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Deportes

Honor y gloria

El inolvidable tenista estadounidense, que llegó a ser el 2° del mundo y ganó Wimbledon, Australia y el US Open, es un ícono social gracias a su lucha contra las políticas del apartheid en Sudáfrica y en la causa SIDA, enfermedad que contrajo en una operación y que finalmente acabó con su vida.
Oscar Martinez

Por Oscar Martinez

Alguna vez recibió una carta de un fan que decía: "¿Por qué Dios tiene que castigarte con tan tremenda enfermedad?" Ashe le respondió: "En el mundo 50.000.000 de chicos comienzan a jugar al tenis, 5.000.000 aprenden a jugarlo, 500.000 tienen chances en el tenis profesional, 50.000 entran al circuito, 5.000 alcanzan jugar un Grand Slam, 50 llegan a Wimbledon, 4 a las semifinales, 2 a la final. Cuando estaba levantando la copa nunca le pregunté a Dios: ¿Por qué a mí? Y hoy, con mi enfermedad, tampoco debería preguntarle: ¿Por qué a mí?", Arthur Robert Ashe, Jr., ex tenista que llegó a ser 2° del mundo en 1976. Nació en Richmond el 10 de julio de 1943 y falleció, a los 49 años, en Nueva York, el 6 de febrero de 1993.

Hace unos años, el entonces presidente de los Estados Unidos, Barak Obama, le contó a la revista Sports Illustrated su admiración por Ashe. "En un mundo ideal, los niños deberían mirar a sus padres como ejemplo de conducta, pero yo crecí sin mi padre y Arthur Ashe fue el deportista que más me inspiró porque siempre se comportó con respeto y dignidad". Hace 55 años, Ashe se coronó en el Abierto de su país, en 1968, cuando todavía era un tenista aficionado y cobraba apenas 20 dólares diarios de viático. Además, ganó 33 títulos en single y fue campeón de la Copa Davis como jugador, primero, y capitán, después. Pero es su historia, como marca Obama, la que merece ser conocida.

Arthur perdió a su madre a los 6 años. Su padre, Arthur Ashe Sr., era un policía descendiente de esclavos, que obligó a su hijo a estudiar duro, ir a misa, ayudar a los pobres y a no hacerse enemigos, algo conveniente para un niño negro de Richmond, Virginia, corazón profundo de la América racista, según relata el periodista Ezequiel Fernández Moores. Arthur hijo así lo aceptó cuando, por ejemplo, con 12 años de edad y siendo ya un promisorio tenista, fue echado de un torneo por el color de su piel. Lo mismo le enseñó su profesor, Robert Walter Johnson, primer médico afroamericano que realizó un parto en el Lynchburg General Hospital de Virginia, que entrenaba niños negros con su propio dinero y les ordenaba que respondieran como buena, aunque la pelota rival picara algunos centímetros fuera de la línea. Ashe, que llegó a ser segundo teniente del Ejército de los Estados Unidos, mantuvo esa línea cuando se coronó primer campeón negro del US Open, en plenas revueltas raciales tras el asesinato de Martin Luther King. Le asustaba Malcolm X. No compartía el discurso radical de Muhammad Alí. Y mucho menos se le hubiera ocurrido protestar con el puño levantado como hicieron los atletas Tommie Smith y John Carlos en el célebre podio de los Juegos Olímpicos de México 68. Así fue que en 1973 aceptó jugar en Sudáfrica para formar su propio juicio sobre el apartheid. Perdió la final frente a Connors, pero ganó el dobles con Tom Okker y se coronó primer campeón negro del Abierto sudafricano. Pensó que así enviaba su mensaje a los segregados. Visitó el gueto de Soweto y fue aclamado por los pobres, pero los activistas negros de Sudáfrica lo llamaron "Tío Tom" y le dijeron que su "concesión" legitimaba el racismo.

Su postura cambió tras la matanza de Soweto, en 1976. Se convirtió en un duro defensor del boicot deportivo al régimen racista. Cuando en 1990 fue liberado, Nelson Mandela pidió que Ashe fuera incluido en la delegación política que los Estados Unidos envió a Sudáfrica. Nunca supo si haber controlado tanto sus emociones fue la causa del primer infarto que, en 1979, forzó su retiro del tenis. Sufrió un segundo infarto en 1983. Su activismo se hizo más intenso. En 1985 fue arrestado por una protesta ante la embajada sudafricana en Washington y en 1992 cayó otra vez preso al reclamar por los refugiados haitianos. "¿Se deberá esta cruzada mía antiapartheid a mi relativa inacción de los años 60? Mientras corría sangre por las calles de Birmingham y Memphis, yo jugaba tenis vestido de blanco inmaculado", se cuestionó en su libro póstumo, "Días de gracia", en 1992. Ya había escrito tres volúmenes sobre la historia de los deportistas negros en los Estados Unidos. Comentaba tenis por TV, escribía para The Washington Post y daba charlas en universidades y en escuelas, pero siempre diciendo exactamente lo que pensaba, exigiendo a los jóvenes deportistas negros que estudiaran y se formaran.

Ese mismo año, los médicos le dijeron que había adquirido el sida en una transfusión de sangre. Decidió él mismo hacer pública su enfermedad, horas después de que un editor del USA Today lo llamó a su casa pidiéndole una confirmación, pues el diario consideraba que el rumor que le había llegado era de interés público y debía ser publicado. "Me enojé. Me sentí invadido. No soy un político, no cometí ningún crimen. Pero tampoco quiero que me obliguen a mentir, aunque ahora me estén forzando a hablar de algo que pertenecía estrictamente a mi vida privada", dijo Ashe. Calificó de "canalla" a quien divulgó su enfermedad, pero aun en medio de su dolor no atacó al USA Today que, al día siguiente, defendió su actitud ante los lectores, que enviaron centenares de cartas de protesta al diario. "No es un servidor público, pero es una persona tan influyente como un presidente", se justificó el diario. Ashe tuvo un único momento de debilidad en la conferencia, cuando intentó explicar por qué había decidido mantener en el ámbito privado una enfermedad que por entonces suscitaba más crueldades que compasiones. Lo auxilió tomando el micrófono su esposa, la fotógrafa Jeanne Moutoussamy, con la que se había casado en 1977. Ashe se quebró llorando porque habló de Camera. Su hija adoptiva tenía apenas cinco años y no hubiera querido exponerla.

Pero se rehízo. Creó una fundación que recogió hasta cinco millones de dólares para tratar a enfermos de sida. McEnroe dijo que jamás había visto a las grandes estrellas unidas en una exhibición hasta que fueron convocadas por la fundación de Ashe. Respetuoso y digno, como lo fue toda su vida, dentro y fuera de la cancha, Ashe jamás se victimizó por el hecho. Y tampoco olvidó sus convicciones. En 1992, invitado por la Asociación Nacional de Periodistas Negros en Detroit, dijo que el sida no fue lo peor que le había sucedido en la vida. Porque lo más difícil, afirmó, fue lidiar con su condición de "vivir siendo un negro en los Estados Unidos". Una neumonía terminó con su resistencia unos meses después, el 6 de febrero de 1993.

Hoy comienza en el "USTA Billie Jean King National Tennis Center", localizado en Flushing Meadows-Corona Park, en el borough de Queens, Nueva York, el cuarto Grand Slam de la temporada. El torneo que entrega un total de 65.000.000 de dólares en premios. Que fue ganado por Guillermo Vilas en 1977, quien derrotó por 2-6, 6-3, 7-6 (4) y 6-0 al local Jimmy Connors en la final de 1977, cuando se jugaba sobre el polvo de ladrillo de Forest Hills. Por Gabriela Sabatini en 1990, tras superar en la definición por 6-2 y 7-6 a Steffi Graf. Y por Juan Martín Del Potro en 2009, cuando doblegó en días consecutivos a Rafael Nadal y Roger Federer.

Las finales de este año se disputarán nuevamente en el estadio de tenis más grande del mundo, con capacidad para 23.771 espectadores. Y con techo retráctil. Que llamaron "Arthur Ashe". Para recordar al tenista que revolucionó mundialmente este deporte. Y homenajear al hombre cuyo legado es tan grande como su estadio.

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