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Opinión

Epopeyas eran las de antes

Editorial

Por Editorial

El presidente Alberto Fernández ha inaugurado el último cuarto de su mandato con logros que, según su vocera, constituyen una verdadera epopeya. La portavoz no es responsable de la lamentable situación que vive el país y debe construir algún relato positivo con lo que hay. Ese es su trabajo.

El triunvirato que conduce el Frente de Todos tiene limitado su accionar: no es posible ninguna medida que pudiese afectar el objetivo mayor: la impunidad de Cristina Kirhcner. Ese cerco ha impedido cualquier mirada superadora para poner a la Argentina de pie, como lo prometía la publicidad oficial. De ese modo, el último cuarto se encuentra a oscuras, carece de ventanas y, lo peor, de puerta de salida.

No hay epopeya alguna en haber logrado una inflación de 94,8% en 2022, detrás de Venezuela, Zimbabue y el Líbano. No hay epopeya alguna con 17 millones de pobres, 51% de niños con hambre y un 63% de jubilados que cobran el haber mínimo, cien veces menos que las dos jubilaciones de privilegio percibidas por la Vicepresidente.

La batalla cultural que el kirchnerismo ha librado contra los valores del esfuerzo, el mérito y el progreso personal tuvo su correlato en deformaciones de la historia argentina, para que los jóvenes crean que todo comenzó en 2003. Gradualmente, el país abandonó sus grandes epopeyas para adoptar miras reducidas, valores pequeños y objetivos minúsculos. Ahora las proezas son refinanciar deudas, endurecer cepos, limitar importaciones y engatusar al FMI para que nada cambie. Pero no siempre fue así: epopeyas eran las de antes.

Para evitar comparaciones, se silencian los logros de la Generación del Ochenta y, en particular, de Julio A. Roca, fundador de la Argentina moderna. Durante sus dos presidencias se concretaron transformaciones que contrastan con la realidad actual. Epopeyas que podrían inspirar a los actuales gobernantes y a quienes aspiran a sucederlos a fin de año.

Si la prioridad fuese bajar la inflación, nada sustentable se logrará con matones amedrentando a comerciantes. Mucho menos ocultando la emisión con letras que solo postergan un estallido inflacionario. Sin demanda de moneda no habrá nunca estabilidad de precios. Julio A. Roca creó el peso moneda nacional (1881) eliminando las cuasimonedas que circulaban por todo el país. La Caja de Conversión impidió la emisión espuria conforme las reglas del patrón oro y la Argentina tuvo estabilidad hasta 1946, cuando se estatizó el Banco Central para ejercer "soberanía monetaria". Algunas ideas se podrían tomar de entonces para un debate más provechoso que el improcedente y absurdo juicio político a la Corte Suprema de Justicia de la Nación.

Si la prioridad fuese la educación para que los excluidos puedan insertarse en el trabajo formal, no es asunto de sindicalistas politizados, a quienes sólo les importa la antigüedad sobre la capacitación, como lo demuestran los fracasos en las pruebas Aprender. En contraste, en 1882 se celebró el Congreso Pedagógico Internacional y luego se dictó la ley 1420 de educación laica, gratuita y obligatoria de todos los niños de 6 a 14 años en la Capital Federal y los nuevos territorios nacionales. El gobierno federal dio subsidios a las provincias para construir edificios, equipar las escuelas y pagar sueldos. De ser un país casi analfabeto, en 1.886 funcionaban 1.741 escuelas públicas y 611 colegios privados en todo el país, con 168.378 alumnos, de los cuales 133.640 concurrían a aquellas. Y los docentes, que eran sólo 1.915, pasaron a ser 5.348. Una epopeya de alfabetización sin parangón mundial.

Para vincular la educación y el trabajo se promovió la enseñanza técnica en los talleres ferroviarios y se fundaron escuelas de artes y oficios, veterinaria y agronomía. En el interior, se crearon la Escuela de Ingenieros en San Juan y de Agricultura en Mendoza. Esa fue una epopeya de verdad, con foco en el empleo y sentido nacional. No como el abandono escolar de un millón de chicos durante la pandemia o el recorte del plan Conectar Igualdad para seguir gastando en cargos de La Cámpora.

Tampoco fueron epopeyas los vuelos especiales a la Rusia de Vladimir Putin para comprar vacunas Sputnik, mientras se rechazaban -quien sabe por qué espurias razones- las de Pfizer, demorando la inmunización de la población. Lo fueron las campañas de 1901 cuando recrudeció la viruela y se impuso la vacunación obligatoria de niños y adultos, aplicándose hasta 1.000 dosis por día con visitas domiciliarias y se multaba a quienes se opusieran. También en esto la Argentina fue ejemplo en América Latina: epopeyas eran las de antes.

El Calafate, YPF, Vaca Muerta y las Malvinas son íconos de la argentinidad gracias a la epopeya de 1879 que consolidó las fronteras de la República, evitando que la Patagonia fuera chilena o británica. Y no las fábulas de los falsos mapuches que usurpan tierras públicas y privadas, incendian viviendas y reniegan de los símbolos patrios con la complicidad de las autoridades. Aquella gesta permitió incorporar al "ser nacional" el cerro Catedral, El Calafate, el glaciar Perito Moreno, la ruta 40, la cueva de las manos pintadas, los chocolates de Bariloche, las manzanas de Río Negro, las frambuesas de El Bolsón, las tortas galesas, las truchas ahumadas, las ballenas de Puerto Madryn y de la península Valdés, el faro del fin del mundo y Ushuaia, la ciudad más austral del planeta.

Sin embargo, la más importante epopeya argentina fue haberse constituido como democracia liberal, pues gracias a esa base institucional pudo desarrollarse como nación moderna. Demoler esa base para la impunidad de Cristina Kirchner no es una epopeya sino una regresión que convertiría al país en paria internacional. Si ello ocurriese, el último cuarto del triunvirato gobernante no tendrá puerta de salida y los argentinos deberemos aprender de los cubanos a vivir con cupones de racionamiento que entregará el Sindicato de Camioneros.

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