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Deportes

Por la huella de Guillermo

A pesar de estar lejos del ultra profesionalismo, geográfica y económicamente, nuestros tenistas siguen logrando hitos. Argentina ha sido, con cuatro representantes, el país con más jugadores en la tercera ronda del presente Roland Garros. Y, además, tiene otros tres en la prueba de dobles masculino.
Agrandar imagen Cerúndolo y Etcheverry tuvieron una semana perfecta en Roland Garros.
Cerúndolo y Etcheverry tuvieron una semana perfecta en Roland Garros.
Oscar Martinez

Por Oscar Martinez

Solamente cinco países en toda la historia han logrado 200 o más títulos ATP desde que se instauró la Era Abierta en 1968. Se trata de Estados Unidos, España, Australia, Suecia y Argentina. Un total de 34 jugadores argentinos ganaron al menos un título individual. El último en sumarse es Francisco Cerúndolo, campeón en Bastad 2022. Desde la primera conquista de Guillermo Vilas, en Buenos Aires de 1973, la AAT acumula 228 trofeos.

"Para ganar dinero siendo tenista profesional, primero hay que tener dinero. Y bastante. El jugador que quiera insertarse en el circuito deberá invertir aproximadamente 160 mil dólares anuales para desarrollar su carrera y cubrir todos los gastos de pasajes, alojamiento, indumentaria, entrenadores y equipamiento. El gran problema es que, aun consiguiendo esa suma, alrededor del 95% de los que lo intentan jamás ganan premios como para recuperar esa inversión", escribió hace unos años Marcelo Gantman, director de Big Data Sports y periodista especializado en tecnología de datos aplicada al deporte.

Su información surge de un relevamiento hecho por el doctor Michael K. Bane, un investigador australiano especializado en matemáticas, estadísticas y el uso de los datos para descubrir tendencias en el ámbito deportivo. Su trabajo fue publicado en 2015 a pedido de Tennis Australia y la ITF. Con cifras de las dos temporadas anteriores y sobre la base de más de 8.800 jugadores que probaron suerte en torneos menores y en el tour mayor de la ATP, Bane llegó a conclusiones decepcionantes. Por ejemplo, "sólo el 1.8% de los tenistas profesionales tuvieron beneficios económicos. El 45.5% no llegó a ganar premio alguno en los torneos en los que participó. Apenas el 1% de los jugadores top se queda con el 62% de los premios del circuito. Los jugadores que consiguen vivir o sobrevivir con el tenis son los que se ubican hasta el puesto 160 del ranking. El tenis tiene un sistema regresivo en su escala de premios comparado con otras disciplinas como el golf y los deportes motores. Su inequidad empieza a notarse desde el puesto 32 del ranking. El 95% de los encuestados fallaron en el intento de cubrir la inversión necesaria (160 mil dólares) para progresar en el tenis profesional".

La cifra ideal de 160 mil dólares anuales para lanzarse a la aventura de ser un tenista top es aplicable para proyectos en Australia, algunos países europeos y seguramente en Estados Unidos. Eso implica viajar cómodo, comer bien, tener un equipamiento en condiciones óptimas y contar con los servicios exclusivos de un entrenador. Pero esos costos se pueden reducir notablemente. Un tenista que ronda el puesto 200 podría arreglarse con una inversión oscila entre los 40.000 y los 60.000 dólares anuales. Eso implica no contar con un entrenador exclusivo (se suelen armar "pools" de entre dos y hasta cuatro jugadores con un coach) y hacer armados de giras con limitaciones.

La parte del entrenador es la que los jugadores sacrifican en función de su presupuesto. Dependerá del tenista y la afinidad que tenga con su grupo de trabajo. Una de las modalidades es cubrir los gastos del entrenador y darle el 40% de los premios que se puedan ganar. Esa planificación suele conspirar contra las posibilidades del tenista, que se siente presionado porque debe ganar dinero para su subsistencia, para el entrenador y para responder al plan de pagos de los sponsors privados que invirtieron en su carrera. Con todo eso, todavía, debe ocuparse del rival que está enfrente. Es demasiado. Y es para pocos. Pero es habitual en los argentinos.

Por su naturaleza, el tenis es caro. "Tiene muchas complejidades estructurales de base porque es un deporte individual", cuentan desde la Asociación Argentina de Tenis. Esto significa que hasta que un chico sea detectado como promesa y comience a recibir algún tipo de ayuda por parte de alguna entidad, principalmente la AAT, absolutamente todos sus gastos deberán ser cubiertos por su familia. Entrenador, preparador físico, psicólogo, vestimenta, accesorios y traslados. Y, a medida que se crece, exige viajes al exterior. Esos 60 mil dólares, relativos, que se necesitan de mínima en el profesionalismo, no bajan demasiado entre los juniors.

Para evolucionar profesionalmente siempre fue necesario viajar al continente europeo o a los Estados Unidos. Ese escenario es una gran dificultad para quienes viven en países como el nuestro. Además de la distancia geográfica que exige viajes muy costosos, están las limitaciones económicas. Aquí, ante la falta de un fuerte respaldo oficial, es fundamental el apoyo familiar. En su momento surgió la figura salvadora del sponsor. Un particular que entrega dinero para que el jugador se desarrolle y, cuando éste comienza a ganar en el profesionalismo, debe devolver lo recibido, obviamente con dividendos. El procedimiento es comparable con cualquier crédito para una vivienda, porque hay un plazo, una devolución del capital y pago de intereses. "Raquetas hipotecadas", tituló LA NACIÓN en un informe realizado en 1998, ejemplificando la acción. Una alternativa que ha tomado fuerza en los últimos años es la inserción en el tenis universitario en EE.UU., que no da ganancias económicas, aunque permite el perfeccionamiento deportivo, el mantenimiento de competencia y, además, entrega un título laboral. Claro que, después de recibido, hay que intentar insertarse en el circuito. Y entonces se necesitan los dólares mencionados.

En la Argentina sobran los casos de los tenistas que viven al día y que están haciendo cuentas constantemente para planificar sus pasos futuros. Para los más restringidos financieramente, los Grand Slam son un salvavidas en medio del océano. Este Roland Garros es un ejemplo. El torneo ofrece un premio total de 49,6 millones de euros. Sólo por jugar la primera ronda del cuadro principal individual, un jugador embolsa 69.000 euros; los números crecen a 97.000 (segunda rueda), 142.000 (tercera) y 240.000 (octavos de final); vale apuntar que impositivamente les descuentan el 30% del total. Y que para ingresar hay que ser un tenista consumado.

Con diez tenistas en el cuadro masculino, Nadia Podoroska en el femenino y cuatro raquetas en la tercera ronda por primera vez en once años (Francisco Cerúndolo, Diego Schwartzman, Tomás Etcheverry y Genaro Olivieri), Argentina festeja. Todos ellos, incluido Thiago Tirante, que llegó hasta la segunda ronda, pueden festejar pues el futuro en el tour, al menos hasta final de temporada, esta asegurado. Nombre seis jugadores. Imagínese cuántos tenistas de base hay en Argentina soñando con una posibilidad, sólo una.

En estos días escuché críticas hacia nuestro tenis, que siente la ausencia de un top ten tras la caída de Diego Schwartzman. Parece que la lección que nos dio la selección de fútbol no fue suficiente. Al menos para parte del periodismo que ve sólo la superficie y al que le cuesta, por pereza o falta de talento, buscar la realidad de cada deporte. La del tenis, por ejemplo, sigue siendo hoy igual de dura que aquella en la que disfrutamos de una final argentina en Roland Garros o de ganar la Copa Davis. En un país que cruje, con políticos que se arrastran en el lodo mendigando por un dólar que suele terminar en los bolsillos incorrectos, sus tenistas asombran en un Grand Slam. Perece un milagro. Yo elijo llamarlo ejemplo. De trabajo, talento y esfuerzo.

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