Por Alcides Castagno
La industria molinera es una de las más antiguas. En nuestro país el primer signo de esta actividad viene desde 1560, en Córdoba. Más cercano en tiempo y distancia, aparece un molino en San Francisco, en 1895. Era un molino a vapor y debieron importar materia prima de Brasil y Uruguay porque la producción en la zona no alcanzaba para justificar la actividad operativamente. En Entre Ríos, entre Colón y San José, un inmigrante europeo, Juan Bautista Forclaz, construyó un molino de viento. Traía en su mente los modelos de su región de origen, donde los frecuentes vientos de cierta fuerza hacían girar las aspas y, con ellas, el mecanismo de la piedra moledora. Cuando quiso hacerlo andar aquí, se encontró con que en la zona entrerriana no había vientos suficientes, por lo que nunca funcionó, quedando como monumento nacional de valor turístico, que aún hoy puede visitarse. Forclaz debió hacer su molienda con un malacate tirado por mulas, a la usanza antigua.
Molinos rafaelinos
Los primeros colonos debían traer la harina desde Esperanza, Pilar o San Agustín, en carros cargados con las bolsas. La agricultura, todavía en ciernes, no atraía demasiado a los colonos, pero poco a poco, gracias a cosechas abundantes, se convencieron de que el trigo era un bien imprescindible para el sostén de las familias y de la sociedad toda.
Cuando los primeros resultados mostraron una realidad positiva, se necesitó almacenar las cosechas para llevarlas a la molienda. Pedro y José Avanthay, llegados de Suiza en 1882, instalaron el molino "Amistad" en el actual Bulevar Lehmann. Con el sistema de molienda a rodillos, brindó un importante servicio a los primeros colonos.
La explotación agrícola avanzaba. La sucesión de buenas cosechas requería una atención eficiente, especialmente en la logística.
Los fundadores
En 1894 comenzó a funcionar el molino harinero "Margarita", en el barrio Villa Rosas, de propiedad de Rodolfo Brühl, un alemán que había colaborado con José Iturraspe en la fundación de varias colonias. Ocupaba la manzana comprendida entre las actuales calles América, La Plata, Aragón y Barcelona. Por distintas razones de orden comercial y un creciente endeudamiento, la sociedad Rodolfo Brühl y Cía. quebró y el Banco Provincial de Córdoba, como acreedor, remató los activos, que fueron adquiridos en 1908 por un empresario con estrechos lazos familiares en Rafaela: Silvestre Remonda.
Remonda era conocido en Córdoba porque, entre otros negocios empresarios, había fundado el diario La Voz del Interior el 15 de marzo de 1904, en sociedad con Juan Dionisio Naso. Al adquirir el molino "Margarita", formó la sociedad Bottaro, Remonda y Cía., que dedicó los años 1910 a 1912 a su refacción y mejora. Para ello contrataron a dos italianos expertos en el tema, los hermanos Frosi.
El trigo llegaba al molino en carros tirados por caballos, por un ramal del Ferrocarril Santa Fe y luego por camiones. Se procesaba en la planta baja en el sector central, a un costado se almacenaba y en el costado opuesto se encontraba la administración. Además, se había construido una fosa para almacenamiento de mercadería, con un elevador para su despacho.
En 1915 falleció Silvestre Remonda, lo que ocasionó el retiro de su socio Bottaro. En consecuencia, tomó la empresa Frosi que, con la viuda de Remonda, formaron la sociedad "Sucesores de Silvestre Remonda y Francisco Frosi". En 1923, la conducción vuelve a cambiar bajo la razón social Francisco Frosi y Cía. En 1930, se realizaron mejoras que significaron la ampliación de los negocios con ventas a Bolivia y a provincias del centro y norte argentino. En 1938, al morir Francisco, sus hijos Luis y Juan cambiaron el nombre por "Frosi y Cía. S.R.L."
Apogeo y final
En su apogeo, el molino Frosi alcanzó a producir 500 bolsas diarias de harina, pudiendo moler hasta 10.000 toneladas en 24 horas, con la participación de 28 operarios.
Éste y otros ejemplos ya conocidos corroboran el criterio de crecer por medio del trabajo y el esfuerzo personal. No hubo milagros ni fenómenos externos que hayan impulsado el liderazgo regional rafaelino. La empresa "Molinos Rafaela", mientras fue necesaria, se desempeñó con responsabilidad, que fue y es el principal elemento para el apoyo de su gente.
La industria molinera fue tropezando, con el tiempo, con los cambios que se iban produciendo en los sistemas de transporte, industrialización y distribución de la mercadería; esto convirtió en insuficiente el volumen de captación de los molinos en general y el de Frosi en particular, a pesar de sucesivas modernizaciones. Por si eso no alcanzara, el gobierno nacional impuso la política de precios máximos para algunos productos -entre ellos la harina- que significaron márgenes mínimos o negativos. Así, después de setenta años de haber sido creado, "Molinos Rafaela" cerró sus puertas, dejando el recuerdo de una industria propia, activa, pero devorada por la evolución del progreso.
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