Por Oscar Martinez
"Gentlemen, start your engines" (Caballeros, enciendan sus motores).
La célebre frase, que presagia una explosión de sonido, ha sido desde 1953 el grito de guerra que marca el comienzo de la batalla automovilística más extraordinaria. Wilbur Shaw, ganador de la carrera en 1937, 1939 y 1940, la pronunció por primera vez como previa a la largada. Es un sello distintivo de las 500 Millas de Indianápolis junto al festejo del ganador, con leche en lugar de champagne, y el trofeo Borg Warner. Este es uno de los más legendarios del deporte, realizado en plata de ley, mide 165 centímetros y pesa cerca de los 50 kilos. Su costo estimado es de un millón de dólares, pero el vencedor se lleva sólo una réplica reducida.
El complejo en donde se desarrolla el evento, Indianápolis Motor Speedway, ubicado en la ciudad del estado de Indiana, Estados Unidos, fue construido en 1909, año en que se llevó a cabo la primera carrera automovilística de la historia. Asistieron aproximadamente 12.000 personas para ver ganar al ingeniero austríaco Louis Shwitzer a una velocidad de 92 km/h. Para 1911, la organización del evento reacondicionó el lugar y se realizó la primera edición de las 500 millas.
La carrera es parte de la "Triple Corona" del automovilismo mundial, junto con el Gran Premio de Mónaco y las 24 Horas de Le Mans. Cada detalle del evento se ha pensado de la manera ideal. El circuito está conformado por un óvalo de 2,5 millas de longitud que tiene cuatro curvas con una inclinación exacta de 9 grados y 12 minutos. El tope de 33 coches se basa en la relación entre la longitud total del óvalo y la distancia de seguridad entre coche y coche de 121,92 metros. Luego de una semana completa de prácticas, dos días de clasificación y dos entrenamientos posteriores, los pilotos van en busca de la inmortalidad que asegura el triunfo. Pero lograr la clasificación es ya una verdadera hazaña. Como la que consiguió Agustín Canapino. Se trata del primer argentino en hacerlo luego de 83 años, tras la presencia de Raúl Riganti en 1940. Algo que Juan Manuel Fangio podría haber logrado en 1958.
Ese año el balcarceño ya era considerado el mejor piloto del mundo por sus cinco títulos de Fórmula 1. Un mes antes de festejar sus 47 años, el Chueco quiso cumplir con un objetivo pendiente: correr las 500 Millas de Indianápolis. Ese intento lo definió años más tarde como una "tremenda frustración", por no poder hacerlo. Pero demostró su potencial en la previa y se ganó el respeto del ambiente de la IndyCar.
Si bien por esos días Fangio ya analizaba su retiro, el 24 de abril dio una conferencia de prensa y expresó su intención de correr en Indianápolis. El magnate californiano Floyd Clymer, que cuestionó el estatus de Fangio por no enfrentarse a los pilotos estadounidenses en la Carrera de los Dos Mundos, realizada en Monza en 1957 (una competencia entre autos de la F1 y la IndyCar), prometió 6.500 dólares en una suerte de desafío. Todos ellos podían quedar en manos del argentino. 500 le corresponderían por inscribirse, 1.000 por clasificar entre los 33 pilotos habilitados a largar, 2.500 si terminaba entre los cinco primeros con un auto yanqui o 5.000 si lo hacía en un auto europeo. El Quíntuple sólo puso dos condiciones: contar un vehículo competitivo y donar el dinero que él pudiese ganar a una entidad de beneficencia.
Fangio llegó el 30 de abril a los Estados Unidos e hizo un acuerdo con el equipo de George Walther, que no le entregó un coche rápido. Era un Kurtis Kraft 500G Offenhauser con el N° 77. "Me llevé una gran desilusión. La verdad es que yo había llegado hasta allí porque un italiano, el ingeniero Gianni Dotto, ex integrante de Alfa Romeo, había dicho que trabajaba en el auto de esta gente y que estaba estudiando una caja de cambios especial para correr en Indianápolis. Pero cuando salí a pista me convencí de que no hacía falta poner cambios", contó el Chueco.
En Indianápolis no importan los nombres ni pergaminos, entonces Fangio tuvo que cumplir una serie de requisitos previos y fue tratado como un debutante a pesar de sus cinco títulos mundiales. Lo mismo le ocurriría hoy a Max Verstappen o a Lewis Hamilton si quisieran correr. Le colocaron tres tiras en la parte trasera de su auto, que era para identificar a los "novatos". Debió dar diez vueltas a 115 millas de promedio (185,074 km/h), y en ninguna de ellas podía ir a menos de 114 ni a más de 119. Luego, un tope de promedio de 120 millas (192 km/h) en otros tantos giros. Cumplió con esas pruebas y al otro día completó dos más. Dio diez vueltas a 125 millas (201,100 km/h) y luego una cantidad similar a 130 millas (209,200 km/h).
"Las pruebas me parecieron perfectas. Las tandas sucesivas a promedios más altos de forma progresiva constituyen un sistema notable", contó el Chueco. "Lo que me pedían era andar en forma sostenida. Es una pista peligrosa en la que hay que tratar de caminar de la manera más pareja posible. Como había superado las exigencias, en una ceremonia simple se arrancaron las tres tiras de mi coche y quedé automáticamente aprobado", contó el Quíntuple. "A partir de entonces, busqué ir todos los días a mayor velocidad, pero el coche no respondía. Primero fue un problema de dirección que pudo ser solucionado. Luego apareció una falla en el motor. Cuando en una de esas vi que uno de mis mecánicos no sabía poner a punto un motor de cuatro cilindros, que es lo más sencillo del mundo, me di cuenta de que había que pegar la vuelta porque si no sería un papelón. Esa máquina tenía su tercera temporada. Nunca haría nada bueno…", confesó tras su partida.
La diferencia entre su auto y el resto fue notable. Su velocidad final rondaba los 228 km/h contra los 234 km/h de los punteros. "Me hubiera gustado correr en Indianápolis con un auto adecuado y también haber tenido un buen entrenamiento para hacer una buena carrera. Sólo probé dos días y fueron pocas vueltas. No digo correr para ganar, pero al menos para competir adelante y tener alguna chance", declaró en una entrevista.
El magnate Clymer reconoció que Fangio no era un cobarde y que aceptó el reto de acelerar en el mítico óvalo. Como una especie de reconocimiento y en función de lo que pidió el Chueco en su apuesta, depositó 500 dólares en la cuenta de una fundación de lucha contra el cáncer llamada Damond Runyan. El Quíntuple no corrió, pero se ganó el respetuoso afecto del ambiente de la IndyCar y de Indianápolis.
Aparte de Fangio, otros cinco campeones de F1 que no pudieron clasificar para largar la histórica prueba estadounidense son Giuseppe Farina (1956 y 1957), Graham Hill (1963), Denny Hulme (1970), Nelson Piquet (1992) y Fernando Alonso (2019). Sin embargo, Hill tuvo revancha, venció en 1966 y es uno de los cinco campeones de F1 que ganaron en el legendario óvalo junto a Jim Clark (1965), Mario Andretti (1969), Emerson Fittipaldi (1989 y 1993) y Jacques Villeneuve (1995).
Aquella experiencia fue premonitoria para Fangio. Sin un buen auto no sintió motivaciones y se bajó de las Indy 500. Dos meses más tarde, en el Gran Premio de Francia de F1 corrido en Reims, el rendimiento de su Maserati 250F no fue óptimo. Preguntó en el equipo por qué habían cambiado los amortiguadores (por los Koni neerlandeses) y la respuesta fue "porque los nuevos pagan". Terminó cuarto. Y se retiró.
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