Por Vicente Massot
El dramático aumento del índice que registra la pobreza entre nosotros -57,4 %- de las tarifas de los servicios públicos, de los precios de los alimentos básicos, tanto como la aparición de un severo proceso de naturaleza recesiva, el auge de los despidos a nivel nacional y la caída del poder adquisitivo, son otros tantos flagelos que resultaban predecibles antes de que Javier Milei se hiciera cargo de la presidencia de la Nación. Aunque el triunfador en el balotaje hubiera sido Sergio Massa, las calamidades antes mencionadas se hubieran hecho presentes de manera igual o similar. Cuando el líder libertario proclama a los cuatro vientos "No hay plata", dice una verdad que nunca antes habíamos escuchado de parte de un Jefe de Estado. Y ello constituye toda la diferencia de lo que viviremos de ahora en adelante.
El ajuste que debe realizar el oficialismo y que su titular anunció sin solución de continuidad en el curso de la campaña electoral, en un país devastado se corresponde mal con cualquier tipo de gradualismo. Milei, al respecto, se halla en las antípodas de Mauricio Macri. A semejanza de la operación de un paciente comatoso, la cirugía que está practicando el Gobierno carece de antecedentes. Por lógica consecuencia, habrá sangre, sudor y lágrimas, sin alternativas a la vista en el corto plazo.
Si las sociedades semejasen aulas académicas y los habitantes tuviesen la posibilidad de estudiar con base en datos la deriva económica, sería fácil concluir que Milei es el mandatario menos culpable de cuanto sucede en la Argentina. Mal cabría acusarlo de los infortunios que vienen arrastrándose por espacio de ocho décadas, cuando todavía su Gestión se encuentra en pañales. Pero, pasada una determinada cantidad de meses que nadie puede precisar, las herencias dejan de tener relevancia en la consideración de la gente, y el que se halla al frente de la administración pasa a ser el responsable excluyente de la situación. Dicho de manera distinta: hasta aquí -y con razón- la mayoría de las personas cree que el kirchnerismo, en general, y Massa, en particular, deben ser llevados al banquillo de los acusados por los desastres que generaron. Pero llegará un momento en que aquellos quedarán en un segundo plano y será el Presidente actual quien deberá rendir cuentas, aunque no haya sido el autor del desastre.
Lo expresado supone que Milei corre una carrera contra el tiempo. Necesita dar señales claras de que los padecimientos inevitables que sufre una parte importante del pueblo -incluidas las clases medias y medias altas- comenzarán a ceder, a más tardar, hacia mediados de año. Un dato que ha comenzado a circular lo entusiasma y se refiere a la inflación que podría bajar al 7% en julio. Hay quienes piensan que semejante pronóstico es insostenible. Otros le dan crédito. El riesgo, con todo, es que la paciencia de los damnificados se agote pronto, en abril o en mayo, si bien resulta conveniente evitar, en el tratamiento del tema, toda tentación catastrofista. Imaginar que, de resultas del programa de shock gubernamental, un buen día la espontaneidad de las masas generará un proceso revolucionario, es una tontería manifiesta. La realidad del helicóptero -que quedó asociada a la renuncia de Fernando de la Rúa- hay que desterrarla del análisis. Los argentinos son mansos por naturaleza.
En realidad, perder la paciencia significa otra cosa, reñida de suyo con la posibilidad de que una multitud tome la Casa Rosada y se adueñe de las calles dando lugar a una situación anárquica. Supone, en cambio, que -cansada la ciudadanía de esperar resultados que no terminasen de aparecer- le quitase su apoyo al Gobierno, perdiera la confianza en el Presidente y cerrase filas con la oposición. Si algo así tuviese lugar, unido a la falta de diputados y senadores oficialistas, quedaría clausurada la posibilidad de seguir adelante con el dato distintivo del gobierno: su plan de reformas estructurales.
Semejante peligro es cosa sabida en Balcarce 50 y con el propósito de exorcizarlo el elenco oficialista ha puesto en marcha distintas operaciones en el ámbito comunicacional, en el político, en el jurídico y en el legislativo. Conviene ir por partes y pasar revista -aunque sea a vuelo de pájaro- a todos ellos. La discusión con "Lali" Espósito que, por elevación, apunta también a no pocos gobernadores, pone de manifiesto la importancia que Milei le sigue otorgando a su presencia en las redes. Se habló más en la semana del cruce verbal con la cantante que de cualquier otro tema de actualidad. En el plano político ha cobrado notoriedad el pacto -o como quiera llamárselo- en el que trabajan el Jefe del Estado, Mauricio Macri y Patricia Bullrich con el fin de asociar a las bancadas del PRO y de La Libertad Avanza. Hoy las brevas no están maduras -para citar la frase famosa de Cornelio Saavedra- pero las chances de que prospere son altas. Las dos partes tienen ideas e intereses comunes y se fortalecerían recíprocamente. Antes -se entiende- Macri deberá tomar otra vez las riendas de su partido.
En el aspecto jurídico, el Gobierno se presentó ante la Corte Suprema para revertir el fallo que declaró inconstitucional y suspendió la reforma laboral, adelantada en uno de los apartados del DNU Nº 70/2023. Más allá de los sesudos considerandos esbozados por el procurador del Tesoro, Rodolfo Barra, que no corresponde tratar aquí, es claro que así como el oficialismo pudo reemplazar sin despeinarse el capítulo fiscal que debió retirar de la Cámara de Diputados, y enseguida poner en práctica una serie de medidas que en principio le han dado buenos frutos, carece de alternativas en punto a la reestructuración laboral. Sólo tenía una salida que era la de hacer la presentación a la Corte a través de un recurso extraordinario y esperar que el Tribunal supremo le dé la razón. En el programa de máxima mileísta, esa reforma es tan importante como la fiscal. En este orden se inscribe la decisión de desregular las obras sociales, que puso en pie de guerra al sindicalismo.
En cuanto hace a la relación de la administración libertaria con el Poder Legislativo -qué pasa por su peor momento- es obvio que la estrategia elegida ha sido fraccionar la ley ómnibus, presentar diferentes proyectos en forma individual, tomar contacto sólo con algunos mandatarios provinciales, y reiniciar la pulseada sin bajarse de la convicción de que el grueso de la gente continua cerrando filas junto al presidente. El recorte de "ñoquis" de La Cámpora enquistados en el PAMI, la embestida contra los fideicomisos y la poda de cargos directivos a lo largo y ancho de las reparticiones estatales -medidas que en el curso de la semana han vuelto a las primeras planas de los diarios- demuestran que la ya famosa motosierra sigue vigente. Al mismo tiempo, la incontinencia verbal de Javier Milei hace las negociaciones más difíciles para quienes las llevan adelante. No deja de ser un desatino, contrario a la lógica política más elemental, cargar contra el Congreso calificándolo de "nido de ratas", si a la par pretende la Casa Rosada sumar voluntades en ambas cámaras para defender el DNU y resucitar -al menos, en parte- la ley ómnibus. La desmesura nunca es una buena consejera.
Comentarios