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Opinión

Esos otros gringos nuestros

Alcides Castagno

Por Alcides Castagno

La palabra "gringo", en tono despectivo, parece haber nacido en la guerra entre norteamericanos y mexicanos; los yanquis usaban uniformes de color verde (green), por eso los mexicanos se manifestaban al grito "green go home" (verdes, váyanse a casa), de cuya fonética quedó gringo. Prácticamente en todo nuestro continente, la palabra gringo se refiere en modo despectivo a los norteamericanos en particular y a todos los extranjeros de piel blanca con otro idioma de origen.

En nuestro caso, la denominación de gringos se refirió en especial a los italianos, que fueron mayoría, aunque también se llamó así a los extranjeros en general. El propio Mario Vecchioli, poeta que frecuentó la temática de la inmigración, decía en uno de sus poemas: "…para esos gringos tuyos, ciudad mía, te pido el verso".

Nos parece adecuado traer a la memoria el nombre y la existencia de algunos de esos "gringos" que, sin entrar en la épica de las conquistas, hicieron lo suyo para ser recordados con afecto y gratitud.

Bautista Geuna

Nació en Cavour, provincia de Torino, Italia. Siguiendo la corriente migratoria de ese tiempo -1881- llegó a la Argentina acompañado por su esposa Teresa Malano y de sus seis hijos. Trabajando en el campo de Pilar, como mediero de su tío Gos, reunió lo suficiente para comprar cuatro concesiones en Rafaela. Además de producir en su propio campo, adquirió una máquina trilladora; compartió el trabajo con sus hijos hasta los 77 años.

A los seis hijos italianos se sumaron otros seis argentinos. Teresa, su esposa, falleció en 1914; Bautista la sobrevivió doce años más, hasta cumplir 92 años. Su inserción en el medio se manifestó mediante aportes al Hospital de Caridad y a la Parroquia San Rafael.

Pedro Storero

Pinerolo ha sido y es un pintoresco pueblo cercano a la capital piamontesa, Torino. En ese lugar nació Pedro Storero en 1852. A los 26 años sintió la impostergable necesidad interior de buscar nuevos campos de acción y crecimiento, que Italia no le ofrecía. Llegó al país en 1878 y se radicó en San Agustín, donde conocía a algunos paisanos suyos a los que les había ido bien en la agricultura. Trabajando en el campo, hizo amistad con José Chiaraviglio; juntos, se trasladaron a Santa María del Pilar.

Trabajó como mediero en lo que sabía hacer. A poco de estar en el nuevo lugar, conoció y conquistó a Luisa Martino; con ella contrajo matrimonio y tuvieron diez hijos (seis varones y cuatro mujeres). Este afianzamiento en el territorio y en la familia movió a Pedro para comprar tierras a Guillermo Lehmann, seis concesiones en Rafaela, que empezó a trabajar a distancia. Pasó un año y decidieron trasladarse a la nueva colonia. Trabajó duro aquí, secundado por sus hijos varones. Con lo que fue produciendo, amplió sus terrenos en Rafaela y además compró tierras en Fidela, Aurelia y Lehmann, que puso a producir por medieros. Al esfuerzo que significaba el trabajo rural, se sumaba el transporte de lo cosechado en carro hasta el acopio ubicado en Las Tunas. Toda una travesía.

Pedro Storero fue creciendo en patrimonio, pero también, paralelamente, en participación en la sociedad rafaelina, cuyas necesidades iban aumentando con el tiempo. Por eso la historia consigna su intervención en la Sociedad Italiana inicial, en la construcción del Hospital de Caridad, la iglesia y otras instituciones.

Pedro Storero dejó de existir en Rafaela, en 1916.

Bautista Davicino

Otro de los muchos emigrados de Italia en 1881 fue Bautista Davicino. Cuando desembarcó, tenía 15 años; vino acompañando a su padre Tomás. Se radicaron en Pilar y allí cultivaron la tierra. Después de diez años, se casó con Catalina Mainardi. A partir de ese momento, decidió independizarse y, con ayuda de su padre, compró diez concesiones de campo en Saguier.

Dice la tradición familiar que, a pesar de haberse radicado en Saguier, no quiso cortar su vínculo con Rafaela, por razones familiares y afectivas. Venía frecuentemente y sentía, como un rafaelino más, las necesidades crecientes. En esa sintonía, contribuyó con el Hospital de Caridad, integró la Sociedad Italiana como socio protector y aportó además para otras instituciones.

Santiago Picasso

Génova, la ciudad portuaria del norte italiano, fue la cuna de Santiago Picasso, quien en 1889 decidió partir hacia la Argentina, acaso impulsado por la cantidad de emigrantes que a diario veía partir en los vapores atestados. Una vez en Buenos Aires, se empleó en la importadora Levi. Al tiempo, decidió que el interior convenía más a sus aspiraciones y se empleó en el almacén de ramos generales de Bernardo Bertello, donde, después de gerenciar la sucursal de Clucellas, pasó a la casa central de Susana como socio. En 1918 se mudó a Rafaela, donde se instaló con un negocio de acopio de cereales. Al mismo tiempo, consiguió la representación de la automotriz Studebaker.

La dedicación, responsabilidad e inclinación para la venta, hizo que un año después de llegado a Rafaela abriera un negocio en el Bulevar Centenario (hoy Hipólito Yrigoyen) N° 171, con la razón social Picasso y Cía., a cargo de la concesionaria Ford Motor Company. La sede inicial se fue ampliando con la incorporación de taller y estación de servicio. Con el correr de los años, fue una de las concesionarias señeras en la región.

No todos tienen una calle con su nombre, pero todos tienen un lugar en la base fundacional de esta ciudad de hoy que compartimos. Algunos de los datos aquí citados han sido tomados de una edición especial del año 1971. Hoy volvemos a las palabras de Vecchioli: "…para esos gringos tuyos, ciudad nuestra, te pido el bronce".

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