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Opinión

No les sale una bien

Vicente Massot

Por Vicente Massot

La desesperación es siempre una mala consejera. El oficialismo kirchnerista, prácticamente sin excepciones a esta regla, demuestra a diario que no sabe a qué atenerse, y como no tiene un plan de acción destinado a colocarse al amparo del vendaval que amenaza pasarlo por encima, obra a tontas y a locas. En realidad, el Gobierno se parece a una bola sin manija que va de acá para allá, sin un norte fijo, al compás de quien la impulse en ese momento: Cristina Fernández, Sergio Massa o el Presidente de la Nación, cuando lo dejan actuar de manera independiente.

En una circunstancia normal, si estuvieran sus responsables en control de la situación, a nadie medianamente serio de la presente administración se le ocurriría -con la desatinada experiencia que en su momento protagonizó Guillermo Moreno- ordenarle a Marco Lavagna que modificase el día en el que debía anunciar el índice de inflación del pasado mes de abril. Menos aún se le podría pasar por la cabeza, a la hora de justificar tamaña decisión, levantar un motivo de carácter electoral. Imaginar que el titular del INDEC se haya atrevido a tomar la iniciativa por su cuenta y riesgo, sin consultarlo con el ministro de Economía, es no entender la dinámica del poder. Por lo tanto, atribuirle la idea a este último no es un exceso analítico.

Massa no es un improvisado en materia política y no actuaría de la manera que acaba de hacerlo si no fuese porque -al no encontrar el camino que le permita salir del atolladero en el que se ha metido- se irrita, da manotazos de ahogado y, en su huida hacia adelante, choca contra la pared. Aun si la grieta que generó el anuncio de Lavagna no lo hubiese obligado a dar marcha atrás, ¿qué habría logrado el titular de la cartera de Hacienda? ¿Pudo pensar que ello modificaría los resultados en unas cuantas provincias que votarán el próximo fin de semana? Si lo hizo, su ingenuidad o su torpeza quedaron al descubierto. Si otras fueron las razones, igual su jugada sólo le agregó descrédito a una gestión en bancarrota.

Claro que no fue el ex Intendente de Tigre, ahora metido a mago de las finanzas públicas, el único que merece figurar en el ranking de los disparates, con consecuencias deletéreas para el Gobierno. La Vicepresidente se sumó a la lista cuando acusó a Patricia Bullrich de ser poco menos que la ideóloga del fallido atentado criminal del cual fue objeto meses atrás. Sin pruebas contundentes, seguramente creyó que con ese exabrupto -no hay otra forma de calificarlo- enlodaría la imagen de uno de las candidatos a Presidente más importantes del país. En su torpeza, no pareció darse cuenta de que lo único que hizo fue agrandarla, sin cosechar -para sí o para el movimiento que lidera- ningún tipo de provecho.

Alberto Fernández, que no pierde oportunidad para poner de manifiesto su servilismo -aun sabiendo el desprecio que por él siente la viuda de Kirchner- se sumó a la opinión de la mujer que lo puso en el cargo que hoy ocupa. Desde La Rioja, adonde viajó con motivo del triunfo obtenido el domingo pasado por el gobernador, Ricardo Quintela, convalidó aquella teoría y dijo que era importante conocer la índole de los enemigos que deberían enfrentar en los próximos comicios. En tren de lanzarse a hacer especulaciones de tamaño calibre y a poner en circulación teorías de índole conspiracionista, podrían haber sido algo más ingeniosos. Pero la desesperación les jugó una mala pasada y les impidió obrar con un mínimo de cordura.

Algunos podrán estimar que las mencionadas antes son simples anécdotas, carentes de importancia. Sin embargo muestran, entre otras cosas, cuál es el foco de atención de las tres personalidades más relevantes del espacio oficialista. Cuesta trabajo pensar que, a setenta y cinco días de las primarias abiertas de agosto y en medio de una crisis económica que si tuviese un desenlace prematuro podría ser el fin de todas sus aspiraciones, pierdan el tiempo en cuestiones secundarias. Serían detalles intrascendentes en un contexto distinto. En el actual, es como jugar a los soldaditos en el mismo momento en que se está quemando la casa.

Al Gobierno no hay iniciativa que le salga bien. ¿De qué puede servirle pelearse con la Corte Suprema a raíz del fallo, hecho público hoy martes, que deja en suspenso las elecciones de San Juan y Tucumán? Argumentar que el máximo tribunal ha avasallado las autonomías provinciales en materia constitucional, y que ha puesto en tela de juicio la libertad del pueblo de votar, es propio de un ignorante o de un irresponsable. Quien expresó tamaño disparate fue el primer magistrado. Nueva pifia, pues, a la que debe sumarse el papelón protagonizado en el reciente viaje a Brasil por el Presidente de la República, su Ministro de Economía, el Jefe del Gabinete nacional y el Canciller. A decir verdad, Alberto Fernández, Sergio Massa, Agustín Rossi y Santiago Cafiero son un conjunto de improvisados. De lo contrario, en lugar de aventurarse como lo hicieron a caminar un territorio desconocido, debieron investigar antes si había espacio para que su pedido de auxilio fuese diligenciado con la prontitud requerida. Si eso lo dejaron en manos de Daniel Scioli, es lógico que las cosas hayan salido mal. Pero no parece que hayan confiado en el motonauta.

Las instituciones en el vecino país funcionan conforme a los presupuestos de un Estado de derecho. Las decisiones de envergadura estratégica no son tomadas con arreglo a principios ideológicos. Unido al hecho de que -por sólida que sea la relación entre los dos presidentes y mucha que resulte la simpatía entre Lula y el kirchnerismo- en el gigante sudamericano el Presidente carece de la facultad -como se estila entre nosotros- de pasar por encima del titular del Banco Central como alambre caído. Era sabido que la misión se volvería a Buenos Aires con las manos vacías. Los únicos que desconocían el final que tendría semejante paso en falso fueron sus promotores.

De cualquier forma, y más allá de la improvisación sobre la marcha que los caracteriza, lo que podía facilitarnos Brasil era una aspirina de corto alcance. En general, el swap chino y los créditos del BID, la Corporación Andina y otros organismos por el estilo, sirven de poco a esta altura. La dimensión de la crisis es de tal naturaleza que solo el Fondo Monetario está en condiciones de acercarle a la administración, formalmente presidida por Alberto Fernández, el salvavidas que requiere para llegar a los comicios sin necesidad de devaluar en gran escala. En términos teóricos, la posibilidad de que el staff de la búlgara Kristalina Giorgieva reciba el visto bueno del directorio -y especialmente, del gobierno demócrata de Estados Unidos- para ayudar a nuestro país, no es de descartar. Nada impide que lo haga con base en la idea de que es mejor auxiliar como sea al kirchnerismo que arriesgarse a que estallen los mercados y haya que hacer frente a un desborde financiero de mucha mayor envergadura que el actual. Sin embargo, en términos prácticos la cuestión es más vidriosa. Hay vencimientos con ese organismo de crédito por un monto de USD 11.300 MM de aquí a fin de año. El equipo de Massa lo que pide es que, al margen de cumplir el cronograma establecido de adelantos para honrar la deuda, el FMI le extienda fondos frescos a los efectos de reconstituir el stock de reservas y así poder hacer frente a las demandas de dólares hasta el mes de diciembre. El futuro se halla en manos de Washington. Curioso, a dónde ha terminado desembocando el kirchnerismo gobernante.

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