Federico Sturzenegger y Pablo Moyano. En esas dos personas podría resumirse la opción argentina entre el cambio, promovido por una mayoría de la sociedad, y el statu quo, defendido a su vez por casi la mitad de los argentinos. Sturzenegger, un intelectual que supera la condición de economista porque le gusta hurgar en todos los barroquismos legales del país, es la figura que Javier Milei eligió para que lleve adelante el cambio que prometió en su campaña electoral. Pablo Moyano, el hijo mayor del eterno Hugo Moyano, es la cara y el espíritu del conservadurismo sindical. De hecho, fue ese hijo del líder de los camioneros quien frenó la concreción de un diálogo tripartito entre el Gobierno, los empresarios y los sindicatos. Pablo Moyano es el representante de su padre en el triunviro que maneja la CGT y es, también, el que levantó a la central obrera de ese diálogo promovido por el gobierno de Milei. ¿La levantó? “No se sentó nunca”, precisó un dirigente empresario, que encontró una señal favorable en la decisión de los gremialistas de enviar representantes técnicos, no políticos, al diálogo tripartito. Algo es algo. La CGT está conducida fundamentalmente por los llamados “Gordos” (algunos dirigente son efectivamente regordetes, pero les dicen así porque sus gremios son los que tienen más afiliados) y por Pablo Moyano, convencido de que cuando los camioneros bajan de los camiones están bajando de Sierra Maestra. Pablo Moyano es un enemigo feroz de cualquier cosa que se llame reforma laboral o sindical. Ya provocó el aborto de un proyecto en ese sentido con una sola frase lanzada en tiempos de Mauricio Macri. “Será otra Banelco”, disparó públicamente. Miguel Ángel Pichetto, que entonces presidía el bloque de senadores de la oposición peronista, aclaró en el acto que el proyecto de reforma laboral no se trataría nunca si los tres secretarios generales de la CGT no se presentaban en el Senado y homologaban la iniciativa del macrismo. “Una generación de senadores peronistas murió políticamente cuando se habló de una Banelco en el Senado”, recordó. Se refería a los senadores peronistas que existían cuando corrió la versión de que hubo sobornos a los senadores para que aprobaran una reforma laboral; los presuntos sobornos se llamaron eufemísticamente “Banelco”, y el primero que pronunció esa palabra fue el padre de Pablo, Hugo Moyano. Adiós a la reforma laboral de Macri.
Ahora, “los Gordos” decidieron no ir al diálogo tripartito presionados por Pablo Moyano. La CGT está políticamente dividida entre “los Gordos” y Pablo Moyano; el patriarca de los Moyano, Hugo, hace equilibrios entre unos y otros. Tampoco “los Gordos” quieren dejar aislado a Pablo Moyano, porque podría ser mucho peor si se moviera por sí solo. Dentro del gremialismo están también las dos CTA, una central alternativa de trabajadores que tiene dos corrientes y las dos son kirchneristas. Por esto o por aquello, Pablo Moyano termina siempre marcando la dirección política de los sindicatos. Sturzenegger no se metió todavía en la vida interna de los sindicatos, pero ya merodeó la relación entre las patronales y los trabajadores. Desde cómo será la propina a los mozos de bares y restaurantes –no será obligatoria, como se dijo– hasta la indemnización por despido y la manera de combatir la enorme informalidad laboral. Sturzenegger está entusiasmado con el modelo del sindicato de la construcción, donde patrones y trabajadores hacen sus propios ahorros para el día en que el trabajador se quede sin trabajo. Los sindicatos no están muy de acuerdo con ese modelo (la construcción, dicen, tiene una forma de trabajar muy particular), pero resulta que tampoco a los empresarios les gusta ese modelo. Prefieren que los trabajadores se jubilen en sus empresas. De todos modos, las patronales promueven que, si se aplicara un sistema como el de la construcción, los fondos del cese laboral deberían estar bajo la custodia de alguna autoridad por encima de empresarios y sindicatos. Tampoco se sabe, hasta ahora, si los gremios mandarán representantes al Consejo del Pacto de Mayo, que debería estar integrado a fines de agosto. Se trata de un Consejo del que formarán parte los gobiernos nacionales y provinciales, las dos cámaras del Congreso, los empresarios y los sindicalistas para llevar a los hechos los principios teóricos inscriptos en el Pacto de Mayo (que se firmó en julio, cabe aclarar). “Nunca olviden que a los gremialistas les importa sobre todo el dinero”, desdramatizó un funcionario mileísta que conoce a los dueños de los sindicatos. ¿Por qué esa advertencia? “Porque le temen a un imprevisto y fulminante ataque sobre la caja del trío Milei, Caputo el tío y Sturzenegger”, contó. Esperan, tranquilos, el final de ese combate sindical entre los principios y la caja. La caja gana siempre.
El jefe de Gabinete, Guillermo Francos, tiene en sus manos la verdadera revolución de la política. Debe conseguir la aprobación parlamentaria de la boleta única en todas las elecciones, nacionales y provinciales. La boleta única es casi una utopía de los buenos políticos argentinos, porque esa idea fracasó siempre en el Senado, donde el peronismo tuvo (ya no tiene) una mayoría determinante. La boleta única elimina la posibilidad de fraude y les quita poder a los punteros políticos; el viejo sistema electoral que está vigente les permite a estos pavonearse con un poder que no tienen. Con todo, Francos parece estar cerca ahora de lograr la aprobación de esa crucial modificación, que necesita de una mayoría especial en el Congreso. Como todos los temas electorales, deberá ser aprobada por la mayoría absoluta de las dos cámaras; es decir por la mitad más uno del total de legisladores de cada cámara, sin importar cuántos estén presentes en el momento de la votación. Nunca nada es fácil para Francos. Esta es otra misión ardua, sinuosa, difícil.
Otro ministro, el de Justicia, Mariano Cúneo Libarona, prepara algunos cambios fundamentales para hacerles la vida más fácil a los ciudadanos comunes. ¿Ejemplos? Que las sucesiones no conflictivas dejen de pasar por los jueces y directamente se inscriban en un registro para reacomodar los títulos de propiedad. La mayoría de las sucesiones no son problemáticas, pero todas deben pasar por un juez, y este suele dar muchas vueltas con esos juicios. También se propone hacer lo mismo con los divorcios no contenciosos; es decir, si un matrimonio decide el divorcio y el reparto de bienes de común acuerdo no tendrá que ir a un juez para que lo autorice. Directamente lo inscribirán en el registro civil. Como abogado penalista que es, otra obsesión de Cúneo Libarona consiste en la implementación de los juicios por jurado, que están en la Constitución de 1853 y nunca se concretaron. Sucede que ahora hay un sector importante de académicos del derecho que cuestiona la oportunidad de esos juicios. El progreso tecnológico, sobre todo en las comunicaciones, hace imposible un jurado de ciudadanos ajeno a lo que se dice del juicio y del acusado (o los acusados) fuera del recinto donde se debate la culpabilidad o la inocencia. Es una opinión que merece su análisis.
Sturzenegger suele poner especial énfasis en lo que llama “la revolución de la educación” y dice entre colaboradores que debe ser el “cambio más importante de los últimos 50 años”. Bastaría con que le devuelva a la educación argentina el alto nivel que tuvo antes de que el populismo arrasara con ella. También promueve, entre muchas cosas más, un concurso con exámenes por internet para los que aspiren a ingresar a la administración pública. La condición de que sea por internet es para evitar la influencia política en los concursos. La Cámpora dejó manuales sobre lo que no hay que hacer con el Estado.
Ahora bien, ¿cómo se hará todo eso con un presidente que arroja palabras como lanzallamas contra políticos opositores, líderes extranjeros, empresarios locales y todos los periodistas que no son amigos suyos? Los empresarios quieren que salga la reglamentación del RIGI (Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones) porque podría reactivar la economía más rápidamente. Pero también saben que las ofensas del Presidente a los jefes de gobiernos extranjeros son un obstáculo serio para las inversiones. Funcionarios oficiales señalan que el “espíritu sarmientino” de Milei se debe, más que nada, a su minoría parlamentaria; necesita demostrar, dicen, que existe poder aunque no lo parezca. El “espíritu sarmientino” refiere a Sarmiento y a su estilo volcánico de debatir con sus adversarios. Además de su furia verbal contra Rosas y los caudillos vernáculos, el debate más encarnizado de Sarmiento fue con Alberdi por razones políticas, no ideológicas. Tuvo algún excepcional conflicto con un periodista que militaba entre sus opositores, pero no puede compararse a Sarmiento con Milei; Sarmiento escribió así sobre el periodismo: “Solo los enemigos de la civilización y las luces detestan las publicaciones de la prensa”. El supuesto “espíritu sarmientino” de Milei es un pretexto, no un argumento ni una explicación ni una razón.
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