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La ética en la vida pública

Por Gladis Seppi Fernández* Después de vivir tantas y ejemplarizadoras experiencias, después del gran empobrecimiento del país en manos de políticos deshonestos, encontramos en Las andanzas de Don Quijote de la Mancha ideas y expresiones reveladoras, mensajes que guían y que debieran escuchar los que gobiernan, sobre todo en la actualidad y en nuestro país.

Sancho, que en la primera parte del libro, se presenta como un ser pragmático, especulador y materialista; en la segunda persigue el proyecto de ser gobernador de la isla Barataria y, tras este logro y con la orientación inteligente del Quijote, se va transformando en un ser, hombre auténtico y verdadero, después de haber navegado "en el mar proceloso" que provoca la ambición del poder.

Don Quijote le da amistosos y sabios consejos de carácter filosófico y espiritual que deberá atender no sólo "para gobernar mejor sino para lograr su plenitud humana y personal a través del ejercicio de los valores caballerescos", agregando que "el impulso hacia lo heroico y el sentimiento de honor ponen en el norte de sus acciones los valores espirituales, en contraste con el egoísmo, el materialismo y la superficialidad" que caracterizaron al primer Sancho.

Los consejos de quien ha pasado de Hidalgo a ser Caballero Don Quijote de la Mancha, le aseguran a Sancho que sólo siguiendo principios éticos podrá lograr fama eterna y una felicidad indecible y están inspirados en su íntima convicción de que solamente la virtud "que se conquista día a día gracias a la perseverancia y al esfuerzo" pueden lograr que, en el corazón del hombre, nazca y crezca la simiente de una plena, lograda, ejemplaridad.

Tras esa búsqueda, Don Quijote insiste en orientar a su escudero hacia la conquista de la relación primera y necesaria a todo hombre, la de centrarse y encontrarse consigo mismo, "que es el más difícil conocimiento que puede lograrse, lo que lo hará ser humilde, consciente de sus limitaciones, libre del mareo y equívoco que produce el poder y la borrachera de soberbia que éste provoca". De esa manera siguen las lecciones "porque Sancho,- dice Cervantes- para poder gobernar, ha de gobernarse a sí mismo, buscando en su interioridad la verdad, sin sobrevalorarse para evitar fracasos abruptos".

Estas ideas -que cumplen 400 años ya- debieran movilizar profundamente el pensamiento del hombre de hoy, servirles de guía y ejemplo, sobre todo a quienes se relacionan, detentan, intentan mantener a toda costa el poder.

Estas ideas nos obligan a repensarnos como seres humanos en evolución. Nos obligan a preguntarnos, ¿no es acaso que el ser humano, el homo de la especie, progresa a pasos increíbles, hecho que en su supuesto acelerado crecimiento lo ha ido transformando desde aquel viejo y elemental australopitecus en el más inteligente homo sapiens hasta llegar al homo tecnologicus, un hombre que parece llegado a su máximo poderío?

Sin embargo, ¿basta el crecimiento económico que nos ha llevado a ser el homo consumens o el tecnologicus y científico para declarar que hemos llegado al alto lugar a que estamos destinados para sentirnos plenos, erradicar las miserias humanas, la tristeza, la angustia y disconformidad que oprime el corazón del hombre actual? ¿Acaso el hombre de estos tiempos, envuelto como nunca antes en actos de gran barbarie que atentan contra sí mismo y el prójimo, impulsado por una ilimitada ambición a inescrupulosos saqueos y robos de una ambición desmedida; lanzado a acciones destructivas y enceguecido por las mentiras que se dice a sí mismo y a los otros, no nos está diciendo a las claras que lleva perdido el sentido, su propia humana dirección?

Echemos una mirada a los hombres notables del pasado, recorramos con visión atenta los siglos y veremos que cuanto construyó el hombre para hacerse un verdadero hombre, enraizado en valores éticos que son lo que dan el verdadero poder, se está perdiendo en su equivocada ambición de tener aún mucho más de lo que necesita para su vida y varias generaciones de sucesores. Sin el sustento íntimo de una vida ética, nos quedamos huérfanos del reinado de la auténtica autoridad.

Hoy, sin respeto por nada ni nadie, sin la capacidad de reconocer lo que tiene real valor, impera el autoritarismo, las razones o sin razones impuestas por la fuerza del miedo, la amenaza, los golpes y hasta asesinatos, fuerzas que derramadas desde el centro mismo de los más poderosos llega a los hogares, se instala en las escuelas, debilita las instituciones, y corroe a toda la sociedad argentina.

Necesitamos hombres de quienes emane la auténtica autoridad, la que se genera en el valor interior, en las propias certezas, no en el aplauso comprado por las promesas de cargos o bienes materiales. Necesitamos escuchar los consejos que Don Quijote daba a su escudero 400 años atrás. Necesitamos de la sabiduría de hombres como Miguel de Cervantes. Y gente que lo escuche, por cierto.

La suerte de nuestra Argentina, que es decir la calidad de vida de sus habitantes, depende de la posibilidad de que llegue a la conducción del país y sus provincias gente ética, buenas personas, el bien sumado a su capacidad de ver y elegir lo mejor para todos.

*Docente y escritora.

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