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Opinión

Lo que muestra las elecciones de Santa Fe

Vicente Massot

Por Vicente Massot

No existe otro parámetro conocido para medir la musculatura electoral de los candidatos presidenciales y de todos cuantos, en el curso de este año, dirimirán supremacías por algún cargo electivo, que no sean las encuestas. Salvo, claro, que uno apele a la intuición o deje volar la imaginación. Pero sucede que, en los últimos años, los relevamientos de opinión pública referidos a la política han sido puestos en tela de juicio debido a dos motivos de diferente índole: sus pifias a la hora de determinar quiénes ganarían y cuál sería el margen de su victoria y -al menos entre nosotros- la sospecha de que muchos de los responsables de esos análisis dibujaban las cifras a pedido de los clientes. Ahora ha aparecido un tercer inconveniente que acrecienta su relatividad: la retracción de las gentes a responder las preguntas que se les formulan respecto de sus preferencias partidarias y su intención de voto

Con lo cual, algunas de las dudas que el común de las personas arrastra y vocea a diario acerca de qué puede pasar en las PASO y -más tarde- en las elecciones generales del mes de octubre, no tienen una respuesta cierta. En realidad, nadie sabe si Patricia Bullrich realmente supera a Horacio Rodríguez Larreta, si Javier Milei ha perdido en el camino -fruto de las acusaciones que se enderezaron en contra de su manejo en la conformación de las listas para diputados y senadores de La Libertad Avanza- un porcentaje más o menos importante de votos, o si la división en tres tercios del electorado tiene algún asidero. Basta leer con cuidado lo que dicen aquellos relevamientos -y los hay de todo tipo, tamaño y color- para darse cuenta de que hay que tomar sus números con pinzas.

Si para muestra vale un botón, véase lo qué pasó en Santa Fe. La totalidad de los sondeos publicados preanunciaban, entre los dos postulantes de Juntos por el Cambio, un empate técnico con una ligera ventaja en favor de Pullaro. Los guarismos finales nada tuvieron que ver con aquellos pronósticos. El ganador le sacó once puntos de ventaja -poco más o menos- a Carolina Losada. Algo similar había pasado en San Juan. Habrá, pues, que esperar a que se substancien las primarias abiertas del domingo 13 de agosto para salir de dudas. En realidad, las PASO, al margen de costarle al erario público un montón de plata, son -ese es su costado virtuoso- la única encuesta que no miente ni puede comprarse.

De más está decir que si desconocemos lo que dictaminarán las urnas dentro de un mes, menos podemos hacernos una composición de lugar seria sobre la forma como reaccionarán las diferentes capillas sociales cuando les toque meterse en el cuarto oscuro, dos meses más tarde. Esto viene a cuento de las especulaciones que se tejen en las tiendas de campaña de Sergio Massa, por ejemplo, en punto a cuál de los candidatos de Juntos por el Cambio convendría enfrentar con más chances de vencerlo. La sola idea de plantear, a esta altura, si es preferible Patricia Bullrich u Horacio Rodríguez Larreta, es una muestra de desorientación. Falta tanto y pueden pasar de aquí a los comicios generales tantas cosas, que la anterior es una conjetura carente de sentido. Otro tanto cabe decir del razonamiento -de tan simplista, ramplón- según el cual, si el Lord mayor de la capital federal venciese a su contrincante en las PASO, buena parte de los votantes de Milei se inclinarían en octubre por Massa.

Más allá de las encuestas -nada claras- la orientación vital de las campañas parece estar definida de cara a las PASO. En la principal fuerza opositora la disputa entre los dos protagonistas excluyentes crecerá en intensidad. Tal como se hallan delineadas sus respectivas estrategias, resulta imposible suponer siquiera que habrá de mermar el nivel de confrontación que ha sido hasta hoy el dato más notable que han transparentado. Lo que salta a la vista y es digno de un análisis -el cual sólo tiene sentido realizar luego de que se conozcan los guarismos definitivos del día 13 de agosto- es la distinta lectura de la sociedad que han realizado Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta. Hay un verdadero abismo entre el 'todo o nada' que enarbola aquélla, y el mensaje componedor y conciliador que ha abrazado éste. Uno de los dos se equivoca.

No pocos analistas han trazado, a raíz de la derrota sufrida por Carolina Losada, un posible paralelo con la situación de Patricia Bullrich. No tanto porque hayan sido aliadas en la interna contra Pullaro y Rodríguez Larreta, sino en razón de que el tono beligerante de la santafesina se parece al de la ex Ministro de Seguridad. En realidad, la comparación luce forzada. Losada no entendió que era del todo imprudente y suponía una contradicción acusar a su contrincante de connivencia con el narcotráfico, si luego iba a tener -ganase o perdiese- que compartir listas y seguir en el mismo espacio. Bullrich nunca escaló sus diferencias con Larreta a esos extremos y -a diferencia de la senadora- nunca se le ocurriría decir que nada la une al Jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Losada voló los puentes respecto de Pullaro y eso el electorado no se lo perdonó.

En el campo oficialista el libreto de Sergio Massa no deja de ser novedoso: por un lado, parte de la base de que es menester ignorar la realidad económica -como si el fuese ajena a la misma- y, por el otro, se halla convencido de que le conviene mentir a destajo en cuestiones no menores. Claramente es faltar a la verdad decir que el FMI aconsejó desactivar la terminación del gasoducto recién inaugurado o proclamar que, si ganase la oposición, suspendería determinados beneficios para los jubilados, o echar a correr la versión de que algunos economistas del arco opositor -sin nombrarlos- le habían aconsejado a los técnicos del Fondo Monetario ser inclementes con la Argentina. Da la impresión de que el libreto está dirigido a retener el núcleo duro del kirchnerismo, cuyo voto -junto al de los minúsculos grupos de izquierda- es el más ideologizado de todo el espectro político argentino.

En el trajín de las campañas, de las mentiras de Massa sólo se ocupan los periodistas o los analistas políticos en la televisión o en los programas de radio. Al gran público, le pasan desapercibidas. Pero apelar a ese recurso lo que pone en evidencia es la falta de argumentos del oficialismo que -para colmo de males- salió maltrecho de la elección santafesina. El peronismo sufrió en esa provincia del litoral su segunda peor derrota desde l945, lo cual preanuncia -sin necesidad de recurrir a las encuestas- que ese estado -a semejanza de Mendoza, Córdoba y la ciudad de Buenos Aires- están perdidas para Unión por la Patria. El domingo no sólo salió mal parado el PJ local. El que recibió un golpe inesperado fue el oficialismo nacional. Con base en el resultado de los comicios provinciales que se han llevado a cabo hasta el momento, así como no hay razones valederas para pensar que el espacio K pueda perder en Tucumán, no hay motivo para imaginar cómo podría ganar en aquellos cuatro distritos electoralmente decisivos del país.

Para terminar, quizá la noticia más importante de los últimos días haya sido el viaje -varias veces postergado- de la misión técnica del Ministerio de Economía a Washington. Los tiempos que tiene Massa para recibir el desembolso del FMI no son elásticos. No tanto por los USD 3.400 MM que debe pagar entre fines de julio y el 1º de agosto, como por el hecho de que, a partir del primer día del mes entrante, el Fondo Monetario Internacional entrará en receso por vacaciones. En consecuencia, si no hubiese acuerdo, la deuda habrá de postergarse por necesidad hasta después de las PASO. La señal que recibirían los mercados sería en extremo contraproducente para el Gobierno. Tal como están las cosas, la única manera de saber si hubo o no entendimiento es estar atento a si el titular de la cartera -a la vez, candidato presidencial del oficialismo- se toma el viernes un avión con destino a la capital norteamericana. Si da ese paso, significará que se pusieron de acuerdo Rubinstein y el staff del organismo de crédito. Si se queda en Buenos Aires, en cambio, significará lo contrario.

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