Por Oscar Martinez
"Hoy se lee menos. O, en rigor, se lee de otra manera. Consumimos series, documentales, películas que se multiplican para alimentar las nuevas plataformas audiovisuales. Es cierto que el deporte vende ante todo sus goles de cada fecha. Premier, Bundesliga, Calcio, Ligue 1, Liga argentina o lo que fuere. Pero algunos de esos productos audiovisuales tienen hoy tanto valor formativo como un libro. Nos ayudan a entender mejor a los deportistas y al deporte. Nos ayudan también a entender mejor al mundo", Ezequiel Fernández Moores, periodista.
El ángulo imposible que Carlos Alcaraz, antes de su lesión, dibujó en la semifinal del último Roland Garros contra Djokovic, me hizo pensar en aquello que David Foster Wallace escribió en su relato "Cómo Tracy Austin me rompió el corazón": "Sampras lanzando una volea en un ángulo que desafía al griego Euclides". Y ciertamente, algo del padre de la geometría tienen los tenistas, verdaderos estudiosos de líneas, esferas, planos y triángulos. Tal vez por eso sus raquetas se parecen a los goniómetros, esos instrumentos que sirven para medir ángulos.
Wallace fue un maravilloso escritor norteamericano que lamentablemente se quitó la vida en 2008. Devoto admirador de Roger Federer hizo sobre él piezas de colección. Su obra maestra, "La broma infinita" (1996), explora el mundo del tenis a partir de la vida de Hal Incandenza, un jugador promesa del circuito junior, personaje basado en sí mismo. Pero es en "El tenis como experiencia religiosa" donde Wallace analiza el talento de Roger Federer basándose en la final de Wimbledon 2006 ante Rafael Nadal. "La genialidad no se puede reproducir. La inspiración, sin embargo, es contagiosa y multiforme, y el mero hecho de presenciar de cerca cómo la potencia y la agresividad se hacen vulnerables a la belleza equivale a sentirse inspirado y (de una forma fugaz) reconciliado". Para Foster Wallace, los límites de la cancha de tenis, las líneas de base y la red eran una metáfora perfecta de la vida, de su "expansión infinita hacia adentro". Un deporte donde el verdadero oponente no es el que está del otro lado de la red, a quien describe como "un compañero de baile", sino el mismo jugador y sus propios límites. En la competencia contra uno mismo radica la belleza del tenis, al igual que la de la buena literatura. La hoja en blanco como la construcción de un punto largo donde no se sabe cuál va a ser el resultado. Wallace se quitó la vida el mismo año en que Djokovic gano en Australia su primer Grand Slam. Es una pena que no haya estado para describir la plenitud del Big Three, es decir Federer-Nadal-Djokovic.
En otra final, el genial John Carlín se enfocó para escribir Rafa. "Nos vimos por primera vez en Qatar, el 3 de enero, y después volamos a Australia, Melbourne. El viaje dura unas 13 a 14 horas, estuvimos sentados todo el viaje juntos. Yo llevaba mi computadora portátil y así analizamos el que para mí y muchos era el mejor partido de su vida hasta ese momento. El mejor partido de la historia del tenis, la final de Wimbledon del 6 de julio de 2008, en que después de cuatro horas y 48 minutos, le ganó a Roger Federer. Rafa se acordaba de cada detalle del juego, entonces entendí su capacidad mental para enfocarse durante tanto tiempo en un partido", relató Carlín.
Algunos escritores suelen combinar la información de rigor con la calidad literaria. Es el caso de "Open", la biografía de Andre Agassi, escrita en realidad por el periodista estadounidense A.J. Moehringer, a quién el ex número uno del mundo le dio plena libertad para trabajar. El resultado es formidable. Se trata de una autobiografía demoledora, crítica sobre las presiones paternales a un niño que tiene que ser N°1. Pero fue duramente cuestionada por el mundo del tenis en una mirada corta. Agassi dice querer a su padre y al tenis. Y nos asegura que el mundo suele ser algo más complejo que ganar o perder, como solemos simplificarlo los analistas.
John McPhee, ganador del Pulitzer, narra en "Los niveles del juego" lo ocurrido en el verano de 1968, durante el US Open. El asesinato de Martin Luther King estaba muy reciente, y la lucha por los derechos civiles agitaban la vida de los Estados Unidos. El libro relata el partido de semifinales que enfrentó a Arthur Ashe con Clark Graebner. Dos mundos distintos, dos estilos diferentes. Graebner, blanco, republicano, de clase alta y calculador; Ashe, afroamericano, demócrata, de clase trabajadora y soñador. El tenis de Ashe era irregular, arriesgado, imprevisible; el de Graebner, constante, pulcro, organizado. La pista como escenario de la vida, y el estilo de juego como reflejo de los hombres. Ashe fue campeón ese año. Sirviéndose de este partido, McPhee retrató una década revolucionaria del siglo XX.
Por supuesto que se puede escribir mucho más sobre autores y relatos, pero elijo enfocarme en detallar cuáles son los diez libros que elijo tener, en caso de que me obligaran a que sea sólo esta cantidad. Aclaro que "El tenis como experiencia religiosa" de Wallace no cuenta. Es como cuando debo elegir a un futbolista, y no nombro a Messi porque ni siquiera tiene sentido hacerlo. El primero entonces es, debido a mi fascinación por Roger, "El código Federer", una biografía del genial suizo escrita por el periodista Stefano Semeraro. Luego, "Open", de Moehringer. En tercer lugar elijo "El juego interior del tenis", escrito por Tim Gallwey, uno de los pioneros de la psicología deportiva, que analiza la importancia de los factores mentales en el mundo del deporte en general. Vuelvo a las biografías. "El secreto de un ganador" detalla el método que ayudó a Djokovic a recuperar su mejor versión, se trata de un libro que es mitad autobiografía, mitad nutrición y salud mental. Y "Rafa, mi historia", de Carlín. Luego, "Rafa & Roger", de Antonio Arenas y Rafael Plaza, sobre la rivalidad entre los dos grandes. Y, siguiendo en esa línea, "Big Three: Federer, Nadal y Djokovic", de Carlos Baidez. Distinto es "Todo se puede entrenar", escrito por Toni Nadal, el tío y exentrenador de Rafa, que se enfoca en los valores personales y profesionales que se necesitan para triunfar en este deporte. Luego "Los niveles del juego", de John McPhee. Y "La Final".
"Su golpe insignia, su lujo de potrero, pronto para dar el golpe de gracia: salió un tiro rápido, no conservador, que fue a destruir sin más ese pacto con el miedo que amenazaba con volver el partido eterno. Un tiro fuerte, una descarga de stress, que un Coria óptimo, habitual, seguramente pudo haber corrido y devuelto. Pero era demasiado para alguien ya estragado por los nervios, para ese cuerpo con las fibras agotadas. En una fracción de segundo algo le dijo que estaba todo dicho. No atinó ni a mover los pies y el balazo de Gaudio cruzó la cancha en diagonal, picó metro y medio adentro de la línea lateral, y llegó hasta las manos de un ball boy, quien muy diligente la atajó y sin más recuperó obediente su posición de granadero, listo para entregar una nueva pelota al sacador. Un chico mucho más atento al ceremonial que a un detalle no menor: el partido ya era historia". Así termina el libro de Alejandro Prosdocimi. "La final. Gaudio-Coria. La historia de un partido que cambio dos vidas", sobre la definición de Roland Garros del 6 de junio de 2004, cuando Argentina invadió Paris. Una maravilla literaria con un profundo respaldo de investigación.
Como asegura Ezequiel Fernández Moores, los libros de este tipo nos ayudan a entender mejor a los deportistas y al deporte. Nos ayudan también a entender mejor al mundo.
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