Antes que nada, nobleza obliga: tiene razón el kirchnerismo. Es una vergüenza que el gobierno nacional desarme el ministerio de la mujer y deje a las mujeres argentinas a merced del exsenador kirchnerista José Alperovich, del intendente kirchnerista Fernando Espinoza, del expresidente kirchnerista Alberto Fernández, del exjerarca kirchnerista Guillermo Moreno y sus patotas que violentaban mujeres en el INDEC, del puntero chaqueño kirchnerista Emerenciano Sena, de los periodistas kirchneristas Pedro Brieger y Carlos Guazzora, del kirchnerista Jorge “Loco” Romero, exjefe bonaerense de La Cámpora y de tantos otros machos de La Cámpora que la misma Cámpora ha escondido. Al final, tanto que lo criticaron, el único que trataba bien a las mujeres era Insaurralde.
Por supuesto que, como acaba de decir Cristina en su último tuit, “la misoginia y el machismo, sobre los que se asienta la violencia contra la mujer, atraviesan a todos los estamentos de la sociedad y no tienen bandera partidaria”. Sin embargo parece que hay algunas banderas partidarias en las que la violencia contra las mujeres se siente un poquito más a gusto.
Dicho esto, vamos al punto.
Sabíamos del coraje de Alberto. Su eficacia, su valentía y su sacrificio a la hora de cumplir el objetivo de destrozar al kirchnerismo en defensa de la República, siempre le fueron reconocidos. Pero jamás imaginamos que llegaría a tanto.
Este verdadero Usain Bolt de la política, este Novak Djokovic de la lucha contra el populismo, ha batido todos los récords. Aferrado al cuerno de su monomotor Mitsubishi Ki-15, este valiente kamikaze bajó la nariz de su avión, apuntó al corazón del acorazado kirchnerista y se inmoló.
El heroico Topo Alberto demostró ser capaz de tolerar lo que ningún otro ser humano toleraría con tal de lograr el objetivo de arrastrar en su debacle, no solo al kirchnerismo, sino a todo el peronismo.
En un gesto patriótico sin precedentes, el Gran Alberto Ángel Fernández se está bancando ser considerado unánimemente por toda la sociedad como el chanta, la basura, el mequetrefe, el violento y el cagón más grande y despreciable de la historia argentina. Su epopeya rompió con todas las marcas olímpicas.
Solo nosotros, los que escribimos y leemos esta página, sabemos que ninguno de estos horribles adjetivos se corresponden con este verdadero mártir de la Patria. Hace años que desde acá venimos revelando los detalles del Operativo Topo.
Tan extraordinaria fue su tarea que, luego de infiltrarse, logró engatuzar a millones de ciudadanos con el cuento del profesor de derecho moderado que, a upa de los Kirchner, entró a la Casa Rosada bajo la bandera de “volvimos mejores”. Gran trabajo actoral.
Sin embargo, hay una persona a la que el Topo nunca pudo engañar: Cristina Fernández de Kirchner. Ella siempre supo quién era Alberto Fernández pero entró en el juego porque Cristina tenía su propio plan, también varias veces explicado en esta página. Recordemos.
Entre 2008 y 2018 Cristina vio como Alberto deambulaba por todos los canales de televisión diciendo barbaridades sobre Ella y su gobierno. Se la pasó diciendo que era “patética”, que su gobierno había sido deplorable y corrupto, que todo fue un gran despilfarro y hasta la acusó de armar con los iraníes un plan presidencial de encubrimiento (entre nosotros, Alberto tenía razón).
Cristina tragó odio, aguantó y planeó la venganza. Fue paciente. Dejó que las mareas políticas le fueran acercando a Alberto a sus orillas. En el verano de 2019 le dio a probar las dulces mieles del poder y se acariciaron. Así comenzó esta danza de seducciones en el que cada uno buscaba su objetivo.
Él tratando de introducirse como Topo y ella tratando de atraerlo a su guarida para liquidarlo. “Vas a ser el presidente”, le dijo Cristina y Alberto aceptó creyendo que, con el atractivo irresistible que le confieren el bigote, la busarda y los dientes de azulejos blancos, la había logrado cautivar.
Sin querer, Alberto había entrado en la ratonera. Pero sin querer también, Cristina había metido un tiburón en la pileta.
Así se puso en marcha el Operativo Topo pero así también empezó el Plan Humillar de Cristina.
A finales de 2019, ambos planes ya funcionaban a full. Alberto desplegaba todo su talento para hacer y decir pelotudeces. Cristina nunca paró de humillarlo. Cada mañana Ella lo desautorizaba, le echaba funcionarios, le publicaba cartas, lo obligaba a decir lo que ella quería, le mandaba dirigentes a tratarlo de mequetrefe, okupa o borracho. El maltrato fue constante. Lo humilló todos los días durante cuatro años. Y para peor, el Topo siempre estuvo obligado a disimular. “Es exactamente como dice Cristina”, dijo Alberto cuando Cristina le sacó el micrófono delante de todos en el acto del 18 de agosto de 2021. “Me reta, me reta” agregó ese día mientras se reía de los nervios.
Se equivoca Mayra Mendoza cuando dice que Alberto ejercía violencia contra Cristina. Todos vimos que fue al revés. De hecho, Cristina le hizo echar a todos los funcionarios albertistas: desde Maria Bielsa a Guzmán y desde Losardo hasta Kulfas. Al mismo tiempo, Alberto jamás pudo tocar a ninguno de los funcionarios que respondían a Cristina. Desde Wado de Pedro hasta el último militante de la Cámpora en el PAMI, la ANSES o Aerolíneas.
Sin dudas, el gobierno presidido por Alberto fue, en realidad, el gobierno de Cristina. Solo se pusieron de acuerdo cuando bloquearon la Pfizer y mandaron a la muerte a miles de argentinos. Daños colaterales de la estupidez.
Alberto se dejó humillar. Por un lado no tenía otra opción, pero por el otro la humillación del presidente era funcional a la idea de autodestruir su propio gobierno y demoler al kirchnerismo. Simular ser un gran boludo era parte del plan. Los planes de Alberto y Cristina se combinaron a la perfección. Ni que lo hubieran pensado juntos.
Hoy se respira un engañoso clima de fin de ciclo. El martirio de Alberto fue un éxito, pero tiene un efecto temporario. Un 30% del país volverá a emocionarse cuando vea a su Jefa en el escenario gritando ¡Hola a todos y todas!
Así como no importaron los bolsos de López ni La Rosadita ni Nisman ni el apoyo a Maduro ni Once ni los hoteles ni Lázaro ni Boudou ni nada y volvieron en 2019, desde ya anticipamos que tampoco van a importar las trompadas de Alberto.
El kirchnerismo solo necesitará que, a ese tercio de convencidos, se le agregue un 20% más de argentinos que vea en 2027 que en el changuito lleva menos productos de los que lleva hoy. Así de simple.
Alberto ya hizo su trabajo. Medalla de Oro. Ahora todo depende de Milei. Más vale que no se equivoque.
Mientras tanto, el viernes reapareció Kicillof diciendo que el asunto lo tenía en estado de shock. A su lado estaba sentado y silbando bajito el intendente Fernando Espinoza, procesado por abuso sexual. ¿Es Axel Kicillof otro inútil que no entiende nada o estamos ante un nuevo Topo? Nada debería sorprendernos en esta miniserie guionada como los dioses.
Este capítulo en particular cierra de la manera menos pensada. Nunca nadie jamás se imaginó que, al final del cuento, la figura más trascendente y decisiva del cuarto gobierno kirchnerista terminaría siendo Fabiola Yañez.
Sorpresas te da la vida.
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