Por Alcides Castagno
Un disparo frente al espejo, el revolver apretado en su puño y la vida de Guillermo Lehmann que se iba sin volver, un 10 de octubre de 1886. Tenía 46 años durante los cuales había acumulado experiencias de todo tipo, desde su nacimiento en Sigmaringendorf, Alemania y su partida hacia América con 20 años. En 1862 llegó a Buenos Aires y en 1864 se trasladó a Santa Fe, donde dejó su raíz asentada en Esperanza y una firme voluntad por crecer y desarrollar lo que en su tiempo aparecía como el negocio grande de la colonización. Lo hizo. Apasionado y con un prestigio social conquistado por sus relaciones con autoridades de la época, frecuentó despachos y salones que le valieron una carta de presentación para conseguir lo que se proponía. Además de su empresa colonizadora, nacida en 1869, fundó la imprenta Esperanza, que originó el diario El Colono, desde el cual ejerció el periodismo con la difusión de las actividades regionales y la promoción de su labor colonizadora.
Ángela
Paralelamente a la trayectoria de Guillermo Lehmann, asomaba a la vida en la ciudad de Santa Fe, el 2 de agosto de 1849, una niña llamada Ángela de la Casa, de una familia ampliamente relacionada, que acostumbraba a realizar reuniones sociales en su propio domicilio. Allí, Simón de Iriondo, futuro gobernador, le presentó la adolescente Ángela a su amigo "Will" Lehmann. El encuentro tuvo sus consecuencias, ya que las respectivas familias realizaron un acuerdo matrimonial -así se estilaba- por el cual en 1886 se concretó la boda. Ella tenía 17 años; no conocía demasiado a su esposo, sólo algunas referencias familiares y un estudio de su escritura que había mandado a realizar por un grafólogo. Desde su estado de esposa, se convirtió en socia de la empresa colonizadora de Guillermo. Tuvieron cuatro hijos, que luego fueron eficaces colaboradores de su madre: Guillermo, Rodolfo, Ángela y María Luisa.
Ángela se sumó al protagonismo de la empresa de su esposo. Visitaba a los colonos compradores de tierras y los auxiliaba económicamente cuando era necesario. Además de la crianza y educación de sus hijos, atendía los negocios empresarios desde la oficina instalada en la fastuosa mansión que Guillermo hizo construir en el centro de Esperanza y que servía también para vivienda, alojamiento de los encumbrados visitantes y para reuniones sociales.
La complejidad múltiple de los negocios hizo mella en el carácter y las decisiones de Guillermo Lehmann. Agobiado y deprimido, aquella habitación del hotel de Buenos Aires lo mostró caído frente a un espejo con la empuñadura del revolver apretada. Ángela debió absorber el golpe, aún joven, en plenitud de fuerzas. Nunca habló ni quiso escuchar sobre el tema. Volvió la página y se apoyó en los hijos y en los socios de confianza. Con ellos, debió normalizar las compras de terrenos en Ataliva, Humberto I, Margarita, Nueva Roma, Santa Clara y otros dispersos en distintos loteos.
Viuda y empresaria
Cuando Ángela enviudó, se acercó su hermana, casada con Alberto Hugentobler, no demasiado imbuida de los negocios colonizadores, pero decidida a contener las ocupaciones familiares y empresarias de su hermana. Además de este cuñado, Ángela tuvo la asistencia de Juan Stoessel; con ellos fundaron el molino harinero Angelita, en Esperanza, donde también presidió a un grupo de mujeres con quienes creó la Sociedad de Señoras de San Vicente de Paul. También aparece su nombre como fundadora de la ciudad de San Guillermo, como un homenaje a la gestión que había comenzado su esposo fallecido. Más adelante, en Rafaela donaría los terrenos destinados a las escuelas Alberdi y Normal. En Presidente Roca, en uno de los terrenos ubicados frente a la estación del ferrocarril y la Escuela, se conserva el chalet en donde Ángela permanecía en sus días de descanso.
En la calma de su vejez, con el amor de sus hijos y el respeto de sus socios y amigos, Ángela de la Casa de Lehmann murió, a los 84 años, en la ciudad de Esperanza. Hoy, en Rafaela una Avenida y una escuela llevan su nombre. Pudo haber sido la sombra de un empresario, pero le tocó la misión de ser su apoyo y continuadora.
Los nombres
Guillermo Lehmann, junto a sus socios, tuvieron una inclinación especial para nombrar a las poblaciones que iban creando; así, Santa Clara se originó en la esposa del presidente Julio Argentino Roca; Rafaela Rodríguez de Egusquiza dio su nombre a esta ciudad, cabecera del departamento Castellanos y su hermana, Susana Rodríguez de Quintana, identificó al pueblo vecino. La colonia Aurelia se originó en el nombre de Aurelia Arrotea Alvear de Saguier.
Acaso fueron sólo una galantería o tal vez una compensación de olvidos, pero también estos nombres de mujer -y otros más- significaron la prolongación de una presencia, tan oculta por la costumbre, pero tan eficaz en las funciones y los lugares en que les tocó actuar.
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