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Opinión

¡Muévanse!

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María Fux, hubiera cumplido 103 años el 2 de enero.
Alcides Castagno

Por Alcides Castagno

"La vida es movimiento. Yo estoy en la vida porque me encanta expresarme a través del movimiento", así decía María Fux, una personalidad que hablaba con la misma firmeza que transmitía en su movimiento. "Dónde está el ritmo?, me pregunto: ¿En lo que oigo, en lo que veo, en lo que toco? El ritmo está en lo que veo".

¿Por qué escribir sobre María Fux en este espacio que reservo para personajes de nuestra historia lugareña? Supongo que por una razón de admiración hacia una persona que conocí, fugazmente, allá por los setenta y tantos, cuando vino a Rafaela a mostrar su arte. Pasó su figura pequeña, grácil, casi alada y habló de movimiento, lenguaje, danza para sordos. Recordábamos esto con "Toti" Tieri, una incansable cultora del movimiento, que acompañó a la Fux en toda su estadía aquí y luego participó de sus clases en el todavía vigente estudio a dos cuadras de Congreso por Callao. Y aquí me la imagino a la bella, pequeña y movediza María diciéndome "¿no ves que va la luna rodando por Callao?" mientras recoge estrellas de mediodía con sus pies como si fueran dos medias suelas que nunca se detienen ante un imaginado fuelle piazzoliano.

María Ana Fux cumplió 101 años el 2 de enero del 2023. Danzaba desde 1942. La numerosa familia de sus abuelos con once hijos había huído en 1915 desde Odessa hacia Sudamérica, para no engrosar la lista de los judíos perseguidos y muertos por un nazismo que avanzaba. Su abuela le pedía a su madre embarazada que no mire a los peces que aparecían en la superficie del mar porque su bebé nacería con cara de pescado. Como si hubiera mirado pájaros, su bebé María Ana nació con alas imaginarias, que sirvieron para interpretar la limitación que su madre tenía en las piernas: a causa de una infección en la rodilla, debieron extirparle la rótula. No sé si puede hablarse de causalidad aquí, pero lo cierto es que, cuando su padre llevaba a sus seis hijos al Parque Centenario porque su madre no podía, ella, la mayor, inventaba movimientos, juntaba hojas de magnolia con las que formaba coronas y con ellas improvisaba danzas. A los cinco años empezó su encarnación con la danza, que no abandonó ni siquiera 95 años después. A los 13 años tomó clases con la bailarina rusa Ekaterina de Galantha. A los 15, leía una y otra vez la biografía de Isadora Duncan. A partir de ahí empezó la búsqueda de alguna forma de comunicación no verbal. El método tomó el nombre de Danzaterapia. Tenía 19 años cuando se casó con Juan Aschero, con quien tuvo a su único hijo Sergio, guitarrista, compositor de la mayoría de los temas para su madre.

Su destino tuvo una jugada decisiva cuando, ya estudiante, consiguió una beca con Marta Graham, una bailarina norteamericana, innovadora y cultora de lo que ya se había designado como danza contemporánea. Tiempo después volvió para continuar los cursos; se mantenía a duras penas trabajando en una fotocopiadora de Aerolíneas, ello le permitía mantenerse en un cuartito y comer algo. En una oportunidad se encontró a solas con la Graham en un ascensor; en un inglés rudimentario, le rogó que la viera danzar en privado. A regañadientes, le concedió media hora al día siguiente. Pasó una noche terrible. A la mañana estaba allí, frente a frente, con sus discos. No bailó media hora sino una. Exhausta, escuchó la devolución esperada de Marta Graham: "No necesitas estudiar danza; eres una actriz, una artista; debes volver y expresar lo que sientes por el movimiento, no necesitas más".

María Fux tenía miedo, pero nada la detuvo. Hizo a un lado las zapatillas de danza, el tutú nunca fue su indumentaria preferida, una larga pollera negra, pies descalzos, sonrisa convincente, voz firme, manos uniendo cielo y tierra, esa pequeña figura llenaba el escenario durante los diez años en que Leónidas Barletta le levantó el telón, pero no era todo: las figuras quasi absurdas de la danza contemporánea, que entonces empezaban a aparecer en el pequeño universo porteño, eran una herramienta que María Fux tenía preparada para los que nunca podrían ser bailarines de escenario: sordos, débiles mentales, con síndrome de Down, espásticos, ancianos. La Danzaterapia fue y es un auténtico método integrador que logró abrir horizontes y sembrar alegría. Así lo entendió el mundo que colmó su estantería de premios y distinciones; sus sedes de Brasil e Italia hicieron que el mundo tome su pulso y lo convierta en latido. María seguía repitiendo: "No danzamos para gustar sino para ser nosotros mismos, para poder crear, expresar y comunicarnos con los demás; para convertir los 'no' del cuerpo en los 'sí, puedo', esto que estoy haciendo me pertenece".

Esta muchacha a los 101 años apenas caminaba, se negaba al bastón, de vez en cuando se asomaba adonde el grupo de alumnos aprehendían la esencia de partir del movimiento para vivir. Y repetía, casi gritando: "¡El movimiento es vida! Entonces, MUÉVANSE".

El 31 de julio del 2023, en silencio y apagándose de a poco, María Fux detuvo su movimiento para siempre, aunque, conociéndola, yo no estaría tan seguro. María Fux se mueve en las decenas, en las centenas, en los miles que aprendieron a amar el espacio buscándolo en movimiento.eso no sucede lo reputa una anomalía, un error estadístico o un hecho que no existió. "El partido no se jugó", dice, epitomizando la trampa. Su concepción es religiosa: todo lo que no se amolde a su dogma es necesariamente un error. Por eso cuando el electorado le da la espalda no lo considera un ejercicio democrático sino una falla que debe ser remediada mediante el recurso de la violencia. Jujuy es el laboratorio de ensayo para todo el mal que el kirchnerismo en la oposición piensa infligir al país: no es hora para dubitativos ni tibios.

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