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Opinión

Qué viento se llevará tantas palabras

Alcides Castagno

Por Alcides Castagno

La palabra latina "res" tiene varias acepciones: cosa, comida, hecho, son las principales. Cosas, no palabras, para reclamar bienes y obras; comida y no palabras, para reclamar acceso a los alimentos; hechos, no palabras para reclamar decisiones, leyes, controles, proyectos realizables, concreciones sociales. Otros oradores latinos empleaban sinónimos: facta non verba y acta non verba, con lo que se precisaba más el reclamo: hechos, no palabras y actos, no palabras.

Hace unos años, estando en Fossano, en el mercado donde los ganaderos de la zona realizan sus negocios de compra-venta de hacienda, similar a nuestras ferias ganaderas, me llamó la atención que, en las mesas del bar a un costado de los corrales, los campesinos conversaban animadamente y, de cuando en cuando, alguno golpeaba la mesa con su puño cerrado. Pedí aclaración y me dijeron: aquí los negocios se pactan de palabra y un golpe de puño sobre la mesa es como la firma. Con eso basta. La palabra es el contrato.

La palabra no es el único medio de comunicación, pero sí el más universal, por lo tanto el mejor, aunque una imagen valga más que mil de ellas. Con la palabra se transmite, educa, alaba, describe, corrige, ama, lucha, informa, consuela, divulga. También se miente, difama, calumnia, perjura, odia, engaña. Tiene todo lo que el hombre contiene de positivo y también de negativo. Sin embargo, si las palabras van acompañadas de un mal gesto, sufren de muerte súbita. Si usted le dice a una persona te quiero y le da una bofetada, ésta tendrá más valor que aquélla. Si usted le dice a una persona te quiero y no se lo demuestra con hechos, la palabra diluye su valor y se convierte en un simple acto de distracción, en un mero mensaje de texto.

La pirotecnia verbal de los profesionales de la palabra ampliada y de la acción negada hacen del año electoral un calendario declamado. De hecho, las cámaras legislativas han sido muy poco activas, cuyos miembros elegidos y sus centenares de asesores se la han pasado del escenario al avión, de la camioneta al salón, en la ardua tarea de explicar lo inexplicable. Así ocurre puntualmente cada dos años. Ellos nos aman, dan todo por nosotros y hacen lo posible y lo imposible por demostrarnos ese amor. Aceptemos que nos hemos vuelto incrédulos, que esperamos la "acta, non verba", pero tememos que, a la hora de las comprobaciones, todo será tarde.

Ya que estamos en el amor, recordamos que Platón definía su filosofía del "amor platónico" como una actitud sentimental hacia la belleza pura, sea de actitudes, de formas, de conceptos, y aclaraba que una persona podía amar a otra intensamente, pero sin tener contacto físico con ella. Para el platonismo la contemplación de las ideas es la meta final para alcanzar la verdadera felicidad. Probablemente le sirvió para ser feliz. Como sabemos, pasó a la historia su teoría filosófica pero no su práctica natural. De inmediato surgieron los partidarios de la res non verba o de la res et verba y, dándole la espalda al filósofo, continuaron con el ejercicio de la pareja humana, la procreación y lo que lo rodea en este siglo, el anterior, el futuro, en oriente y occidente. Menos mal, porque seríamos muy pocos.

La cosa pública se puebla de administradores nuevos o reciclados cada cuatro años. Todos por voto popular secreto y obligatorio. Este deber cívico genera una verborragia sin límites en procura de seducir al votante secreto y obligatorio. Ya no es suficiente ese canto de sirena, florido y efectista, que apela a los argumentos más sensibles inspirados por la verba, la palabra tan liviana que se le lleva el viento de los hechos. Los argumentos no son suficientes. Del otro lado, del lado del votante, se pide algo más, algo mejor, algo más contundente.

Es el turno de la promesa, del compromiso verbal, heredero de aquellos paladines de la democracia que, contagiados del valor que tenía la palabra empeñada, con el solo sello de un apretón de manos, diseñaban un futuro próspero, de graneros llenos, de manos laboriosas y administradores probos. Olvídense. Esa práctica honorífica fue devaluándose como el peso moneda nacional, el peso argentino, el peso Ley 18.188, el austral, otra vez el peso y sigamos bajando la cuesta.

Los funcionarios -o funcionales a una elección- no han cedido en su empeño. Ante la concurrencia numerosa se encienden de fervor prometedor y arrancan aplausos que alimentan aún más la verba encendida. Siempre hay un argumento preparado para cuando la realidad, la res, la facta, se pega el faltazo. Más aún si lo prometido es grande. La res desmiente a la verba y seguimos andando.

El ciudadano de a pie, el que no anda en un largo corcel de vidrios polarizados, mira pasar la cohorte inauguradora, la verbonauta, y tirará la moneda para ver si, cayendo de canto, le indique si votará al que mejor prometió o al que algo hizo. Será perseguido hasta la urna con aliento feroz. Al llegar, extenuado, pedirá clemencia y desde el fondo de la caja de votos secretos y obligatorios surgirá una voz que diga: "Quien esté libre de promesas incumplidas, que tire la primera piedra". El homo votantis pondrá su propia voz en el voto y recordará las promesas de tantos periodos pasados de a cuatro. En sus oídos, el jingle y el ruego de vote vote vote, no deje de votar.

Argentina, la que canta y camina, reclama nuestras deudas como nosotros adeudamos a tantos acreedores, aquellos que confiaron en la verba y esperan la llegada de la res.

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