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Deportes

La catedral de piso rojizo

En el Buenos Aires Lawn Tennis se realizó una nueva edición del quinto torneo de tenis más antiguo del mundo. Una multitud siguió cada jornada y demostró una vez más que la generación de magia no es patrimonio exclusivo de los jugadores.
Oscar Martinez

Por Oscar Martinez

Palermo es un barrio clave en la Buenos Aires de afiche. Cuando el Gobierno promociona a la ciudad cosmopolita, la zona siempre aparece resaltada. Fuera del grotesco circuito de calles cortadas por piquetes y lejos de la pobreza endémica de la provincia, frente a los bosques y al Lago de Regatas, de cara al club de golf y a espaldas del hipódromo, evitando el ingreso por la sede centenaria de Olleros y recorriendo la serpenteante callecita Agustín Méndez, en el Parque 3 de Febrero, uno puede ingresar a un predio cargado de misticismo. Porque si bien no es este el primer club donde se jugó tenis en Argentina, ni siquiera en la ciudad, que el Buenos Aires Lawn Tennis Club se haya fundado en 1892 y que un año más tarde ya disponga de un torneo internacional, lo convirtieron en el sitio por excelencia para ver tenis. Luego, el paso del tiempo hizo lo suyo para transformarlo en la Catedral. El certamen en cuestión se llamaba Campeonato del Río de La Plata, luego paso a ser Abierto de Sudamérica, Copa Telmex, Copa Claro y finalmente Argentina Open. Es el quinto torneo más antiguo del mundo, por detrás de Wimbledon (1877), US Open (1881), Abierto de Canadá (1881) y Roland Garros (1891).

La entrada es más amplia que en años anteriores y eso es bienvenido, porque en toda la semana una marea humana aceleraba el paso a medida que se acercaba al predio. El espectador se encontraba, entonces, a la derecha con un enorme patio de césped techado por árboles gigantes, bajo los cuales se despliegan una generosa cantidad de mesas con bancos en las que siempre hay gente reunida. No importa qué hora sea o qué partidos se estén disputando, nunca faltan los que se juntan para tomar algo, descansar o mirar el juego aprovechando la pantalla gigante instalada en un rincón, sintonizada en el canal que transmite cada partido desde el primer día. Alrededor hay un tráfico constante de personas, que pasan espiando qué hay en cada lugar. Todo enmarcado por distintos puestos de comidas entre los que resalta una marca de sidras que lleva tres números por nombre. Hacia la derecha hay un estudio de radio improvisado donde una emisora hace sus programas normales matizados con presencias que tienen que ver con el torneo, y stands de diferentes marcas de productos. Más hacia la izquierda, accediendo por un pasillo que bordea canchas de entrenamiento, se accede al estadio mágico que lleva por nombre el de Guillermo Vilas. Y aquí mueren las palabras.

El torneo está al mismo nivel que Córdoba y Santiago de Chile, ya que los tres son ATP 250, un escalón debajo del 500 de Río de Janeiro, que completa la gira sudamericana pero es claramente el más atractivo. Eso lo marca la respuesta de los jugadores cuando se los convoca. Desde que en 2001 el brasileño Gustavo Kuerten, ex número uno del mundo y tricampeón de Roland Garros, ganara la primera edición, la lista de campeones sorprende si se tiene en cuenta lo complicado que es organizar en este país un evento que exige tamaño esfuerzo económico. Lo cierto es que tras el nativo de Florianópolis, se coronaron Nicolás Massú, Carlos Moyá, Guillermo Coria, Gastón Gaudio, Juan Mónaco, David Nalbandian, Tommy Robredo, David Ferrer, Juan Carlos Ferrero, Nicolás Almagro, Alexander Dolgopolov, Marco Cecchinatto, Dominic Thiem, Casper Ruud, Diego Schwartzman y Rafael Nadal, algunos en más de una oportunidad.

"Mucho más que tenis" asegura el slogan de esta edición. Y para el público que revolucionó esta semana las instalaciones del BALTC, realmente es así. Porque pasar un día en el club es mucho más que ver las batallas que sobre polvo de ladrillo libran varios de los jugadores. Cada visitante se siente protagonista del evento. Se visten como jugadores aunque nunca antes hayan pisado una cancha, pasan horas mirando raquetas, zapatillas y remeras iguales a las que usan los profesionales, y opinan como si fueran Javier Frana. Es como las innumerables mesas futboleras de café tan nuestras, solo que esta vez cambiamos de deporte

Tennium es la empresa que lleva adelante el certamen. Es una compañía enfocada en la industria del tenis. La plataforma trabaja en la organización de torneos, el sponsoreo de jugadores jóvenes y profesionales, tiene programas de alto rendimiento y otras inversiones relacionadas con el deporte. En la Argentina posee dos fechas: la presente del ATP Tour y una de WTA Tour, con el Argentina Open Femenino 125K, que se realizó entre el 14 y el 20 de noviembre de 2022, ganado por la húngara Panna Udvardy. Durante 2020 amplió su negocio también al mundo del paddle, con la incorporación a su cartera de jugadoras de quien fuera la número 1 del mundo, la española Marta Marrero.

El local de un conocido banco es la mayor atracción para unos diez chicos, que no superan los 12 años y hacen cola para probar suerte en una máquina, de esas que suelen verse en los shopping cargadas de peluches que se pueden "pescar" con un gancho. Pero la que hay en el club está llena de pelotitas de tenis. No muy lejos, otro grupito aprovecha la mini cancha que instaló una marca de protector solar para pelotear unos minutos. "¿Sabe si Alcaraz está entrenando?", me pregunta un pibe de no más de 10 años que sale corriendo antes que pueda responderle porque un amigo le grita que alguien ha ingresado a una cancha auxiliar. Hay una marcada devoción por el número dos del mundo, que se ganó a todos con talento, carisma y humildad. Al costado del ingreso una pareja intenta una y otra vez que le vendan una entrada, que van desde los 2.500 a los 13 mil pesos y hasta hace un rato se conseguían en las boleterías del torneo. Pero ya no hay. Ni aquí ni las que se vendían por Ticketek

"El premio es una gorra", me dice la promotora de una empresa de televisores y electrodomésticos, que ofrece el difícil desafío de embocar una pelota en un tubo tras hacerla rebotar en una pequeña plataforma instalada enfrente. "¡Es imposible!", protesta un hombre que, frustrado tras desperdiciar sus tres chances, le cede el turno al siguiente de la fila. "Al final era mejor venir el sábado, como hice yo. Porque ahí lo vi a Carlitos que me firmó la gorra", me asegura una adolescente con campera azul y capucha con la que intenta soportar los 9 grados del mediodía del sábado, justo cuando empieza a llover. "Ahora hay que venir a verlos jugar, es imposible acercarse a los jugadores. Los que pierden están enojados y los que ganan solo hablan con los periodistas", protesta mientras guarda la gorra firmada por "Carlitos" y que cuida como un tesoro. Su definición fue estupenda, me evitó una larga serie de palabras.

El nuevo gran desafío de los organizadores es transformar el torneo en un ATP 500, pero para ello no sólo deberán desembolsar más dinero para el prize money y las garantías, sino también en infraestructura. Uno de los mayores cambios que necesitará será construir un segundo estadio muy superior al que actualmente puede albergar 600 personas, una capacidad por debajo de los estándares del circuito para este tipo de torneos. Y convencer al Gobierno de la ciudad que les permita ampliar el predio ocupando parte del bosque público durante la semana del torneo, porque ya no hay para lugar para que más gente se mueva fuera de los estadios.

Tras la pandemia, la explosión del Argentina Open fue enorme. Aún impulsado por la presencia del Abierto de Córdoba en la semana previa, en contra de lo que la gente de Tennium temía. El tenis grande del circuito profesional de varones desarrolló toda su magia durante una semana en la catedral con base de color rojiza. Vino Alcaraz, el número dos del mundo. Aquí lo esperaba el uno: la gente.

La Otra Mirada deportes tenis Argentina Open

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