Por Alcides Castagno
Luigia Valer, nacida el 26 de enero de 1897, compartía su vida con tres hermanos; quedaron huérfanos muy pronto, al punto que debieron ser criados en un convento de religiosas en Trento. David Balduzzi nació el 30 de junio de 1881, en un pequeño pueblo entre montañas; era el menor de once hermanos y entre todos debieron afrontar su propia manutención y la de su madre, que había enviudado a poco del nacimiento de David. Era un muchacho serio, trabajador, que invadió el corazón de Luigia; formaron un matrimonio unido por el amor y los hijos. Ella, por su estadía en el convento, desarrolló una gran habilidad para la costura y el bordado. Él tenía modales suaves y firmes, pero con actitudes nerviosas que atribuía a su participación en la guerra.
En 1905 en Italia del norte había muy poco trabajo y mucha miseria. Los hermanos mayores de David emigraron a Suiza, Estados Unidos y Argentina. Él, apenas terminada la escuela primaria, con 14 años, se fue a probar fortuna a Suiza, donde encontró trabajo duro y mal pagado. Entretanto, se hablaba de la riqueza americana, por lo que, en 1908, cumplidos los 17 años, se embarcó hacia la Argentina. En Córdoba, cerca de Río Primero, se reunió con dos de sus hermanos que lo precedieron: Ángelo, con un almacén y Domenico que se dedicaba al desmonte de algarrobos, chañares y espinillos para la producción de carbón. Allí estuvo tres años hasta que cumplió los 20 y sintió que sus aspiraciones eran otras.
Hacer la América
Alguien le dijo a David que en la provincia de Santa Fe había tierras fértiles y oportunidades para encontrar el trabajo y el porvenir que anhelaba. Llegó a Rafaela y en julio de 1911 comenzó a trabajar como hombreador de bolsas en el Molino Frosi. Las estibas se hacían a pulmón, con bolsas de hasta 70 kilos. Residía temporariamente en la pensión de Dominga Boscarol. A poco de estar en su nuevo sitio, tuvo síntomas que parecían de gripe, pero fue la peste bubónica que lo tuvo internado 40 días en el hospital. Lo que sobraba del sueldo una vez cubiertos los gastos, los enviaba a su madre, que vivía con el temor de no volverlo a ver. David también añoraba el lugar de sus raíces y un día de 1914 emprendió viaje a Italia. La alegría del reencuentro no duró mucho, ya que estalló la guerra y David fue incorporado al ejército. Uno a uno contó los 52 meses en que sufrió los horrores de la guerra, sus padecimientos y miedos.
Finalmente, pudo volver a reunirse con su madre. Trabajó su propia tierra en tiempos de la paz tan esperada. Su hermano Luigi, que había emigrado a Estados Unidos, volvió para establecerse con un almacén en Trento y lo incorporó como ayudante. Trabajando allí, se enamoró de una clienta, con la que noviaron durante dos años. Tenían planes de boda, pero el resultado económico no era satisfactorio, así que inició los trámites para emigrar a Estados Unidos, donde había quedado su hermano Simón. En virtud de la acumulación de pedidos para el destino norteamericano, los trámites se hacían interminables, por lo que decidió volver solo a la Argentina, a Rafaela, adonde llegó el 22 de diciembre de 1924. Como si tuviese la intención de borrar un espacio de tiempo, volvió a trabajar en el molino de Frosi y a la pensión de los Boscarol. El noviazgo se mantuvo por cartas durante un año, hasta que en 1925 se embarcó hacia Buenos Aires. David la esperó en una casita alquilada en el barrio Villa Rosas, pero tampoco esta vez fue una inmigración simple. Para combatir la trata de blancas, por la cual llegaban mujeres solas que eran captadas para prostitución, se dispuso que toda mujer soltera, para ingresar al país, debía casarse, de lo contrario era repatriada. David viajó de inmediato y el casamiento civil se produjo el 1° de diciembre de 1925 en el Hotel de los "Inmigrantes". Como deseaban ser fieles a su religión, tomaron un carruaje y se dirigieron a la Iglesia de las Victorias. El conductor del carruaje y una persona que pasaba por allí actuaron como testigos de la ceremonia. Después de dos días en Buenos Aires, salieron hacia Rafaela para cumplir el sueño de "hacer la América" y volver a su Trento añorado.
Raíces rafaelinas
En Rafaela, los flamantes esposos levantaron su casa en el barrio Villa Rosas, con la ayuda de dos paisanos: Giuliani y Luchini. David retomó su empleo en el molino, pero esta vez como sereno, donde permaneció hasta su jubilación. En 1933, noticias de Italia les informaron que la mamá había fallecido, sin que hayan podido volverla a ver.
La pareja tuvo dos hijas, que cursaron la primaria en la Escuela "Villa Rosas". Después continuaron en la Escuela "Normal", porque la mamá deseaba que la mayor sea maestra y la menor obstetra. Sin embargo, una larga enfermedad terminó con la mujer que había venido a luchar por una vida mejor. Aquel veterano de la primera guerra, buscador de ilusiones, asumió su rol de padre y madre, crió a sus hijas (finalmente ambas maestras normales) y una noche, al son de la marcha nupcial ejecutada con violines, acompañó a las dos hijas al altar para sus bodas, en la Parroquia Santa Rosa de Lima.
Entre los recuerdos mezclados con relatos y los ejemplos de honradez absoluta, transcurrieron los años en la paz del amor familiar, prolongado en hijos y nietos, con una historia llena de tropiezos y alegrías, para fecundar la tierra adoptada para siempre.
Fuente: un relato de Elsa Balduzzi de Llodrá
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