La señora Gabriela Cerruti debía de saber, al aceptar el cargo de vocera presidencial, que echaba sobre sus hombros una tarea ímproba. No es fácil, sin duda, revestir de credibilidad la palabra de quien informa sobre los hechos de una gestión que se rehace a sí misma poco menos que día tras día.
La llamaron para esas funciones a fin de que el Presidente tomara distancia prudente del atril público en que había tropezado con inusitada frecuencia para el estándar de los jefes de Estado. La señora Cerruti tiene veteranía como periodista, autora de varios libros y política. Ha sido legisladora por más de un período en la ciudad de Buenos Aires y diputada nacional. Sobrevivió en el papel que cumplió en la Comisión Provincial por la Memoria de Buenos Aires, a delicados cuestionamientos crematísticos que planteó hace unos cuantos años la señora Estela de Carlotto.
Experiencia no le faltaba para el cargo y parecía bastante humano poner a salvo de continuas apariciones ante la prensa a quien por tantos desasosiegos lo ha hecho a veces como si acabara de ser sacado por los tobillos del hueco de un ascensor. La señora Cerruti ha estudiado en instituciones del extranjero –no está nada mal en su currículo, eso del Reino Unido–, y cierta aproximación en su pasado académico a Chantal Mouffe, filósofa, politóloga y viuda del fallecido Ernesto Laclau, bien pudo haber sido un dato que el presidente Fernández privilegió a fin de anticiparse a los inagotables caprichos de la vicepresidente de la Nación.
Ya se sabe que la elección de Fernández como candidato presidencial es una maldición que la vicepresidente anota a esta altura en su haber. Y que su contraparte atesora no menos razones para volver a escribir sobre ella lo que escribió brutalmente tras haber dejado la jefatura del gabinete nacional. En ese empate cruento, que ahora parece hibernar en tregua de cristal, nadie que fuera a la Casa Rosada con espíritu sensible a la confrontación en que se especializaron los Laclau, maestros de la hegemonía en política y enemigos de la democracia liberal, podía aportar mucho en favor del Presidente.
Sobra a la señora Cerruti currículo para el cargo de intermediación que se le encargó, pero ¿qué hacer con su temperamento y con sus ideas? Desde que llegó a la Casa Rosada no ha hecho más que pelearse con los periodistas. Se ha formado, es verdad, en la escuela de un periodismo que, si no tuviera enfrente periodistas para criticar, dejaría un número excesivo de páginas en blanco. De modo que en lugar de conferir verosimilitud a la información pública, de trasmitir convicción a la interpretación que quepa sobre esa información desde la perspectiva oficial, la señora Cerruti ha desperdiciado un tiempo valioso en polemizar con los periodistas, justo ella, que podía aspirar a la condición de colega.
En febrero terminó disculpándose, lo que estuvo bien, después de un entredicho con un periodista a propósito del valor de cierta manifestación off the record realizada por fuentes del Departamento de Estado sobre lo inapropiado de un comentario del presidente Fernández a Putin respecto de los Estados Unidos. La diplomacia norteamericana no desmintió aquella información.
La señora Cerruti acaba de decir que el Gobierno no piensa usar la cadena nacional, y tampoco, por ahora, impulsar de vuelta una ley de medios. Lo primero es natural que sea así, después del hartazgo que la señora Cristina Kirchner introdujo en la sociedad en horas en que los vientos le eran más favorables. No resulta difícil calcular lo que sería ahora, con una imagen negativa en la sociedad, mayor que la de aquel 60 por ciento que convenció en 2003 a Menem a desechar el derecho al ballottage. Se sabía de antemano condenado a perder.
Es absurdo que endilgue a los periodistas y a los medios de prensa la voluntad de introducir desánimo en la opinión pública. Pero qué desánimo podrían introducir por añadidura al estupor con el que la conducta imprevisible del gobierno ha desbordado al espíritu ciudadano.
Ha acusado, además, a la prensa de incitar al odio, de mentir y difamar. Estas declaraciones están en línea con las que recibieron respuesta de la asociación nacional de diarios ADEPA y de Fopea, organización que nuclea a centenares de periodistas. La señora Cerruti ha estado hablando frente a un espejo, el espejo en el que debería reconocer la inconfundible imagen de la vicepresidente, del Presidente y de tantos otros funcionarios públicos, legisladores y personajes del Instituto Patria.
El odio basado sobre el resentimiento es la materia prima con la que construyó su inesperado crecimiento político ese fenómeno que es el kirchnerismo. Recupere, si es posible, el buen tino, señora. De lo contrario, su presencia detrás del atril hará más mal que bien al Presidente que la convocó en su auxilio.
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