Por Fernando Laborda - Tras el nerviosismo de las últimas semanas, el Banco Central, merced a la imposición del nuevo cepo a la venta de divisas, pudo comprar alrededor de 1.500 millones de dólares en los últimos cuatro días y recuperar parcialmente reservas. Sin embargo, la crisis de confianza que azota a la Argentina y que se manifestó en la escalada del dólar y del riesgo país está lejos de ser superada.
El derrumbe de los precios de los bonos en pesos ajustados por inflación, iniciado hace tres semanas, constituyó uno de los primeros indicadores del comienzo de la presente turbulencia financiera. Pero en mayo hubo otro dato que encendió las alarmas: el récord histórico de 7.800 millones de dólares de importaciones. Si bien ese aumento puede ser explicado por el incremento en los precios internacionales de la energía y los combustibles, se produjo también una aceleración de las compras en el exterior por parte de grandes empresas, que se apresuraron a importar insumos frente al temor por una hipotética devaluación del peso en el mercado oficial de cambios.
La paradoja de un Banco Central que amenazaba quedarse sin reservas en momentos en que los precios internacionales de las materias primas agrícolas que exporta la Argentina batían records fue también un síntoma de la desconfianza. Pero, sin dudas, la lucha interna en la coalición gobernante, con su disputa por el manejo de los planes sociales terminó de ayudar a que se precipitara la tormenta financiera.
Los ataques desde el cristinismo al equipo económico, liderado por el ministro Martín Guzmán y el titular del Banco Central, Miguel Pesce, no han cesado hasta hoy. Y si los recientes contactos que tuvo Cristina Kirchner con economistas promercado como Carlos Melconian y Martín Redrado podrían llevar ciertas esperanzas de que la vicepresidente podría avalar un golpe de timón que no desemboque en una radicalización de la política económica, las declaraciones formuladas en las últimas horas por el dirigente camporista Andrés Larroque sumaron confusión.
Larroque expresó que "la fase moderada está agotada". ¿Acaso apuntó a la necesidad de un mayor intervencionismo del Estado en los mercados? ¿Estará abogando por más controles de precios y más cepos cambiarios? ¿O directamente por avanzar hacia una fase propia del chavismo?
El propio presidente Alberto Fernández introdujo un concepto que debe intranqulizar a muchos: "Queremos que los dólares no se vayan en viajes", advirtió ayer, abriendo la posibilidad de un nuevo cepo al turismo internacional para los argentinos.
Economistas como Carlos Seggiaro estiman que, aún cuando el Gobierno Nacional no se aparte de los criterios planteados en el acuerdo con el FMI, cabe esperar aumentos adicionales en las tasas de interés en pesos, tanto activas como pasivas; una mayor aceleración en el tipo de cambio oficial, intentando reproducir el incremento de la inflación; mayores presiones inflacionarias, que llevarían el piso para todo este año a alrededor del 80%; una pérdida de dinamismo de la actividad económica durante este segundo semestre, aunque sin llegar a un escenario recesivo, y una mayor volatilidad en el mercado de bonos y acciones.
Otros, como Agustín Monteverde, son más drásticos en sus pronósticos. Según este economista, cuando Alberto Fernández anunció que le declaraba la "guerra a la inflación", no tuvo en cuenta que, si esa era la misión, los dos blancos estratégicos que debieron ser bombardeados eran la Casa Rosada y el Banco Central, por cuanto la "madre de todas las batallas" no es otra que el gasto público.
Monteverde sostiene que, al margen de la emisión monetaria, hay otro factor que explica el fuerte incremento de la inflación. Es el hecho de que los argentinos se desprenden del dinero tan pronto como llega a sus manos, porque en sus bolsillos se derrite como un helado. Aumenta así la velocidad de circulación. Este fenómeno, junto a la deuda cuasifiscal del Banco Central, que duplica al circulante, conforman una verdadera bomba inflacionaria. Su conclusión es que resulta imposible que la situación económica aguante hasta las elecciones presidenciales de octubre del año próximo.
En ese contexto, y en medio de la presión política desde el cristinismo para que se vayan Guzmán y Pesce, circuló en los últimos días el rumor de que el actual ministro de Economía dejaría este cargo si, como algunos economistas prevén, la inflación de junio es superior a la de mayo (5,1%).
¿Quién podría agarrar esa papa caliente que es el Ministerio de Economía si Guzmán fuese despedido? La mayor apuesta pasa hoy por un exviceministro de Economía de Axel Kicillof: Emanuel Álvarez Agis, que hoy mantiene un buen diálogo con empresarios y agentes del mercado financiero, en tanto que, para reemplazar a Pesce en el Banco Central, vuelve a circular el nombre de Martín Redrado.
Por ahora son solo conjeturas. Lo cierto es que cualquiera que asuma como titular del Palacio de Hacienda exigirá un mínimo de acuerdos políticos con la oposición y el final de las peleas entre Cristina Kirchner y Alberto Fernández. Algo que no parece sencillo.
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