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Opinión

Como no saben lo que hacen, hacen lo que saben

Por Vicente Massot - Podría calificarse a la situación por la que atraviesa la administración presidida por Alberto Fernández de grotesca, sin que ello importase levantar a expensas de aquella un infundio gratuito o un agravio caprichoso. A veces no hay más remedio que recurrir a términos poco usuales en este tipo de crónicas políticas que el maravilloso idioma castellano pone a nuestro alcance para describir, precisamente, escenarios como el presente. Decisiones tomadas contra toda razón, que no resisten el análisis y por momentos rozan lo cómico, es lo que sobresale de la gestión del gobierno. El espectáculo que acaban de protagonizar el Presidente y su vice justifican el uso del calificativo mencionado, desde el momento que esta última salió -otra vez- con los tapones de punta contra el equipo económico y, por elevación, contra quien ocupa el sillón de Rivadavia. El episodio cabe ser abordado desde distintos ángulos, dramáticos algunos y risibles otros. Vayamos, pues, por partes.
Si alguien estaba suponiendo que la celebración del centenario de YPF iba a ser recordado como el día en el cual los dos Fernández dejaron atrás sus diferencias profundas y se reconciliaron -más por necesidad que por afecto, claro- seguramente sufrió una desilusión mayúscula. En los días previos al evento no faltaron voces que machacaron con la idea de que se fumaría la pipa de la Paz. La realidad -de más está decirlo- fue otra bien distinta, por cierto. La Señora mandó preparar el escenario a su medida y el Presidente, creído que cabía la posibilidad de que se formalizase un alto al fuego, entró como un caballo al desfiladero donde lo esperaban sus enemigos. Si hubiera tenido un mínimo de información y de sentido común le habría esquivado a la invitación. Pero lo mató la confianza.
La viuda de Kirchner no se anduvo con vueltas y le apuntó al corazón del pobre Alberto, que debió atragantarse cuando le dijo -como una maestra de escuela primaria a un niño incapaz de tomar decisiones- que usase la lapicera. Sólo a Daniel Scioli lo había humillado de manera similar, con la aclaración de que el versátil motonauta era gobernador de la Provincia de Buenos Aires y no el Presidente de la Nación. Como quiera que haya sido, a partir de ese momento el primer magistrado hizo las veces de un pollo mojado. Se puso a la defensiva, trató de salvar su autoridad -que había sido pisoteada- y en su desesperación, para quedar bien con quien lo había destratado, no encontró mejor forma de congraciarse que sacarse de encima al más leal de sus ministros. Lo único que consiguió fue poner de manifiesto su falta de autoridad, de carácter, y de voluntad a la hora de defender a sus seguidores. Antes había entregado la cabeza de Marcela Losardo, de Felipe Solá y de Juan Pablo Biondi. A esta altura, nadie medianamente serio cree que Alberto Fernández sea capaz de enderezar el seguro rumbo de colisión que lleva su derrotero. A su incompetencia manifiesta le une un proverbial servilismo.
Por su parte Matías Kulfas también pisó el palito y se dejó llevar por la bronca. En lugar de quedarse callado y de medir su respuesta, lo ganó la intemperancia y dijo en voz alta y en off lo que no debía. Ahora deberá presentarse ante un fiscal a declarar qué es lo que sabía y no informó -en tiempo y forma- de los pliegos de licitación del gasoducto Néstor Kirchner.
Se podrá disentir del hoy ex-ministro y discutir sus ideas y decisiones, a condición de reconocer que es un funcionario razonablemente formado si se lo compara con su sucesor.
Daniel Scioli está tan capacitado para asumir en la cartera de la Producción como Felipe Solá lo estaba para hacerse cargo de las relaciones exteriores del país, o Juan Cabandie para gerenciar las políticas públicas de medio ambiente. Son todos un conjunto de indocumentados en la materia. Scioli ignora el abc de los problemas con los cuales le tocará lidiar; sin embargo, como en el país de los argentinos la excelencia es una ilustre desconocida, se convoca con llamativa frecuencia a los ignorantes. Dejará la embajada en Brasilia para tener un puesto decorativo en el Gabinete. Si el Presidente quisiera darle relevancia a la gestión podría haber despedido a Kulfas y -manteniendo la misma orientación- convocar en su lugar a Cecilia Todesca. Prefirió a un político que aceptó el ofrecimiento por razones estrictamente políticas.
El papelón que obró el Presidente el viernes lo encuentra en uno de los peores momentos de su gestión. Sólo algunos capitostes del empresariado nacional -que no se caracterizan por su inteligencia en términos políticos- parecen creer que la dupla de Alberto Fernández y Martín Guzmán representa hoy un mal menor, al que es necesario apoyar. No terminan de percibir que el personaje que eligió Cristina Kirchner tres años atrás para que encabezara la fórmula del Frente de Todos no es confiable por obsecuente. Una cosa sería que pensase distinto de su vice y no pudiese hacer valer su poder, pero preservando siempre su dignidad. Otra es la lamentable adulonería que ensaya para caerle simpático a quien lo degrada cada vez que puede. En eso, sólo Cámpora y Scioli se le parecen.
Por otro lado, el Presidente aceptó sin beneficio de inventario una creación de Wado de Pedro y buena parte de los gobernadores peronistas tendiente a aumentar el número de ministros de la Corte Suprema de Justicia hasta 25. La sola idea representa un sinsentido que difícilmente pueda prosperar en la Cámara de Diputados. En la de senadores -no es novedad- la Señora aún tiene el suficiente respaldo como para aprobar cualquier proyecto de ley que no requiera una mayoría especial. Más allá de que su sanción sea poco probable, revela el pensamiento íntimo de Alberto Fernández. Otro tanto es dable decir del impuesto a la Renta Inesperada, que los funcionarios -en los que siguen confiando algunos capitanes de la industria- presentaron el día lunes. Hace años, el perspicaz Federico Frischknecht patentó una frase notable, siempre vigente, referida a los ignorantes que han poblado los distintos gobiernos argentinos desde largo tiempo: "Como no saben lo que hacen, hacen lo que saben". Fernández y Guzmán sólo atinan a crear nuevos impuestos.
Los festejos del centenario de Yacimientos Petrolíferos Fiscales se dan en un contexto donde una gran parte del país -al menos 19 provincias- sufre una crisis aguda por falta de gasoil. A la par, el Banco Central -malgrado la portentosa liquidación de divisas por parte del campo- no logra sumar dólares, que se le escurren como agua entre las manos por las importaciones de gas, el turismo y la demanda importadora. De incrementar las reservas, ni hablar. Eso devuelve al tapete la discusión de lo que pueda suceder en términos cambiarios en el tercer trimestre del año, que comienza en apenas veinte días. ¿Ampliación del cepo o devaluación? La pregunta no es ociosa ni antojadiza. Mientras Alberto y Cristina siguen sus riñas de perro y gato, los problemas se acumulan sin que haya plan ni ideas con las cuales hacerles frente.
¿Puede durar semejante estado de cosas hasta finales del año entrante? Si por durar se apunta a la permanencia del Presidente en la Casa Rosada hasta que termine el período para el cual fue electo, la respuesta es que la probabilidad de que Alberto Fernández le coloque la banda a su sucesor es claramente mayor a la probabilidad de que ya no se encuentre en Balcarce 50 en noviembre de 2023. La cuestión trascendental -con todo- no pasa por la suerte que pueda correr el actual Presidente como por la situación económica y social en la que seguramente se hallará el país al cabo de la experiencia gubernamental kirchnerista. Se podrá discutir hasta el hartazgo si el Presidente llegará, o no, a cumplir su mandato. Lo que es indiscutible es que su sucesor encontrará una Nación devastada.

enfoques Vicente Massot
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