Por Rogelio Alaniz.
I
Las movilizaciones de multitudes en Brasil desconociendo la victoria electoral de Lula me recuerdan, en su tono y en su olor, a las tropelías cometidas por los seguidores de Donald Trump en el Capitolio, quienes también aseguraban que habían sido víctimas de un fraude. Jair Bolsonaro y Trump. No solo en estas "menudencias" se parecen. Por lo pronto, el concepto de poder y liderazgo es el mismo; también su recelo a las libertades y el humanismo liberal. ¿Pero no es que Bolsonaro es el titular del denominado Partido Liberal de Brasil? Yo recuerdo que en un país de Centroamérica había un gobernante que presidía a un partido liberal. Es más, se jactaba de su condición de liberal. Él y su hijo. A uno le decían Tacho, al otro Tachito. Claro, estamos hablando de dos reconocidos "liberales" latinoamericanos: los Somoza. Liberales, liberalismo: cuántas infamias se han cometido en tu nombre, que nació asociado a la libertad y a la crítica a todo tipo de despotismo.
II
Hasta el momento de escribir esta nota -miércoles a la mañana- Bolsonaro no había reconocido la victoria de Lula. Por supuesto, no felicitó a su adversario y hay legítimos motivos para creer que el día que Lula asuma la presidencia no se hará presente en el acto, por lo que no entregará los atributos del mando. Si así fuera, Bolsonaro estaría más cerca de Cristina que Lula, porque hasta la fecha la única que se dio el lujo de tomarse esa licencia fue la actual vicepresidente argentina. Bolsonaro y Cristina: diferentes en tantos temas, pero tan parecidos en el concepto de ejercicio del poder. ¿Detalles menores? Para nada. La política es en primer lugar una relación de poder. El poder no agota la política, pero no hay política sin él. Y lo que diferencia a un político de otro, lo que lo diferencia en serio, más allá de retóricas y proclamas, es el concepto de poder, lo que hacen o dejan de hacer al respecto.
III
Un oyente, simpatizante de Bolsonaro, me dice que no es justo lo sucedido en Brasil, y no es justo porque Lula ganó apenas por un punto. ¡Singular manera de entender la democracia! Lula no puede ser presidente porque ganó por un punto, pero Bolsonaro podría serlo porque perdió por un punto. ¡Admirable! Después se habla de fraude. Raro. Que yo sepa, el fraude lo comete el oficialismo, nunca la oposición. Y lo puede hacer porque dispone de las herramientas visibles e invisibles del poder. Según me informan, en Brasil las fuerzas armadas juegan un rol importante en los comicios. No podría haber fraude sin su complicidad. Y por lo que se sabe, los militares en Brasil están con Bolsonaro, que se esmeró en alabarlos, en reconocer sus méritos en tiempos de dictadura, y, en más de un caso, en ponderar su destreza para arrancar confesiones a través de la tortura.
IV
¿Lula es rojo? Si de colores se trata, el color que más lo representa a Lula es el amarillo. Lula estaría más cerca de los amarillos de Van Gogh que de los rojos de Henri Matisse. Puede que alguna vez haya sido rojo, pero hace unos días escuché que Jose Dirceu, uno de los dirigentes históricos del Partido de los Trabajadores -en la cárcel por corrupto- dijo de Lula: "Es más un sindicalista negociador que un izquierdista". "Le gusta más frenar que acelerar". Digamos, en tren de comparaciones, que Lula estaría más cerca de Cavalieri o Daer que de los sindicalistas trotskistas de nuestros pagos. Un dirigente gremial que fue dos veces presidente, y en estos días fue votado por sesenta millones de brasileños. Sus biógrafos hablan de un político astuto, maniobrero, atento a los humores de la sociedad, dispuesto a arreglar con Dios y con el Diablo si es necesario. ¿Pero fue o no rojo? Tal vez lo haya sido en su juventud, pero hoy es tan rojo como lo podría ser Felipe González. Es más, diría que para bien o para mal, Lula está más cerca de Felipe González que de Hugo Chávez.
V
"Lo votaron los ignorantes del norte", exclama enfurecido un militante de la causa de Bolsonaro. Perdón. Que yo sepa en Brasil hay sufragio universal y los ignorantes votan. Los ignorantes de derecha y de izquierda; lindos o feos, altos o bajos, rubios o negros. Si ese sistema al caballero seguidor de Bolsonaro no le gusta, que solicite el voto calificado, pero mientras tanto a bancarse la democracia. Ahora bien, tampoco me consta que los votos a Bolsonaro provengan de exquisitos y refinados intelectuales. O que el propio Bosonaro sea un exponente de presidente culto, como lo fue, por ejemplo, Fernando Henrique Cardoso, quien dicho sea de paso, fue uno de los primeros que felicitó a Lula después de haber sido su enconado rival en varias elecciones presidenciales. Cardoso no se hizo "lulista" y mucho menos izquierdista (ya lo fue en su juventud), simplemente consideró que puesto a elegir entre los dos, prefería a Lula, no porque fuera más bueno o más pintón sino porque considera que en condiciones difíciles de elección, el mal menor para preservar la democracia en Brasil es Lula.
VI
¿Cometió actos de corrupción el Partido de los Trabajadores? Estoy convencido de que sí. No es un convencimiento espiritual o prejuicioso, es objetivo o está fundado en las investigaciones y fallos de la Justicia. El PT no inventó la corrupción en Brasil, pero la practicó sin culpas y sin escrúpulos. ¿Lula es un delincuente? No lo sé. Y siempre dije que los probados actos de corrupción que se cometieron durante los gobiernos del PT no podrían haberse cometido sin su conocimiento. Si él personalmente se sumó a la "piñata" tendrá que probarlo la Justicia, la misma que lo metió preso y después lo dejó en libertad. Sobre este tema, que decidan los brasileños y la justicia brasileña. Bastantes problemas tenemos los argentinos con nuestros dirigentes, como para enredarnos en disquisiciones acerca de inocencias y culpabilidades en Brasil. Lo que consta objetivamente es que la candidatura presidencial de Lula fue legítima y, rezongando o no, el propio Bolsonaro la aceptó compitiendo electoralmente con él, compitiendo y polemizando. Insisto una vez más: como argentino y como alguien que hace más de veinte años no viaja a Brasil, opino que me inclino por Lula como un mal menor, pero acto seguido advierto que no estoy dispuesto a pelearme con nadie por defender a un candidato que aún no dio explicaciones convincentes acerca de sus vinculaciones -él y sus colaboradores- con el Mensalao y el Lava Jato.
VII
Concluyamos con anécdotas pintorescas actuales. Patricia Bullrich amenazó con "romperle" la cara a Felipe Miguel, jefe de gabinete de Rodríguez Larreta. No es la primera mujer que amenaza a un hombre. Es más, sé de mujeres políticas que no amenazaron, sino que directamente procedieron. Mary Sánchez en 1997 le dio una sonora bofetada al dirigente menemista Jorge Matzkin, presidente del bloque de diputados peronistas. Mary Sánchez era dirigente de CTERA y en esos tiempos se desempeñaba como diputada. La discusión por la privatización del Banco Hipotecario era dura. Matzkin se hacía el canchero hasta que sonó la bofetada. Chacho Álvarez después pidió disculpas, pero Mary no lo hizo. La otra cachetada femenina memorable fue la de Graciela Camaño contra el kirchnerista Carlos Kunkel. En homenaje al pasado y a cachetadas famosas, recuerdo que alguna vez Evita le asestó una a Oscar Ivanissevich, el peronista que veinte años después fue designado ministro de Educación y se dio el lujo de transformar a las facultades en centros de torturas y designar en el rectorado de la UBA a un fascista convicto y confeso como Alberto Ottalagano. ¿Bien o mal Patricia? No lo sé. Sí conozco su temperamento y por lo tanto no me extraña que le diga lo que le dijo a Miguel, como veinte años atrás le asestó unas cuántas cachetadas verbales a Hugo Moyano en un célebre programa de televisión dirigido por Mariano Grondona.
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