Por Oscar Martinez
Silvia Hopenhayn se preguntó en estos días que libros la podrían ayudar a sobrellevar los cortes de luz. Elije uno, "La luz argentina" de César Aira, que tendría que leer para comparar los episodios en tiempos de Segba con los actuales EDENOR o EDESUR, y ratificar así el eterno retorno o la ironía de las irrelevantes diferencias. Segundo, "El elogio de la sombra" de Junichiro Tanizaki, para olvidar por un rato, varios ratos o días enteros, lo que significa vivir en Occidente, tan dependientes de lo luminoso, la transparencia, la claridad.
En Rafaela no lo sufrimos, sólo tuvimos cortes parciales y cortos, aunque un par de horas con este clima nos pueda parecer una eternidad. Mi hijo, por ejemplo, vive en Buenos Aires y pasó de las últimas 240 horas, 108 sin energía eléctrica. Lo que significa dormir en el piso buscando algo de fresco e ir a cargar el celular a una estación de servicio mientras se aprovecha a tomar algo frio, entre decenas de otras cosas impropias de este tiempo. Vivir sin luz, en la oscuridad o en la penumbra, nos devuelve al siglo XIX. Lamentablemente hay gente que vive sin energía eléctrica dos siglos después. Pasa en muchos lugares de esa Argentina que nos duele ver. Y también, al menos por días, en una Buenos Aires que parece sacada de una foto color sepia. Una mueca mordaz de aquel país que retratara el español Vicente Blasco Ibáñez en Argentina y sus grandezas, editado en 1910. Hoy, 144 años después de que alumbró la lámpara, somos dependientes de la electricidad, acaso, como de ningún otro invento. Porque nos quedamos sin agua, lo que nos angustia. Y sin internet, lo que nos pone al borde del suicidio
"Mapas de los cortes de luz. Qué zonas están afectadas". Es el titular de un diario que repiten otros cambiando palabras. Tan increíble como "Mapas de los cortes de calles. Dónde estarán hoy los piquetes". No es una mala broma, son reales. ¿Cómo podría explicarle esto a un suizo? Es la Argentina de Cristina, la procesada, le diría. Pero puede tomarse como una opinión de este lado de la grieta. Bueno, el viernes por la noche debían jugar Gimnasia de Jujuy y Atlético Rafaela por la Primera B Nacional, en el estadio "23 de Agosto", mal conocido como "La Tacita de Plata", mote que en realidad corresponde a la capital San Salvador de Jujuy. Gimnasia tenía programado, para luego del juego, un espectáculo musical en vísperas de su 92° aniversario que se cumplieron este sábado 18 de marzo, y por eso las instalaciones estaban desbordadas de gente. No pudo ser. A los 15 minutos llegaron las penumbras y un rato más tarde el árbitro Nahuel Viñas suspendió el partido. "Se trató de un atentado al fútbol", dijeron. Y es así, porque decidieron jugar el resto del encuentro al día siguiente, en Jujuy y a las 3 de la tarde. Un atentado al sentido común, y a la vida de futbolistas y espectadores que, claro, fueron apenas un puñado.
Entre tanto despropósito hubo algo más de 90 minutos de juego donde Atlético no mereció perder, pero lo hizo. Debió al menos empatar pero lo poco que generó no lo aprovechó, incluso un penal en el final que falló Claudio Bieler. Fue la segunda derrota consecutiva, lo que no es un drama ni siquiera deportivo, pero enciende alarmas porque el equipo ha perdido brillo y consistencia. Ahora es el tiempo del entrenador, ideal para conocer de qué madera está hecho Medrán. Una victoria ante Quilmes repondría al equipo en la senda que recorría en las primeras fechas. Pero no es imperioso ganar como sea, sino ganar con mérito, lo que permitiría sumar tres puntos y confianza, porque al torneo la falta mucho trecho.
Hace 35 grados en Rafaela, de lluvias sólo hay promesas, pero al menos mi aire acondicionado funciona. Tengo luz. No yo, el sistema de mi casa. Lo festejo porque en muchas partes del país se trata de un bien ausente. Me entristece y me enoja. Vuelvo a Hopenhayn. Pienso en otro cuento que refleja lo humano en situaciones críticas de mundanidad: "La autopista del sur". Pero en esta ocasión, en lugar de autos en fila e inmovilizados como en el relato de Cortázar, la línea es vertical, unos encima de los otros, a oscuras y muertos de calor. Y al volver la luz, se desencadena el olvido. Ojalá en Argentina, cuando salgamos de las penumbras, tengamos memoria.
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