Por Alcides Castagno
“El diablo sabe por diablo, pero más sabe por viejo”. La sentencia encierra un elogio de la vejez, pero el tiempo ha calificado al término “viejo” en los últimos lugares, detrás de “adulto mayor”, “tercera edad”, “anciano” -tiene un dejo cariñoso- como otros, tanto o más peyorativos. El clásico encuentro después de cierto tiempo tiene un texto conocido: “¡qué bien estás, te veo más joven!” y uno se vuelve a casa contento, esquivando todos los espejos que dirán la verdad absoluta contra aquella piadosa mentira bien intencionada.
Desde el nacimiento, los seres humanos nos empeñamos en lograr el método más eficaz para llegar a viejos. Tratamientos, cultura física, maquillaje, cuidado de la salud y la seguridad marcan un camino para acumular años. La suma de experiencias se une a los achaques. Para las primeras, deberá agregarse sabiduría; para los segundos, medicina y obras sociales.
Cuando…
Cuando el suelo te queda cada vez más inalcanzable; cuando te impiden cargar cosas pesadas o subir escaleras; cuando se ofrecen a manejarte el auto; cuando las vendedoras te dicen “señor”; cuando en las conversaciones aparecen con frecuencia los geriátricos o residencias para adultos; cuando el médico te receta de memoria; cuando tenés a mano un armario lleno de medicamentos actuales y vencidos; cuando en las conversaciones aparece un porcentaje mayor de cirugías, prótesis, fallecidos, internados, dolores pasajeros y males permanentes; cuando caminar es una aventura entre baldosas, pasos cortos y trechos breves, seguramente ya has admitido ser viejo y, si no, estás a punto de admitirlo. Cuando cada espacio tiene una superficie física y un contenido de recuerdos, estás en el tiempo justo de la vida en que todo te importará lo necesario y no le rendirás cuentas sino a Dios y a tu conciencia, que es la fiscal más comprensiva.
Una de las barreras que se levantan entre las generaciones es el lenguaje y las acciones cotidianas. Cuando íbamos al Banco, podíamos charlar con el cajero mientras contaba los billetes mojando el índice en la esponja. Cuando querías hablar con el gerente para una solución posible, te atendía Fenoglio, Chiappero o Monteverde con la mejor voluntad, casi omnipotente. El cartero pasaba cantando y el almacenero conocía tus gustos y además esperaba a que cobres. Una suma de claves, códigos y teclados se interponen entre lo posible y la impotencia del “se cayó el sistema”. Atónitos, miramos las vidrieras que anuncian “Cyber Monday for sale 50% off.”, mientras actualizamos nuestro nuevo diccionario donde, si habláramos castellano, online sería en línea, selfie autorretrato, password contraseña y fake new noticia falsa.
Y ahora…
Los que tenemos más de “cierta edad”, no hemos llegado aquí gratuitamente; hemos creado nuestra propia moda, hemos atravesado guerras, golpes, corrientes musicales, amores perdidos y sueños encontrados; hemos educado hijos sin saber hacerlo, a pura intuición. Ahora queremos saber cómo se las van a arreglar con la inteligencia artificial, el cambio climático más todas las maravillas que hubieran podido ser y fracasaron.
En una palabra, hemos llegado a una edad en que nos importa un rábano el futuro, disfrutamos repasando lo que fue, llevamos en el alma a un joven envasado en un cuerpo viejo y nos juntamos a reírnos de lo que ya no nos podrán hacer.
Albert Camus dice: “(…) Me paro en la ventana y veo pasar el mundo, sintiéndome como un extraño en una tierra extranjera, incapaz de relacionarme con el mundo exterior, pero dentro de mí arde el mismo fuego que una vez pensó que podía conquistar el mundo.” Y nosotros decimos: “Hicimos lo nuestro, hicimos lo que pudimos, soñamos mucho más, aprendan de nuestros errores y disfruten de nuestros aciertos, pero téngannos en cuenta, no nos descarten, no somos el desecho inútil de una civilización pasada, somos el reservorio de experiencia que ahora camina lentamente, porque es el envase viejo de un espíritu joven”.
Como si nos riéramos de nosotros, podríamos cantar con Julio Sosa: “Sosegate que ya es tiempo de archivar tus ilusiones, preparate a balconearla que pa’ vos ya se acabó; piantá del sereno y andate a la cama, que después mañana, andás con la tos”, pero preferimos cantar con Baglietto: “Todavía me emocionan ciertas voces, todavía creo en mirar a los ojos; todavía tengo en mente cambiar algo, todavía, y a Dios gracias, todavía”.
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