Por Vicente Massot
Si un escándalo como el que estalló hace una semana en la Legislatura bonaerense hubiese tenido lugar en los Estados Unidos, Alemania o el Reino Unido -para citar, al voleo, tres naciones en las cuales el tinglado institucional es algo más que un continente sin contenido- las consecuencias de tamaño latrocinio se habrían hecho notar de inmediato, y es seguro que las renuncias de los funcionaríamos públicos involucrados estarían a la orden del día. Entre nosotros, en cambio, la casta hizo mutis por el foro, miró para otro lado, apostó a que pasará la tempestad y que la gente se olvidará del asunto. En realidad, el sistema colosal de corrupción organizada por la partidocracia en el Poder Legislativo de la provincia de Buenos Aires -con pocas, si acaso alguna, excepciones a la regla- viene de lejos. Empezó en 1983 con el regreso de la democracia, y sin solución de continuidad ha durado hasta el presente. De más está decir que nadie intentó seriamente ponerle coto. El silencio absoluto de la totalidad de los sectores involucrados habla a las claras de los alcances que tiene el pacto mafioso que labraron hace cuarenta años.
Si el Jefe de Gabinete de la administración provincial más importante de Bélgica, Finlandia o Suiza hubiera contratado un yacht de película para pasear con una acompañante de lujo por el Mediterráneo, subiendo a las redes sociales, de manera indecente, fotos de los regalos carísimos que aquél le hiciera a ésta, el terremoto que le hubiese seguido clausuraría cualquier posibilidad de que el Gobernador de ese estado ganase las Elecciones por venir. En la Argentina, inversamente, la grosería de Martín Insaurralde, si bien ha pasado a mayores, no es seguro que arrastre consigo a Axel Kicillof. El hombre fuerte de Lomas de Zamora no puede justificar su tren de vida -como buena parte de los políticos criollos- pero no son muchas las posibilidades de que haya un Fiscal, Juez, cámara o corte dispuestos a sentarlo en el banquillo de los acusados y procesarlo con arreglo a la inversión de la carga de la prueba, la única forma de poner presos a los corruptos de la clase política.
Los dos hechos antes mencionados vienen a cuento de una pregunta que, a menos de tres semanas de los comicios que podrían definir quién será el próximo Presidente de la República, muchos se plantean: ¿qué peso tienen semejantes desvergüenzas en el ánimo o, más aún, en la intención de voto de quienes el 22 de octubre entrarán al cuarto oscuro? El interrogante sería ridículo plantearlo en el primer mundo. En estas latitudes, nunca es una cuestión abstracta. La lógica indicaría que los responsables deberían ser castigados en las urnas. Pero, claro, la lógica muchas veces sirve de poco o nada.
Conviene, al respecto, ir por partes y separar los porotos. Es cierto que tanto la corruptela de los legisladores bonaerenses como el desenfado de Insaurralde tienen un común denominador. No obstante, mientras el primero de los casos no es de fácil comprensión para el gran público, el segundo no le pasó desapercibido a nadie. Además, los medios -sobre todo los televisivos y las redes sociales- lo pusieron a la vista del país entero, precisamente porque es el típico episodio en donde se conjugan sexo, plata e impunidad. Ideal para consumo masivo. El otro dato que complica al kirchnerismo bonaerense se vincula con el almanaque. Si el de Lomas de Zamora hubiese gastado cientos de miles de dólares de los contribuyentes en una escapada romántica a la Costa Esmeralda o a las islas del Adriático, dos años antes de los comicios, su falta de escrúpulos, aunque hubiera tomado estado público, no habría repercutido en las urnas. Sencillamente, porque nadie se acordaría. La diferencia es que las fotos de la discordia se publicaron a sólo tres semanas de que se substancien las elecciones.
¿Significa lo expuesto que la caída del hombre que Cristina Fernández le había impuesto al Gobernador -y que Massa, en plena campaña, acababa de exaltar como un ejemplo- se llevará puesto también a Kicillof? Imaginar que Axel Kicillof está seriamente complicado y lleva las de perder es olvidarse de un aspecto fundamental, que nada tiene que ver con el escándalo del yacht 'Bandido': el 22, los dos principales competidores del actual mandatario provincial irán en listas separadas. Néstor Grindetti, por un lado, y Carolina Píparo, por el otro. Es comprensible que así sea en razón de que aquél forma detrás de Patricia Bullrich, y Píparo se encolumna con Javier Milei. Para saber que tanto golpeará el affaire Insaurralde a su jefe provincial habrá que esperar a que se abran las urnas. Porque no hay encuesta o analista capaz de adelantar qué tendrá mayor peso a la hora de votar: si la procacidad del exministro y del peronismo bonaerense -que no lo ha condenado y nada dice acerca del origen de los fondos espurios de Insaurralde, que provienen del manejo del juego en la provincia- o la citada división de las dos principales fuerzas opositoras.
Más allá de los grotescos tratados, hay otra pregunta de la misma naturaleza, referida a la incidencia del debate de los cinco candidatos presidenciales -que se llevó a cabo en la ciudad de Santiago del Estero, el pasado día domingo- sobre los votantes. Convengamos que el formato que a estas tenidas televisivas se le ha dado en nuestro país difiere del que existe, por ejemplo, en los Estados Unidos. Aquí se cuidan las formas al extremo de que terminan siendo versallescas. Nada de eso ocurre en la democracia de la primera potencia mundial. En la llamada "Madre de ciudades", las que se escucharon fueron generalidades conocidas hasta el hartazgo; en Washington las polémicas son feroces. Basta repasar los duelos de Trump y Biden para caer en la cuenta de ello. En estas latitudes, el acartonamiento es la regla. En aquellas tierras, poco menos se sacan los ojos. Por lo tanto, mientras en el norte una elección se puede ganar o perder en una polémica pública -que fue lo qué pasó con Richard Nixon cuando discutió frente a las cámaras con John Kennedy, en 1960- en el sur nadie va a cambiar su voto por unas cuantas parrafadas desabridas de los cinco aspirantes al sillón de Rivadavia.
Terminado el debate, se conocieron una serie de números que vale la pena reproducir. Por de pronto el rating alcanzado por el programa orilló los 45 puntos. Algo así como cinco millones de personas siguieron las discusiones en las cuales quedaron enredados Javier Milei, Patricia Bullrich, Sergio Massa, Myriam Bregman y Juan Schiaretti. Y, claro está, no podían faltar las encuestas, que echaron a correr Canal 26, América TV y TN. En las tres quedó cortado en punta el libertario con 58%, 54% y 48% de las preferencias, respectivamente. La candidata de Juntos por el Cambio salió segunda en dos y el oficialista en una. En cuanto al periodismo gráfico, dos medios que no se caracterizan por su apoyo al líder libertario, dijeron lo suyo. "La Gaceta", de Tucumán, a lo largo de doce horas, extendió a sus lectores la siguiente pregunta: "¿Quién crees que estuvo mejor a la hora de defender sus propuestas?" Milei obtuvo 34%, Massa, 26% y la representante de "JxC" 22 %. Por su lado, en La Nación, de entre diez de sus periodistas estrellas consultados, ocho creyeron que Milei había sido el más consistente.
A menos de veinte días de la pulseada que tiene en vilo al país, siguen vigentes los dos interrogantes que quedaron planteados al conocerse el resultado de las Primarias abiertas del 13 de agosto: 1) ¿podrá obtener Javier Milei el piso de 40% de los votos y sacarle, a la vez, diez de ventaja a su inmediato perseguidor?; y 2) ¿quién será el segundo en cuestión, Patricia Bullrich o Sergio Massa? La moneda está en el aire.
Comentarios