Por Alcides Castagno
Caminando por el centro rafaelino, iba el ciudadano con la cabeza gacha, mirando el piso, levantando sólo a veces la mirada; al toparse con él un amigo le preguntó qué le pasaba, si era tristeza, problemas, dolores. El ciudadano le respondió que estaba bien, sin problemas serios ni dolores, sólo iba cuidándose de no tropezar con el suelo descalzado ni padecer el desagrado de paredes maltrechas ni deposiciones de pájaros. Sólo eso. La decadencia del orgulloso centro rafaelino recrudece día a día, a medida que crecen los pastos en veredas abandonadas; a medida que las baldosas y mosaicos se despegan de su base, dejan baches, hondonadas, desniveles; a medida que la suciedad resbaladiza se renueva noche a noche; a medida que paredes y tapiales ofrezcan el arte subnormal de grafiteros impunes con un cerebro envasado en aerosol; a medida que haya propiedades abandonadas con la única excusa del cartel “se vende” o “se alquila”; a medida que se esperen acciones de gobierno que sólo tiene una responsabilidad parcial en la convivencia. El ciudadano con la cabeza gacha espera no tropezar y caer como hombres y mujeres de edad avanzada y huesos débiles, que han sufrido en traumatología o quirófanos; acaso ellos no sabían que, habiendo padecido una caída de ese tipo, el frentista de la vereda debe asumir su parte de responsabilidad. ¿Por qué esperar una intimación oficial o una demanda? ¿Por qué descansar en una remodelación estética de canteros –discutible o no- mientras miramos para otro lado con nuestras veredas descuidadas, desniveladas y peligrosas? Habría que invitar a los vecinos a dar unas vueltas en sillas de ruedas, para comprobar cuántas cuadras serían practicables y en cuántas habría que bajar a la calle. El cuidado de los demás es materia de convivencia y no sólo quejarnos por el tránsito, la inseguridad y los lavacoches. El ciudadano de cabeza gacha también siente la vergüenza de una ciudad que es orgullo en tantos aspectos y decadencia en tantos otros. Existe un reglamento y una zonificación que orientan a los vecinos que realmente desean respetar a los transeúntes. Existe un deber no escrito que manda no mirar sólo hacia adentro. No basta como excusa decir que la propiedad es alquilada y es obligación del propietario. Se sabe que la porción de vereda que pasa frente de casa es para uso de todos, pero obligación del frentista. ¿Será necesario que nos visiten casa por casa con uniforme y gorra para tomar conciencia? Mientras, seguiremos andando, como ciudadanos rafaelinos, caminando con la cabeza gacha.
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