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Deportes

Una charla de café

El 10 de mayo de 1996, entre las diez de la noche y los primeros minutos del día siguiente, cuando resolvieron irse a cenar solos a alguna parte, los dos geniales escritores se juntaron en un bar de Rosario por invitación y mérito periodístico del programa Tercer Ojo de TyC Sport, para hablar, fundamentalmente, de futbol.
Agrandar imagen Roberto Fontanarrosa y Osvaldo Soriano.
Roberto Fontanarrosa y Osvaldo Soriano.
Oscar Martinez

Por Oscar Martinez

«Nada más sucedió en el país. Solo la tele encendida y los corazones detenidos. No quedaba resto para otra cosa. No hubo choques, robos ni venganzas. Las muelas dejaron de doler, los amantes postergaron el amor y hasta se adelantaron los partos. También los moribundos tardaron en irse para conocer el resultado. Jugaba Argentina y Dios tuvo que esperar», Osvaldo Soriano narrando la ilusión popular generada por la selección en el Mundial de Estados Unidos 1994. Lo escribió tras el debut con un triunfo por 4-0 a Grecia, con tres goles de Gabriel Batistuta y uno del renacido Diego Maradona. Más Claudio Caniggia, Fernando Redondo, el Burrito Ortega desde el banco. Todo se derrumbó tras el doping positivo de Diego.

En la pantalla se los ve uno enfrente del otro, serios como si fueran a decidir algún futuro, como si estuvieran eligiendo la última frase del mejor libro o como si empezaran a enunciar una declaración de principios, describió Ariel Scher. Osvaldo Soriano, de camisa roja, sostiene con sus dedos un habano apagado mientras Fontanarrosa, con chomba del mismo color, juega con un rollito de papel del servilletero. Hay sólo un pocillo de café en la mesa de madera clara del bar de 3 de Febrero y Entre Ríos, en la magnifica Rosario. Están sentados en sillas con bases de paja, sin tomar en cuenta las cámaras que los filman ni la gente que los mirará. Ellos están allí mientras afuera la vida pasa. Pero ocurre que hablan de fútbol. Un tema Central, aseguraría Fontanarrosa.

«Yo jugaba en Cipolletti. Muy pibe. Dieciséis años. A los diecisiete mi viejo se va a vivir a Tandil. Único hijo, ¿qué hago? ¿Me separo de mis viejos, me quedo acá? Yo era un nueve que estaba de tránsito en Cipolletti y que iba para San Lorenzo. Era lo que deseaba. Fui un tipo de mucha suerte en la cancha. No era bueno para nada, bueno en sentido hábil, pero era un nueve con la suerte de un nueve. Es decir, los rebotes me caían», dice Soriano.

«Sí, les pasa a los goleadores», responde Fontanarrosa.

«Bueno, me voy. Entonces, me presento a un club de Tandil, Independiente, sin conocer a nadie, a ver si me tomaban a prueba. El nueve que ya estaba me miraba feo. A los treinta segundos saco un lateral, en ese tiempo sacaba el nueve, y un wing mete una pelota larga, cortada, y yo supe enseguida que la agarraba, que era mía. Son imágenes que uno tiene siempre, arquero achicando, yo soy zurdo contrariado, pateaba con las dos, zurdazo cruzado, palo, adentro. Me había abierto un mundo en Tandil. Todo en menos de un minuto. Después no agarré una pelota más, era un desastre. Entonces empecé a perder interés. Pasé de los bares futboleros del sur, un mundo sin libros, un mundo sin teatro, un mundo muy aldeano, a un mundo de una ciudad de ochenta mil habitantes con cine club, me empecé a vincular. Me miraban feo cuando, en ese tiempo, no había nada más grosero que llevar zapatillas. Un tipo me pregunta ‘¿Vos qué hacés con zapatillas?’. ‘Vengo de un entrenamiento’, le respondí. ‘¿Vos jugás al fútbol?’. ‘Sí’, le dije con los libros ahí atrás. Y me dio un consejo: ‘Acá no te vas a levantar una mina con un bolso deportivo y zapatillas’. Lentamente, empecé a hacerme el dilema, ¿y si no me levanto una mina más por andar con el bolso?».

Fontanarrosa clava los ojos en algún lugar del aire y desparrama una pregunta que se hacía en la niñez: «¿Cómo puede ser que yo me acuerde perfectamente de cómo forma Platense y no me pueda acordar de un teorema o de una porquería de esas de los logaritmos?» Comprensivo, enseguida Soriano apoya la vista en la cara de Fontanarrosa y le devuelve una confesión: «Mi recuerdo más grato de la escuela es haber jugado en el equipo de la escuela»

El programa debería repetirse una vez al año en el día del amigo, en el día del futbol o algo así. Una excusa. Pero todos deberían tener la posibilidad de verlo. Lo recordé en la semana y los busqué en You Tube, que es donde buscamos todo. Y es tal cual lo recordaba. Un juego que se repite. Soriano envía centros con las emociones para que Fontanarrosa los cabecee con la expresión justa. O Fontanarrosa avanza por la punta de los recuerdos para que Soriano defina a la manera de los que saben hacer goles con las palabras. Los dos juegan de memoria, como las grandes duplas ofensivas, con espontaneidad, con simpleza, con belleza. Juntos, los dos evocan, se ríen, cuestionan y hablan. Hablan de fútbol sin parar.

«¿Vos te acordás del gol que más gritaste?», interroga Soriano. «Indudablemente, debió ser uno contra Newells», contesta, previsiblemente, el fanático de Central. Luego sobreviene la respuesta de Soriano a esa pregunta: «El gol que Luciano Figueroa le hizo a River en la cancha de Vélez, en la final del Campeonato Nacional de 1972. Estaba casi detrás del arco, bien arriba, hubo una avalancha...», evoca Soriano al narrar su grito más grande.

El programa El Tercer ojo, que inauguraba su segundo ciclo en TyC Sport, lo hizo posible. La idea de verlos juntos no necesitaba de grandes explicaciones. Juntarlos no fue sencillo, pero no porque no quisieran hacerlo. Ambos personajes tenían por los menos dos fuertes elementos comunes: eran escritores populares y eran apasionados por el fútbol. Fontanarrosa portaba su conocida pasión por Rosario Central. Soriano, la suya por San Lorenzo. Un tercer dato fortalecía el proyecto. Ambos habían sintetizado los dos elementos: con frecuencia escribían de fútbol. Pero Fontanarrosa vivía de día en Rosario. Y Soriano de noche en Buenos Aires. Pero lo consiguieron y la fórmula no falló. Salió un diálogo cautivante, futbolero y conmovedor.

«Qué importantes que fueron las figuritas!», exclama Fontanarrosa, quien al ratito aborda un cambio en la historia y se refiere a la publicidad: «Hay camisetas que han perdido identidad, que están diseñadas para ser vistas desde muy cerca, pero las ves desde lejos y se convierten en una cosa marrón o grisácea». Soriano se vuelve socio muy rápido: «Todavía me choca terriblemente no ver la camiseta entera, con todo el ritual, que no esté a la vista la sigla CASLA del equipo de mi corazón»

De todas las melancolías que alberga el encuentro, una es de Fontanarrosa y bien argentina: «La primera imagen del fútbol fue auditiva. Estar en casa de mis tíos, con mis primos, a la tardecita, y la radio pasando los resultados. También hay un relato memorable de un gol del centrodelantero»

La historia dirá que hubo un día en el que Fontanarrosa y Soriano se juntaron para conversar sobre la pelota, escribió Ariel Scher. Es una verdad relativa. O tal vez una gambeta. Cuando dos hombres sensibles y profundos hablan sobre el pasado y el presente, sobre los éxitos y los fracasos, sobre los sueños y la memoria, sobre el fútbol y la literatura, hablan, en realidad, de un solo tema. El más enorme y el más bonito. Ese tema es la vida.

La Otra Mirada Roberto Fontanarrosa Osvaldo Soriano deportes

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