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Locales

Después de Qatar: el gol al poder

Los buenos y malos momentos empiezan y terminan. La misma sociedad que salió a gritar su euforia será la que muy pronto, en silencio y soledad, deberá depositar su voto. Todo en un abrir y cerrar de grieta. ¿Cuánto habrá de unanimidad triunfal y cuánto de olvido?

Doha, estado de Qatar, con los pies de la ciudad peninsular bañándose en el Golfo Pérsico, ha sido probablemente la localidad más gugleada de los últimos tiempos; nadie le daba crédito a un arenero gigantesco, florecido en edificios para lucimiento de arquitectos; hasta que, sentados en una de las 88.990 butacas del estadio "Lusail", espectadores de todo color y procedencia apagaban con cantos el sonido de los chorros de aire fresco. En ese escenario, un 18 de diciembre de 2022, a las 12:00 hs en punto, se encendían corazones, cábalas, pronósticos, temores, más la excusas para no ver, salvo las alertas de los gritos de vecinos que nos hacían saber que algo bueno estaba pasando. También el ominoso silencio de un empate y desde allí la vorágine de disparos, atajadas, cantos, gestos y oraciones hacia el único dios sin ateos: la Copa del Mundo.
Los abrazos y llantos explotaron tras la sonrisa interminable del Capitán, la grosería del arquero en el estrado, las barras saliendo de todos los rincones de Argentina y el canto de métrica pobre: "Muchachoooos…", pero a nadie le importa la métrica si puede cantarse en una tribuna o en cualquier boliche. De hecho, muchos recordarán que, hace unos 20 años, "La Mosca" levantaba la noche de las pistas entonando "Muchachoooos, esta noche me emborracho bieeen…".

Un año en el que sería positivo imitar el espíritu argentino que logró sembrar la Selección de Fútbol.

Un sociólogo podrá explicar mejor el fenómeno de masas detrás de una coincidencia; pero en este caso debemos coincidir en que no tenemos antecedentes, en particular tratándose de una ciudad como Rafaela, tradicionalmente inexpresiva en lo colectivo, donde, parafraseando a Facundo Cabral, si cae una bomba rebota. Aquí, miles de rafaelinos, luciendo una monocromía celeste y blanca, cantaron una misma canción, sintieron la misma pasión desde la mesura hasta el exceso. Mucho menos se explica la aglomeración dramática en las calles de Buenos Aires, con aproximaciones suicidas, pero con el mismo canto y los mismos líderes.
Desde el 19 de diciembre hasta la fecha, las modelos veraniegas, los escandaletes farandulescos, la grandilocuencia de Milei, el marketing carnoso de Wanda Nara, las manifestaciones y reclamos de los desposeídos, se han reducido a su mínima expresión; en su reemplazo, un mar de camisetas blanquicelestes y violetas inclusivos, una sinfonía de cantos de tribuna y una sensación de euforia desconocida han sido el anuncio de un País con el mismo impulso. En las redes, paradigma de la "vox pópuli", se nos informa sobre el desayuno de Messi, la rabieta de Mbappé, el pueblo de Scaloni, la apoteosis del "Dibu", el triángulo combativo de Tini, De Paul y Camila y otras "primicias" que un par de meses atrás no hubieran interesado a nadie.
¿Qué hacer con esta explosión de unanimidad aparecida? ¿Qué proyectar sobre este viento que empuja una razón para millones de abrazos? Una canción de Sharif Fernández nos dice: "¿Qué puedo hacer? Si el tiempo que todo lo cura / ya descubrí que es el mismo que todo lo pudre / y, aún así, orgulloso pero agradecido / por lo aprendido, por todo lo vivido / bendigo al amigo que, en su abrazo, / me dio abrigo".
Mientras los fabricantes de camisetas con el nombre de Messi y algún otro se refriegan las manos junto con los de las figuritas, hablamos de la sublime utopía de los objetivos comunes, espontáneos o planeados, mientras los gabinetes del oficialismo y la oposición buscan sus maneras de dividirnos. Una frase atribuida dudosamente a Julio César afirma: "divide y triunfarás", mantenida durante siglos, a despecho de la realidad que siempre demostró que la división puede dar un triunfo efímero y un fracaso duradero; de esto Argentina es testigo, con o sin campeonatos, con dos o tres estrellas. ¿Quién podrá salvarnos de un año electoral?
Cuando pasen los meses y las tribunas enfrenten a Boca-River, Racing-Independiente, Colón-Unión, de todas las gargantas tribuneras brotará la convocatoria de La Mosca, "muchachoooos…", pero el unísono durará un par de horas; en las otras 22 horas del día, las tribunas electorales se apropiarán del espacio.
Aún sabiendo que ocurrirá, vale la pena sacar las camisetas del cajón, salir al centro y gritar la unidad que queremos, la comunidad de objetivos que necesitamos, la pasión constructiva que nos impulse. Ahora, después del 18 de diciembre a mediodía, sabemos que la unidad es posible y sabemos también que nuestra vida no es la disputa de un campeonato de fútbol, pero que la materia prima está, la mano de obra también; esperamos la madurez de la dirigencia. Si un gol puede lanzarnos al futuro mejor, pues ¡el gol al poder!

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