Por Martín Lehmann
Abróchense los cinturones y agárrense fuerte porque ahí vamos de nuevo. Empieza en breve una nueva campaña electoral y vamos a estar sacudidos constantemente por intensos avisos propagandísticos.
Ya no basta con apagar la radio o la tele para tener un respiro de esta situación. Ahora las caras sonrientes de los candidatos de turno se cuelan en nuestras redes sociales y líneas telefónicas durante el día y la noche.
En las coberturas periodísticas del domingo de los sufragios existe un curioso ritual que se repite desde hace décadas: los periodistas esperan a los candidatos en las mesas de votación, y estos a su vez les responden con frases carentes de contenido, en las que la muletilla estrella es "hoy es una fiesta de la democracia".
Pero hasta ahora nadie se ha preguntado: ¿qué se festeja? ¿Qué o quiénes son los homenajeados? ¿Acaso una sesión ordinaria del Congreso no debería ser también una fiesta de la democracia?
Creo que es hora de darnos cuenta de que se trata de una fiesta de la política, no de la democracia. La enorme movida para elegir autoridades nuevas no tiene nada de fiesta, es sólo una parte del proceso democrático, como lo es cualquier sesión de recinto o reunión de comisión.
Usar el término "fiesta de la democracia" es únicamente entendible si lo vemos desde la perspectiva de los políticos, que celebran la renovación de sus cómodas dietas o el ingreso de nuevos integrantes a esta festichola. ¡Más vale que ellos la van a ver como tal!
Como es sabido, el término democracia deriva del griego antiguo y significa "gobierno del pueblo". Pero actualmente hemos llegado a un punto de tal que confundimos votar con gobernar. O al menos eso es lo que a muchos les conviene que la gente crea.
Es un error grave creer que la democracia es la posibilidad de votar cada 2 años. Y en esto no hago responsable solamente a los políticos, sino también a la gran porción de la población que permite que se perpetúe esta idea. Desafortunadamente lo que tenemos hoy en día es una partidocracia, en la que ciertos grupos de personas se disputan los lugares de poder.
Si nos referimos a la definición del griego antiguo comprendida por el demos (pueblo) y el kratos (poder), vamos a poder ver que la democracia requiere ineludiblemente de la participación del pueblo en la vida pública. Esto de ninguna manera se contradice con el sistema representativo que se compone por los legisladores. Son dos cosas distintas. Los concejales, diputados y senadores son simples intermediarios que, por una cuestión lógica de cantidad de gente, toman la responsabilidad de llevar al recinto la voluntad de quienes los han votado.
Pero afuera del Congreso, legislaturas o concejos, es la gente la que tiene la responsabilidad de gobernarse día a día. Claro que esto implica trabajo, dedicación, tiempo y energía para seguir de cerca qué están haciendo los muchachos de la política. No podemos poner la boleta en la urna y luego echarnos a dormir durante 24 meses hasta la próxima elección. Eso no es democracia. Votar es sólo el comienzo de un ciclo en el que debemos velar por que se respeten nuestras voluntades por parte de quienes hemos elegido.
Además, previamente debimos haber hecho un análisis responsable de qué es lo que prometió ese concejal, senador o diputado. ¿Sabemos lo que va a hacer? ¿Conocemos su plataforma electoral? En definitiva ¿sabemos qué estamos votando cuando votamos?
Una vez que han asumido sus bancas, es responsabilidad de todo el electorado convertirse en fiscales implacables de los políticos que llegaron al Congreso, legislaturas o concejos deliberantes. Hoy en día con el fácil acceso a la actividad parlamentaria a través de internet no podemos ignorar lo que pasa dentro de las cámaras de representantes. Que no tengamos ganas o nos dé pereza ya es otra cosa.
La única fiesta de la democracia son los resultados que ésta logra cuando beneficia al pueblo. Tómese como ejemplo lo siguiente: en una reunión de consorcio de un edificio se elige por mayoría la instalación de una parrilla de uso compartido en la terraza. ¿Cuál de las siguientes opciones sería la verdadera fiesta? A) ¿La reunión en la que se hizo la votación o B) el asado que se concreta el día que se inaugura la parrilla?
Dejemos de engañarnos y santificar el día de las elecciones. Esto no es más que un engañapichanga en el que muchos caen mientras piensan que están haciendo la revolución poniendo su sobre en una urna.
No muchachos, la democracia es mucho más que eso, pero lleva un compromiso constante. No dejemos de involucrarnos a diario en ella.
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