Por Editorial
El presidente Javier Milei usó su intervención en la Asamblea General de Naciones Unidas para lanzar fuertes críticas hacia esa organización internacional y anunció que el país no participará del "Pacto del Futuro", una agenda internacional que compromete a 193 países con metas de desarrollo humano, reducción de la pobreza y cuidado del ambiente. Acusó a la entidad de fracasar en lograr la paz global y promover "políticas socialistas". Propuso como alternativa una "agenda de la libertad" poco definida.
Aunque el discurso entusiasmó a sus seguidores libertarios y llamó la atención de la prensa internacional, es poco probable que redunde en algún beneficio para el país. Por el contrario, puso a la Argentina junto a naciones aislacionistas como Rusia, Nicaragua, Corea del Norte o Irán, en las antípodas de lo que el Gobierno quiere representar.
No hay dudas que el funcionamiento del sistema internacional es criticable. La ONU no ha logrado atemperar los conflictos en Medio Oriente o Ucrania, resolver disputas comerciales o encauzar las crisis humanitarias en Sudán o Haití. Potencias como Estados Unidos, China o Rusia han privilegiado sus estrategias individuales en la disputa geopolítica por el poder global, debilitando el multilateralismo. Sin embargo, socavar los mecanismos de discusión y concertación internacionales que quedan no parece ser la mejor estrategia para un país relativamente débil y periférico como el nuestro.
Además de la pretensión refundacional de otras administraciones, Milei privilegia en su vínculo con el mundo su ideología personal, los mensajes a la política interna y posicionarse como referente global de las "derechas alternativas" en auge.
Pero estas posturas acentúan el aislamiento internacional del país y generan desconfianza tanto en aliados políticos como en socios comerciales. En apenas seis meses el Presidente ha tenido conflictos con líderes de España, China, México, Brasil, Colombia y Chile. Su destino favorito en las giras al exterior es EE.UU., con quien plantea una alianza incondicional junto a Israel, pero no se ha reunido ni una sola vez con la administración del presidente Joe Biden. Ha preferido como interlocutores al magnate tecnológico Elon Musk y otros ejecutivos privados.
Uno de los analistas más lúcidos de la política exterior argentina, Juan Gabriel Tokatlian, ha señalado que el giro impuesto por Milei a nuestra política exterior es el más radical desde el retorno a la democracia, una "antidiplomacia" que confunde ideas y afinidades personales con los intereses del país. En la ONU, "Milei ya no le habla a otros países, sino a intereses y grupos económicos muy poderosos", señala Tokatlian. Destaca que hoy las 10 grandes empresas tecnológicas más importantes del mundo reúnen un PBI de USD 10 billones, por encima de la segundo potencia mundial, China. El problema es que, pese a estos nuevos actores, la política global sigue dependiendo de los Estados. La diplomacia y las formas importan, y mucho.
Un ejemplo claro de esta política errática e inconsistente ha sido el tema Malvinas: el Gobierno firmó recientemente, sin consultar al Congreso o a la oposición, un acuerdo que reanuda los vuelos a las islas a cambio de importantes concesiones a Gran Bretaña: los vuelos a San Pablo abren a los malvinenses el ingreso a un mercado de 30 millones de habitantes en Brasil, el de "cooperación Antártica" ayuda a legitimar la posición británica allí y el de pesca reconoce a los isleños como actores económicos.
Ventajas materiales, concretas e inmediatas a cambio de consuelo emotivo", criticó la propia Victoria Villarruel.
Argentina tiene una tradición de defensa de la legalidad internacional, un compromiso con los Derechos Humanos y el medio ambiente, que le han dado un capital político ante el mundo. Los giros drásticos, caprichosos e improvisados pueden dar dividendos políticos de corto plazo, pero socavan el prestigio y los intereses más permanentes de nuestro país.
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