Por Oscar Martinez
"El año pasado cuando fuimos campeones nos recibió el Presidente de la República en la Casa Rosada, y ahora que perdimos nos mandan a la cárcel. En este país no hay alternativas, es la gloria o Devoto". La frase pertenece a Carlos Salvador Bilardo, la enunció a finales de la década del '60. Bajo el Gobierno de facto de Juan Carlos Onganía, Estudiantes de La Plata había sido campeón del mundo en 1968 al vencer a Manchester United de Inglaterra. Un año después perdió la final de esa misma competencia ante el Milán de Italia. En la primera oportunidad el plantel fue recibido con bombos y platillos por Onganía; en la segunda tres jugadores del "pincha" estuvieron un mes presos por protagonizar incidentes en el partido definitorio.
"Todo, todo, es tan fugaz", escribió Cátulo Castillo en "La última curda", la letra dedicada a Troilo, a quién se la llevó a su departamento de la calle Paraná en una agobiante noche de febrero de 1956 para que pusiera música. Tres años antes, en Introducción a la Metafísica, Martín Heidegger advertía: "Cuando el tiempo solo sea rapidez, instantaneidad y simultaneidad, mientras que lo temporal, entendido como acontecer histórico, haya desaparecido de la existencia de los pueblos…". Pensar que ninguno de estos dos genios fue producto de esta Argentina ultracortoplacista, donde todo es ahora, ya, después vemos. Y en el fútbol, el reino del exitismo, si no se gana se es horrible. Y si conseguimos un triunfo, empezamos a cantar "Muchaaaachos…".
Lo cierto es que esta versión de Atlético, muy mejorada de las temporadas anteriores, pasa de la gloria a Devoto en todos los partidos, y en los tres últimos de manera contundente. Recuerde: gran primer tiempo ante Brown en Adrogué con ventaja gracias a un gol inolvidable del pibe Luna, y un segundo tiempo sin juego y a puro aguante que terminó en empate. Buen partido en líneas generales frente a Estudiantes de Caseros en el Monumental, con victoria parcial tras un penal convertido por Bieler luego de una jugada magistral de Luna, desperdiciando varias chances para ampliar el resultado, pero en el minuto final nos empataron y hasta pudieron ganarnos. Y ayer ganábamos bien, nos empataron y pasamos a perder con justicia, hasta que sobre el final igualamos. Tres partidos, tres empates, dos de ellos de locales, y la posibilidad de llegar a la punta que se evapora. No perdemos, pero empatamos, ese resultado que deja a todos sin sonrisas. La gloria, Devoto, Devoto, la gloria…y al final, sin el pan y sin la torta.
Sin embargo, hay algo tan importante como el resultado, y es el juego. Este Atlético juega muy bien, bien y a veces mal, pero siempre juega, algo que a los que amamos el fútbol nos encanta. Repito, este equipo juega, y hay que ir mucho para atrás en el tiempo para encontrar otro conjunto Celeste que al menos lo intentara. No hablo de meter y correr, una obligación para jugadores profesionales. Hablo de intentar jugar, de regalar al menos algunas sonrisas. Claro que falta el cierre, que el equipo le dé continuidad a sus momentos de brillo, que consiga generar situaciones de gol en lugar de amagar con hacerlo y, sobre todo, que nos dejé disfónico por gritar más de una vez. En definitiva, que nos vayamos a casa con una sonrisa en lugar de esta insulsa sensación de "pudimos ganarlo… pero al menos no perdimos".
Me pongo en la piel de un analista serio de fútbol, que no lo soy: el equipo no juega tan bien ni tiene manejo de los tiempos y las situaciones como para merecer sin dudas ganar sus partidos. Pero lo intenta desde la decisión de su entrenador. Tal vez se trate de que los futbolistas aún no se convencieron que pueden ser un buen equipo. Es Medrán quien debe analizar profundamente lo que le pasa a sus jugadores y tomar decisiones que le cambien la cara pero no el rumbo. Entre otras cosas, nos falta equilibrio. Pero no es un tema excluyente de este conjunto. Está en nosotros. Así somos los argentinos, los que vivimos entre la gloria y Devoto.
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