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Opinión

Educación en crisis

No hay premio al esfuerzo ni al cumplimiento. Tampoco existe reconocimiento a los conocimientos alcanzados. Y, lo que es peor, se les valida a los alumnos el acceso a niveles educativos para los que no están preparados, exponiéndolos a una futura frustración. Son estas algunas de las consecuencias que podrán desatarse gracias a la irrisoria medida de permitir que los estudiantes secundarios pasen de año, sin importar la cantidad de materias que adeuden, tal como sucedió en Santa Cruz.
Esta provincia sureña no fue la única que flexibilizó la promoción de los estudiantes, aunque fue la que tomó la medida más extrema. A la tendencia de dar facilidades engañosas se sumaron Santa Fe, que permitió el pase automático a los alumnos de primer año, y otras jurisdicciones como Buenos Aires, La Pampa, Misiones, Tucumán, San Juan y Catamarca, que aumentaron en diferente medida la cantidad de materias previas o contenidos aprobados que se exigen para otorgar el pase al año siguiente.
Lo descabellado de la decisión que tomaron estas provincias es que, argumentando discursivamente que estas facilidades apuntan a no desanimar a los estudiantes, en realidad parecen haber sido tomadas para esconder los retrocesos que hoy se ven como consecuencia de la falta de clases presenciales durante más de un año y medio en casi todas las regiones del país, y de una cursada posterior salteada que dejó gusto a poco en la boca de los padres. Y, todavía más, en la formación de los jóvenes argentinos.
Incluso, cuando se declama que se flexibiliza para estimular la permanencia de los alumnos en el sistema educativo, se desconoce que al enfrentarse los estudiantes a nuevos temas sin haber aprobado los anteriores solo se consigue un efecto contrario al buscado. Al tener que abordar desafíos para los que no están preparados, los alumnos se frustran y eso conlleva a aumentar los índices de abandono, que ya son importantes por la cantidad de adolescentes que no pudieron sostener las clases virtuales.
Las promociones automáticas, además, solo bajan generalizadamente el nivel educativo, provocando un impacto negativo en los estudiantes, en la sociedad y, en definitiva, en el país.
En lugar de aprobar a quienes no alcanzaron los objetivos mínimos, lo que se precisa es un apoyo personalizado a esos alumnos por parte de la escuela, que incluya clases extras.
De lo contrario, solo se conseguirá seguir disminuyendo el nivel educativo, al tiempo que los títulos secundarios serán en muchos casos una verdadera ficción. El mensaje final que se les brinda a los estudiantes y a sus grupos familiares es que aprender ha dejado de ser relevante y que todo da igual.
Este tipo de medidas, propias del populismo parecen seguir la lógica que el sistema educativo viene padeciendo desde los inicios de la pandemia: políticos que toman las decisiones pensando en el día siguiente, sin mirar los objetivos reales que deberían priorizar, que son a largo plazo. Un concepto, el de pensar más allá de la propia gestión o de la urgencia, es sistemáticamente ignorado por quienes deben armar las planificaciones.
Luego de dos años prácticamente perdidos para una gran parte del alumnado, es momento de que los diferentes líderes en educación, tanto de los gobiernos provinciales como del nacional, produzcan un sistema educativo inclusivo y con reglas claras e iguales para que todos alcancen el máximo nivel.

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