Detrás de la máscara funeraria de Tutankamón realizada cerca de 1.300 años antes de Cristo; detrás del anillo de platino con el diamante Krupp que Richard Burton le regaló a Elizabeth Taylor; detrás de las tantas tiaras que suele exhibir la reina de los Países Bajos Máxima Zorreguieta; detrás de la pieza que lució Audrey Hepburn en Desayuno en Tiffany's (y que también usó Lady Gaga en una entrega de premios, en 2019); detrás de todas esas obras famosas (y de las que no lo son tanto) ha habido alguien: un joyero. Joyeros que han acompañado a la humanidad con su arte desde siempre y que celebran su día el 5 de noviembre en nuestro país.
Los joyeros fabrican, claro está, joyas, esos objetos cargados de un valor que excede el monetario. Las clásicas, como aros, collares, cadenas, colgantes, brazaletes, sortijas, anillos, broches de pelo, tiaras, gargantillas, coronas, diademas y prendedores.
Pero los joyeros también hacen otras piezas muy especiales, como los cálices papales, los bastones de mando de varios presidentes argentinos y las pulseras o cadenas que han acompañado los distintos relojes de la historia (con pulsera, de reloj, de bolsillo).
En la Argentina, los joyeros y relojeros están nucleados en varias asociaciones o cooperativas. Una de ellas es la Cámara Argentina de Empresarios de Joyas y Afines, que reúne a orfebres y a relojeros, pero también a comerciantes, fabricantes, importadores, distribuidores, revendedores, proveedores y docentes.
Aportar diseño y ser competitivos frente a los productos importados es el gran desafío que, en nuestro país, enfrenta esta actividad que acompaña al hombre desde tiempos inmemoriales. El "Día del Joyero y el Relojero" se celebra hoy, 3 de noviembre, en Argentina.
Dos fechas hay en el calendario para homenajear a los orfebres. Una es el 1 de diciembre, que es el "Día de San Eloy", santo patrono de los joyeros. La otra es el 3 de noviembre. Ese día, pero en 1.500, nació Benvenuto Cellini, uno de los orfebres más destacados del Renacimiento italiano.
Cellini realizó varios pedidos para algunos de los Médicis, la famosa familia florentina que patrocinó a los mejores artistas de su tiempo. Cellini escribió Vita, su biografía, y Tratado de orfebrería y escultura. Murió en Florencia, en 1571 y está enterrado en la iglesia de Santa María Novella.
Entre las obras más importantes de Cellini -que trabajó para reyes y familias aristocráticas de Italia, Francia y España- se encuentran el salero de oro y de esmalte que realizó para Francisco I de Francia (una pieza elaborada entre 1539 y 1543 que está en el Kunsthistorisches Museum, de Viena); el relieve en bronce de la Ninfa de Fontainebleau (puede verse en el museo del Louvre, en París); y el busto en bronce de Cosme I (Museo Bargello, Florencia).
Docente de la cátedra de Accesorios de la carrera de Indumentaria Textil e Industrial (UBA), en la Escuela de la Joya de la Ciudad de Buenos Aires y en el Museo de Nacional de Artes Decorativas (MNAD), Chiavetti nos dice: "Al contrario de lo que se cree, él fue uno de los pocos artistas del Renacimiento que renegó del mecenazgo porque implicaba ser servil. Además de su trabajo excelso, nunca consideró subordinados a sus aprendices sino, más bien, colegas. Cellini tuvo gran valor para imponer su libertad de trabajo aunque le fuera la vida en ello".
El Instituto Superior de Joyería y Diseño que Chiavetti fundó lleva el nombre de Benvenuto Cellini. Dan excelentes seminarios, talleres y conferencias. Se los puede seguir o contactar a través de la página web del Instituto.
Un oficio que se extiende a través de los siglos
Si bien la fabricación de joyas se remonta a tiempos prehistóricos, fue en la Edad Media cuando esta actividad adquirió más fuerza. De aquellos tiempos, se acuñó la palabra "orfebre", un término que proviene del francés orfèvre (artífice), que, a su vez, deriva del latín auri (oro) y faber (arquitecto).
Los orfebres eran aquellos artistas cuyas creaciones estaban realizadas con metales preciosos, como oro y plata, o sus aleaciones. Para no ser acusados de alquimistas creadores de piezas falsas, empezaron a montar talleres con grandes ventanales a la calle, así la gente podía ver lo que hacían.
Los grandes artistas de la historia, como los pintores, en el Renacimiento, los talleres de orfebrería eran el paso previo y obligado para dedicarse a otras artes, como la pintura y la escultura.
Para llegar a nombres como Boucheron, Tiffany, Fabergé, Lalique, Winston o Cartier (los pesos pesados del mundo de la joyería que surgieron a caballo de los siglos XIX y XX) pasaron siglos e hitos, como el descubrimiento de América (que supuso el ingreso de muchos metales a Europa), las Revoluciones industriales y grandes cambios sociales y económicos.
Históricamente, tanto la joyería como la relojería han sido actividades mayoritariamente masculinas. Además, un oficio que se transmitía de generación en generación. Sin embargo, desde mediados del siglo XX a la fecha, el sector ha registrado una gran apertura: algunos joyeros siguen trabajando en solitario; otros, ya se han plegado al formato actual de trabajo en equipo en talleres industriales, en donde cada joyero realiza un trabajo diferente (unos diseñan, otros fabrican, otros sueldan y otros engarzan).
Si bien a partir del siglo XX se han sumado nuevas tecnologías y materiales sintéticos (como el acrílico o el caucho vulcanizado) a los metales y piedras preciosas y semipreciosas, los joyeros siguen haciendo lo mismo que hacían antes y después de Cellini: crear casi de la nada (de un metal plano), una pieza que parece muda, pero que habla de todo. Habla de arte, belleza y perfección; de un dios y de poder; de amor, valor y protección; pero también de una sociedad, de deseos, de identidad.
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