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Opinión

El tiro por la culata

Vicente Massot

Por Vicente Massot

Si el triángulo de oro —para copiar la definición que acaba de hacer Javier Milei respecto de la estructura decisoria del gobierno— pensó alguna vez que la votación capaz de consagrar a Ariel Lijo y Manuel García Mansilla como ministros de la Corte Suprema de la Nación sería apenas un trámite, se equivocó de medio a medio. En realidad el presidente y sus dos todopoderosos laderos —Karina y Santiago Caputo— se han metido en un verdadero berenjenal del cual no saben bien de qué manera salir indemnes. Porque lo cierto es que los supuestos sobre los cuales se construyó la operación, desde un inicio fueron extremadamente débiles. Pensar —como si resultase obligatorio, o poco menos— que la bancada de Unión por la Patria le daría el visto bueno a los dos candidatos del oficialismo sin pedir nada a cambio, supone una de dos cosas: o que no conocen la índole del kirchnerismo o que estaban mirando otro canal. Cualquier persona medianamente informada sabía que Cristina Fernández aprovecharía la oportunidad dorada que se le presentaba. Si ella, en última instancia, era la que tenía la llave más importante para abrirle la puerta a Lijo y a García Mansilla, gratis no se la iba a entregar a los libertarios. Ni la viuda de Kirchner ni nadie que hubiese ocupado su lugar actuaría de manera diferente.

Lo que puede haber argumentado Ricardo Lorenzetti frente a los dos hermanos Milei en el curso del último verano, cuando no habían terminado de acomodarse en la Casa Rosada, nunca lo sabremos a ciencia cierta. Pero algo hay que es necesario darlo por descontado: en su afán de convencer al primer magistrado y a su hermana de las bondades de su protegido, es seguro que no hizo referencia a las resistencias que iba a generar la nominación del magistrado de Comodoro Py. Lorenzetti sabe mejor que nadie el carácter polémico de una designación por el estilo. Los Milei son dos inexpertos en la materia —lo que no los disculpa— mientras el ex–titular de la Corte conoce el pedigree de todos los integrantes de la judicatura. A aquéllos se les podía escapar la torpeza que se les incitaba a cometer; Lorenzetti , en cambio, sabía con anticipación el ruido que produciría la elección de Lijo, y no dijo nada. Subestimó los riesgos y —como buen ególatra— sobrestimó su capacidad para salir airoso del trance.

Como quiera que haya sido, ahora el presidente y sus principales colaboradores están metidos en un baile complicado. Si desean que sus candidatos resulten aprobados tendrán que negociar con el kirchnerismo y las demás bancadas, a vista y paciencia del país, la futura conformación de la Corte y también una cantidad de juzgados federales y provinciales que se hallan acéfalos. Como no podría ser distinto, el conjunto de banderías políticas con representación en la cámara de senadores y casi la totalidad de los gobernadores tienen sus candidatos para ocupar esos espacios vacantes y para sumar cuatro cortesanos más al tribunal por excelencia de la República. El toma y daca que se produciría si acaso en el oficialismo decidiesen negociar esos cargos, bien podría tener consecuencias ominosas para el gobierno. Por de pronto, la casta famosa se repartiría —como si tal cosa— de acuerdo a sus preferencias e intereses, la constitución futura de la Corte. Mayor bochorno es difícil de imaginar.

Nunca, en los ocho meses que lleva andando el mileismo, había quedado al descubierto tal grado de torpeza e inexperiencia de parte de los tres mosqueteros —por llamarles de alguna manera. Han demostrado un nivel de amateurismo peligroso en lo que hace a la Justicia —nada menos— que en su plataforma electoral y en sus discursos de campaña Milei siempre dijo que sería su cometido librarla de los manejos espurios y ponerla a cubierto de quienes deseaban amordazarla. En esto han obrado como elefantes en un bazar.

A estar a alguna fuentes fidedignas, en la comida que compartió con Mauricio Macri en la quinta de Olivos la semana pasada, el presidente le habría dicho al mandamás del Pro que no está en sus planes agrandar la Corte. Si fuese cierto —y parece serlo— entonces deberá tragarse un sapo y retirar el pliego de sus dos favoritos para acompañar a Rosatti, Rosenkratz y Lorenzetti. Salvo que descubriese la cuadratura del círculo —cosa de factura imposible— los dos tercios necesarios para acometer la empresa con éxito, no los conseguiría nunca con un peronismo a la retranca. Si inversamente, estuviese en su cabeza seguir adelante, cometería un error descomunal. A la luz de cuanto conocemos hay una pregunta difícil de responder: ¿por qué se le ocurrió a Milei meterse con la Corte Suprema en este momento? La lógica más elemental indicaba que un tema que no resultaba prioritario convencía tratarlo más adelante, cuando la situación económica se hubiera estabilizado. Crearse un problema sin ninguna necesidad, en una área tan sensible como lo es la Justicia, no termina de entenderse. Lo cierto es que el tiro le ha salido por la culata.

En paralelo a las discusiones sobre los cortesanos se produjo, como era de esperar, el veto a la ley jubilatoria, votada primero en la cámara baja y luego en la alta, en forma rotunda. Si bien existía la posibilidad remota de que aquél tuviese carácter parcial, conociendo la idiosincrasia del presidente era harto probable que, fiel a su estilo y en correspondencia con lo que había anticipado desde antiguo, resultase total. La sola idea de que pudiese considerarse una debilidad de su parte impugnar sólo los tres artículo más urticantes, cerró la cuestión y despejó cualquier duda acerca de cuál sería la decisión presidencial. En eso de ponerle el pecho a las balas, a Milei no le gana nadie. Claro es que tamaña respuesta habrá de generar una reacción contraria. El gobieno confía en alinear su tropa y sumar a ella la bancada del Pro con el objeto de que sus opositores más recalcitrantes no lleguen a los dos tercios y sepulten el veto presidencial. De momento, un cálculo a mano alzada arroja que lo respaldarían ochenta diputados. Eso implica que faltarían otros seis para evitar sorpresas desagradables. Está claro que las voluntades que faltan deberá buscarlas en el grupo que lidera Miguel Ángel Pichetto o —más probablemente— en las filas del peronismo tradicional, cada vez más lejos del kirchnerismo.

En este orden de cosas el presidente tomó conciencia la semana pasada de la necesidad de estrechar filas con los diputados del Pro a quienes convocó a la Casa Rosada, junto a los de La Libertad Avanza. Nunca antes Javier Milei se había prestado a algo semejante. En repetidas oportunidades, al parecer sin dimensionar cuánto perjudicaba sus posibilidades de salir victorioso en las votaciones parlamentarias, se dedicó a estigmatizar a los diputados y senadores que no le eran afines, de manera desmesurada. Ahora, calculando el riesgo enorme que corre, decidió dar vuelta en redondo y cambiar la estrategia de confrontación que había sido costumbre hasta pocos días atrás. La reunión resultó provechosa y es de esperar que, en consonancia con la decisión de Mauricio Macri de apoyar el veto, sus seguidores en la cámara baja acompañen al gobierno.

Es notable, con todo, que el veto enderezado contra la reforma de la ley jubilatoria, las críticas de la Iglesia al oleoducto de Vaca Muerta, la polémica en torno al Ariel Lijo, las pujas de campanario que han estallado en el seno de los bloques parlamentarios de LLA, el distanciamiento notorio del presidente respecto de su compañera de fórmula, Victoria Villarruel, y las huelgas universitarias, no han tenido consecuencias significativas sobre la marcha de la economía. Las cifras comparativas de la deriva de la actividad de julio contra junio ponen de manifiesto hasta qué punto los escándalos, duelos y entuertos de la política criolla no impactan en el desenvolvímiento de los sectores más importantes del desarrollo, con crecimientos notables en importaciones, uso de electricidad, producción y patentamientos de autos y motos, despachos de cemento, producción de acero, ventas minoristas y construcción. Paso a paso, como diría Merlo —el inolvidable director técnico del Racing campeón del 2001— la recesión cede a una incipiente recuperación. El índice inflacionario lleva una tendencia la baja y el respaldo a la gestión libertaria orilla 50 %.

No es poca cosa.

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