, luego con la competencia y destreza que le transmitieron los viejos de la casa, preparaba una cuidadosa mezcla a base de harina de maíz y cebada, los nobles cereales que, presentes en gran porcentaje, habrían permitido que el cerdo aumentara su peso de manera armoniosa, así como el salvado y la harina de soja que le otorgaban a la carne aromas y fragancias inimitables. Sabía que, si le hubiera agregado un porcentaje de suero al agua caliente, la carne habría adquirido sabor y sustancia. El puré se amasaba con las manos.

Lo hacía todos los días durante aproximadamente un año, excepto el domingo, cuando el cerdo ayunaba. Se seguía siempre esta tradición: el domingo los cerdos nunca comían, quizás porque lo requería su sistema digestivo, quizás, en cambio, el ayuno era casi un rito religioso para sostener la vida espiritual de la familia.

Era importante en el campo, cuando la forma de vida implicaba un mayor gasto de energía, obtener mucha grasa y tocino de la matanza del cerdo. Por tanto, era costumbre engordar bien al animal para obtener una carne con una buena cobertura de grasa que, además de asegurar el aporte de calorías necesarias para el fatigoso trabajo del campo, protegiera la carne durante la maduración.

Los primeros meses de verano, los cerditos eran alimentados con una dieta ligera a base de suero de leche, producto de la elaboración de queso, restos de cocina, frutas y una hierba llamada localmente nuscièlla, de la que eran muy golosos.

Durante unas horas al día, generalmente al mediodía, se lo dejaba libre para que fuera al arroyo a revolcarse en los charcos de agua.

En el otoño les servían castañas peladas y hervidas, polenta elaborada con harina de castañas del año anterior sacada de cajas especiales, para dar cabida a la nueva cosecha, mezclada con los restos de la reciente cosecha de papas.

El período de engorde propiamente dicho comenzaba en septiembre. Entonces la dieta se volvía más consistente, a base de preparaciones hechas con harinas de varios cereales, salvado de trigo y papas y obviamente las sobras de comida.

El cerdo, arribado a un cierto punto, estaba tan gordo que se movía lentamente, comía menos y corría el riesgo de perder peso. Había llegado la hora de la matanza.

Generalmente, el cerdo se sacrificaba después de mediados de enero y no más tarde de la primera quincena de febrero, un período invernal muy frío y adecuado para almacenar carne (las heladeras llegarán más tarde).

En los pequeños pueblos de montaña la matanza del cerdo y el procesamiento de sus derivados lo hacían los propios campesinos en colaboración unos con otros. En el pueblo había una o más personas que sabían sacrificar los cerdos. Estos especialistas, que iban de casa en casa, fueron apodados "masacrin" (mata cerdos).

La fase lunar se consideraba muy importante para la matanza del cerdo (luna menguante y luna nueva) así como el dicho según el cual: "se quand ch' it masse 'l crin la dona a l'ha sò mèis, mandla a spass për ël pais” (si cuando matas el puerco la mujer de la casa está menstruando, mándala a pasear por el pueblo). Ese día no se podía hacer el pan ni pasta, por temor a que la carne fermentase y se pudriese en poco tiempo.

La preparación del evento comenzaba días antes. El abuelo preparaba la leña para el fuego; tenía que ser la adecuada, la que mantenía el calor constante para cocer la grasa en la gran olla de cobre y que la madre pulía cuidadosamente el día anterior con sal gruesa y vinagre de vino para evitar que el óxido negro del cobre contaminase la grasa y la hiciera desagradable al paladar.

La dueña de casa en los días anteriores había comprado las especias para los embutidos, no sin antes preguntar cuáles y en qué cantidad debían ser: sal fina y gruesa, pimienta negra en grano, pimienta blanca molida, salitre. En la casa no debían faltar ajos, cebollas, vino blanco, hojas de laurel, aguja e hilo para coser las tripas.

La familia debía estar provista de otras ayudas para la matanza y procesamiento de la carne como: la olla para hervir el agua, el caldero de cobre, palos para revolver la grasa, una balanza grande y una pequeña para las especias, el horno, las poleas y ganchos para colgar el cerdo para descuartizar, el trineo para arrastrar el cerdo muerto hasta la zona de procesamiento, la tela para los chicharrones, una tabla de picar grande, una mesa larga, el delantal preferiblemente con rayas rojas.

La noche anterior, se quitaba la nieve del corral cerca de los establos y se preparaba lo necesario para el día siguiente. Se aprontaba una gran tabla sobre la que se sacrificaría el cerdo y un andamio para colgarlo y descuartizarlo. Media docena de cuchillos eran cuidadosamente afilados.

A primeras horas de la mañana se ponía a calentar agua en un gran caldero, entretanto se juntaban todos los hombres del pueblo que habían sido avisados.

Cuando el agua alcanzaba la temperatura adecuada, comenzaba el "sacrificio".

El cerdo debía desangrarse completamente hasta morir. La sangre se recogía en un balde, se revolvía constantemente con un palo de madera para evitar que se coagulara, para más tarde ser el ingrediente principal de la morcilla.

Después de que el animal moribundo hubiera emitido el último suspiro, sus mejores cerdas eran recuperadas para hacer cepillos, pinceles o adornar las puntas de los hilos que se usaban para coser los cueros de los zapatos.

Luego, el agua hirviendo se rociaba sobre la piel del cerdo y los participantes, armados con un cuchillo afilado, raspaban todas las cerdas restantes cuidando de no pelar las últimas vértebras de la cola, las cuales eran cortadas y arrojadas sobre el techo del chiquero para propiciar la futura presencia de otro cerdo.

En este punto, el cuerpo del cerdo estaba bien afeitado y aseado. Se le realizaban cortes precisos en las patas traseras para insertar mosquetones de acero entre los tendones que permitían enganchar y colgar al cerdo boca abajo para comenzar a procesar.

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