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Opinión

La navidad y el aro de metal

Alcides Castagno

Por Alcides Castagno

La Navidad era simplemente revivir el nacimiento del Niño Dios, nuestro Bambín del campo piamontés, la reunión de la alegría con la comida especial de mamá y la esperanza de algún regalo junto al pesebre.

No había internet, el correo se corporizaba en una casilla del pueblo, las radios traían mensajes de las ciudades, de modo que el Bambín campesino venía con un halo de misterio, con la mano más o menos abierta según el cheque de la leche, pero mamá se encargaba de las oraciones y las cartitas con pedidos, de los villancicos tradicionales, de la mesa con suculentos aportes y de la nocturna Misa de Gallo con que el 24 a la noche se terminaba la última etapa de espera. En la semana anterior, había pasado el carro cargado con arrope, miel y quesillos; también el "turco" hizo su paso con una recargada variedad de telas, medias, lencería y alguno que otro batón "para la patrona". Papá, por su lado, había hecho su visita al pueblo, con un regreso misterioso y algún paquete que rápidamente desaparecía. Los hermanos, sentados en el umbral, escudriñábamos la noche esperando ver la estrella. Si algún meteorito acertaba por trazar su camino curvo por la oscuridad, se encendía nuestra imaginación; mi hermano Néstor, un imaginero nato, jugaba con mi credulidad. Con las doce mágicas campanadas, con el sueño mantenido a raya, brindis, abrazos, besos, súbitamente aparecían los regalos. Con alguna hábil estrategia, papá nos llevaba al patio, mientras mamá acomodaba los paquetes en torno al pesebre que habíamos construido entre todos. No había lugar para la decepción porque tampoco tenían lugar las pretensiones. La felicidad era ese pequeño objeto que esa noche y otras más velaría el sueño de Navidad junto a nuestra almohada.

Santa Claus

Nicolás, el rico heredero de Anatolia (entonces perteneciente a Turquía) hijo de un matrimonio muerto por la peste, resolvió donar su fortuna repartiéndola entre los pobres, hasta quedar sin dinero. Se entregó a la vida clerical. Nombrado obispo, ejerció en Myra y luego fue trasladado a Bari donde continuó con su asistencia a los más pobres. Su fama llegó más al norte, donde el nombre Nicolás se tradujo a Claus, y así continuó derramando su presencia navideña por Europa como Santa Claus, el que dejaba sus regalos en la nochebuena.

Papá Noel

El continente americano no quiso quedarse sin su propio símbolo de la Navidad universal. Así apareció con mucha fuerza, de mano de poetas y dibujantes, un personaje vestido con los colores episcopales de entonces, rojo y blanco. A este personaje se le fijó domicilio en el polo norte, junto a su mujer y sus hijos, lugar donde fabrica juguetes que los niños le piden para la Nochebuena. Llegada la fecha, se embarca en su trineo tirado por renos. Vista la repercusión que tomó el personaje, la compañía de las gaseosas lo convirtió en un gordito simpático, de barba blanca, divertido y complaciente, que lo catapultó a la primera línea en las preferencias americanas, se exportó a buena parte del mundo y de paso dio buenos dividendos.

El cuento de Emanuel

Nadie advirtió cuando Juani abandonó la mesa donde un numeroso grupo parental celebraba una nochebuena bien servida. En la puerta de calle, recibió un toque de brisa y el firmamento tan iluminado. A lo lejos se veían los disparos de artificio. Caminó hacia el norte. No le dio miedo, era como si algo lo impulsara y se dejaba llevar. En la primera esquina, otro niño, apenas vestido, estaba sentado en el borde de la vereda, solo, sosteniendo un aro de metal.

-Hola… No hay nadie por aquí.

-No. Estoy esperando a mi papá, se fue a ver si consigue algo para comer.

-¿Cómo te llamás?

-Emanuel.

-¿Qué es eso? -preguntó Juani señalando el aro de metal.

-Lo llamo giramundo; se elige un camino derecho, se lo empuja para que ande y con este palito se lo mantiene para que no caiga.

-¿Puedo probar?- Juani avanzó unos pocos metros y el aro cayó. Así varias veces. -Creí que era más fácil.

-Es cuestión de elegir bien el camino, empujar, y va solo. Así ando por el barrio y jugamos con los chicos a que es un planeta. ¿Vos con qué jugás?

-Con la play.

-Qué es eso? -Juani se sorprendió que no lo supiera. -Es fantástica. Me encierro en mi habitación y nadie me molesta durante horas.

Sin darse cuenta, estaban caminando. Emanuel guiaba la rueda, Juani pensaba cómo explicarle su play. En el trayecto se fueron sumando más chicos, en una caravana con aros de metal. Juani aprendía andando, con libertad, con alegría, sin que deban explicarse qué diferencias hay entre un aro de metal y su play station. Algo como si fuera una nube los envolvió y los demás chicos desaparecieron. Emanuel y Juani caminaban juntos.

-¿Dónde vivís? -Emanuel no contestó. Cada casa parecía ser la suya. De pronto un ruido de automóviles y voces invadió la noche de copas. Padres, parientes, policías, terminaban de encontrar al niño perdido. Papá, a medio camino entre la furia y la alegría del encuentro preguntó: -¿Qué hacías solo en esa esquina? -¿Solo? Estaba con él- le respondió señalando a sus espaldas. Pero nadie había allí. Sólo un aro de metal. Si fuera Saint Exupery diría que lo esencial es invisible a los ojos, pero empezaron a sonar las sirenas mezclándose con el ruido de copas, y nada más se oyó.

Al día siguiente, Juani preguntó a su padre: -¿Me comprás un aro de metal? El hombre lo miró extrañado -¿Como ese que estaba tirado en la esquina? Esas cosas no se compran.

Navidad: un hecho religioso que una parte de la humanidad ha tomado para reencontrarse, convocada por el Bambín, Santa Claus, Papá Noël, el Viejito Pascuero, o Emanuel.

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