Por Alcides Castagno
Airasca es un pequeño pueblo de agricultores en las cercanías de Torino. A fines del siglo XIX tenía un denominador común con los demás pueblos de la región: pobreza, incertidumbre, guerras y conflictos regionales siempre amenazantes, de modo que Gaudencio Mainardi y su familia decidieron emprender la aventura de "la Mérica". Lo conversaron largamente con su amigo Francisco Beltramino, hasta que coincidieron en partir.
En 1880, en un buque de vela, llegó a Buenos Aires la familia Mainardi, de allí a Santa Fe y finalmente Pilar, donde se emplearon como medieros en el campo de los Chianalino. El grupo familiar estaba compuesto por Gaudencio y su esposa Carolina Colombatti, los tres hijos varones: Gaudencio, el mayor, Antonio, Michele y las hijas Lucía y Catalina. Eran muy jóvenes y despertaban a una llanura inmensa, con todo por hacer. Durante dos años trabajaron duro, ahorraron lo posible y, con ello, pudieron comprar cuatro concesiones en la nueva Colonia Rafaela, lindando con la Colonia Susana. Construyeron una casa modesta, con lo necesario para establecerse, criar algunos animales, hacer la huerta y encarar la producción agrícola. Los Beltramino viajaron en el mismo barco, compartieron los trabajos como medieros en Pilar y compraron tierras adyacentes a las de Mainardi. Compartieron dudas, herramientas, atardeceres de vino y canto. La cercanía hizo que floreciera el noviazgo entre Antonio Mainardi y María Beltramino; además, se frecuentaban y ayudaban los vecinos, como Pedro Storero, y los Pagliero y los Genero, que un día decidieron mudarse a otros lugares.
Los peligros
Debieron adaptarse a un territorio hostil, donde aborígenes en busca de comida y caballos, más los gauchos matreros "vagos y mal entretenidos", según la definición de José Hernández, pasaban por los campos para robar y, si fuese necesario, matar.
La expresión "vago y mal entretenido" surge de la ley de Leva, de mediados del siglo XIX, cuando gauchos sin ocupación ni vivienda fija asolaban a las nuevas poblaciones desprevenidas. La ley permitía detener a los llamados vagos entre 18 y 40 años de edad que no presentaban una "papeleta de conchabo", certificando que estaban empleados y registrados por un patrón. A los detenidos se los utilizaba en la obra pública, tratando de rescatarlos para actividades productivas y para el ejército.
En el caso de Mainardi, lo visitó un pequeño grupo de jinetes pidiendo un vacuno para comer; Gaudencio, alto, fornido, Winchester en mano, se negó a trasladarse hasta el corral para apartar un animal, convencido de que deseaban que abandone la puerta de la casa para entrar a robar. "Elijan uno y llévenselo", les dijo, y el grupo se marchó sin más. Cuando se escuchaban ruidos extraños y galopes sin origen conocido, Gaudencio y Carolina se turnaban para montar guardia, con la tranca afirmada en la puerta y la ventana apenas entornada.
Los hijos
La familia aumentaba en número; a medida que los varones crecían, hacían su aporte para la siembra con el arado de mancera y las cosechas a filo de hoz. El trigo, una vez embolsado, se trasladaba en carro hasta Colastiné, en un viaje de seis días entre ida y vuelta, siempre que el tiempo esté bueno. Para la educación escolar básica enviaban a los chicos a la cabaña Selim, en la que un sacerdote enseñaba a leer y escribir. De noche, a la luz de un candil, estudiaban y hacían las tareas. Al amanecer, todos se levantaban para un desayuno frugal y partían a las tareas del campo.
Con el tiempo, algunos de los hijos de Gaudencio formaron su familia y quisieron forjar su propio capital y su propia historia, por eso compraron a Guillermo Lehmann las concesiones 28 y 38 en la colonia San Antonio, donde se instalaron Michele y Luigi, mientras Gaudencio, Pascual, Andrés y Micaela compraron más tierras, distribuyéndolas a la usanza de la época, en que el mayor -en este caso Gaudencio- tenía prioridad para elegir la ubicación y lo seguían los demás en orden cronológico.
La pareja Mainardi-Colombatti tuvo 14 hijos, aunque un censo registra 13; una de las hijas mayores, Lucía, se casó a los 17 años con Matteo Castagno, de Presidente Roca. La tradición familiar cuenta que cuatro de las hermanas, las más cercanas en edad, contrajeron difteria, una enfermedad que se había descubierto poco tiempo antes y para la cual no había ni conocimiento ni medicación disponible. Las niñas, contagiadas entre sí, murieron en el lapso de pocos días. Fue un golpe muy fuerte para la familia Mainardi, del que nunca pudieron reponerse del todo. Años más tarde, falleció mamá Carolina, apoyo y sostén de Gaudencio. Sintiéndose solo y con sus hijos ya establecidos, emprendió el regreso hacia su añorada Airasca. Allá pasó sus últimos años, asistido económicamente por sus hijos desde la Argentina y sintiendo la satisfacción de haber cumplido el objetivo por el cual abandonó su tierra allá por los años 80. Falleció en 1915.
Estuvieron entre las primeras familias en adoptar esta tierra como propia. Aquí sembraron amor, semillas y dolores; aquí celebraron sus bodas, sus navidades y engendraron su descendencia; sin saberlo, plantaron los límites de la ciudad de hoy, sin batallas ni resuello, encarnando la épica colonizadora.
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